The Florida Project: el infierno en un cielo cabe

16/02/2018

The Florida Project. Sean BakerQue no hay demasiada distancia, casi ninguna, entre los escenarios más propicios a la diversión ligera y los de la pobreza es sabido por todos, pero cuando la crudeza de la diferencia se hace carne en niños puede que, quizá hipócritamente, nos movamos entre la incredulidad y el escozor.

Sean Baker, uno de los aún defensores del cine independiente americano, tan resbaladizo de definir, ha filmado, con más medios que los tres iPhones de su anterior Tangerine pero sin ningún alarde técnico, The Florida Project, un filme de tono casi documental en el que asistimos a la vida cotidiana de tres niños que viven, con lo que queda de sus familias, en un motel de carretera muy próximo a Disneyworld. Viven allí, y no están de feliz paso, porque la crisis les ha llevado a hacer su casa en un edificio de un falsamente cordial color morado, comiendo mal, educándose peor y con la alegría que les da la edad como su posesión más valiosa, o la única.

Con evidente escaso presupuesto y actores, adultos y niños, que en ningún caso parecen actuar (dato especialmente notable teniendo en cuenta que el único reconocido es William Dafoe, un conserje que es ángel de la guarda), Baker nos sumerge por completo en un cosmos devoradoramente humano en el que la miseria implica solo eso, miseria y malas costumbres, pero no desesperanza ni llantos. Entre lo poco que tienen en común los moradores de estas habitaciones baratas está, al menos, esa seguridad frágil del que no se ve capaz de llevar su vida a mejor puerto, pero, al menos, la ha asumido como es.

Los críos, protagonistas de la película sin duda (los adultos lo son en la medida en que son su familia, real o postiza) crecen físicamente tan cerca del mundo de sueños de Disney como lejanas son sus posibilidades de acceder a él. Y son tan conscientes de que ese mundo les está vedado que ni lo mencionan. Disneyworld es para ellos, que comen de la caridad y de las sobras de una hamburguesería y son mantenidos vendiendo falsos perfumes, lo más parecido a un espejismo de agua en el desierto. De hecho, la lluvia, los saltos en los charcos, proporcionan en la película los instantes donde niños y adultos parecen sentirse más libres y ajenos a las preocupaciones diarias; son su modesto paraíso.

No podemos pensar que su situación no vaya a perpetuarse, porque los pequeños asimilan e imitan el comportamiento y el temperamento de sus mayores -siempre sus madres, los padres se quedaron en el camino- y, además, padecen un sistema de ayuda social que no responde a sus necesidades ni les beneficia.

Baker hace aquí, obviamente, un ejercicio de crítica social, evitando hilar tan grueso como para señalar culpables, pero lo que nos ofrece, es, sobre todo, un retrato de los otros, excluidos, olvidados y a menudo desconocidos pese a encontrarse tan cerca, recreándose eso sí en la libertad de la que gozan, inédita para tantos encorbatados y puede que más valiosa que la comodidad material. Los afortunados apenas aparecen y el director elige no mostrar sus rostros con detalle; no son ellos quienes aquí importan.

 

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