Evasión en tiempo de pandemia: diez clásicos del cine del siglo XX

13/03/2020

Los próximos quince días, muchos o casi todos permaneceremos enclaustrados y, si como tantos ya habéis asegurado la supervivencia en víveres y papel higiénico, resta preocuparnos por la gasolina mental. Os proponemos que, en este encierro necesario (además de cuidaros, cuidar y cumplir con todas las recomendaciones sanitarias) disfrutéis de grandes películas que quizá llevéis años relegando para mejor ocasión. Seleccionamos una decena de clásicos del siglo XX que puede que tengáis pendientes:

NOSFERATU: HERMOSO CUELLO TIENE VUESTRA ESPOSA
Hace casi un siglo, en 1922, F.W. Murnau filmó Nosferatu. Una sinfonía del horror, su primer gran éxito de público y la primera adaptación cinematográfica de la novela de Bram Stoker, escrita veinticinco años antes. El filme supuso también el inicio de otra carrera en la pantalla: la del vampiro como figura más popular del cine fantástico. Pese a que el guionista, Henrik Galeen, modificó nombres y lugares, suprimió figuras centrales y transformó el final, la obra de Murnau sigue claramente la trama de la novela gótica; eso sí, el monstruo enjuto de la película se parece tan poco al de la novela como chupasangres posteriores. Su aspecto grotesco pone de manifiesto el disparate que son nuestras fantasías de terror, pero también su poder.

Puede que el aspecto de Nosferatu sea el principal motivo de la extensa popularidad del filme, pero su condición de clásico se la debemos a su calidad visual, al manejo expresionista de luces y sombras y a sus referencias al cine escandinavo y la pintura romántica. A diferencia de lo que era usual en la época, Nosferatu se construyó en gran parte fuera de los estudios, en localizaciones del norte de Alemania y Rumanía: el resultado fue impresionante, pues esta historia inquietante pudo rodarse en los escenarios reales donde tuvo lugar.

Nosferatu. Una sinfonía del horror, 1922
Nosferatu. Una sinfonía del horror, 1922

LA QUIMERA DEL ORO: ¿LA COMEDIA MÁS GRANDE?
Puede que pocas veces el cine haya mostrado la ilusión por el amor y la comida de una forma más conmovedora que en La quimera del oro, cuando Charlot, muerto de hambre y aislado en una cabaña, asa uno de sus zapatos con el mismo mimo que si fuera un asado. El filme, dirigido por el mismo Chaplin en 1925, se inspira en la fiebre del oro que se desató en Alaska en 1898: él es un enjuto vagabundo que, con ingenuidad infantil, cruza las heladas regiones del norte de América saliendo de una situación espeluznante para caer en otra. Queda ante nuestros ojos toda la paleta de necesidades, debilidades y anhelos del ser humano y, sobre todo, el carácter irrenunciable del amor y la solidaridad.

Si, para el gusto actual, los filmes de Chaplin resultan algo sentimentales, este conjuga en proporción las aventuras, lo grotesco y lo melodramático.

La quimera del oro, 1925
La quimera del oro, 1925

EL MAQUINISTA DE LA GENERAL: HUBO DOS AMORES EN SU VIDA
En la vida de Johnnie (Buster Keaton, protagonista de El maquinista de la general) había dos grandes pasiones: una locomotora de vapor y su prometida. La guerra lo trastocó todo, pero no eso.

El maquinista de la general es la gran película de Keaton y él mismo la consideró su mejor trabajo: una comedia absolutamente suya en la que integró un festival de ocurrencias en una trama emocionante.

Se basa en un hecho real ocurrido durante la Guerra de Secesión americana: la gran persecución que tuvo lugar tras el ataque sorpresivo a una locomotora en Georgia, en 1862. El rodaje se realizó lejos de Hollywood, en Oregón, y no se escatimaron esfuerzos para alcanzar el máximo realismo. Como es común en el cine de Keaton, una máquina constituye el centro de la acción y, a partir de ella, el cómico desarrolla sus maravillosos gags.

 

EL ÁNGEL AZUL, HECHA PARA EL AMOR
El Ángel Azul de Josef von Sternberg está considerado el clásico por antonomasia del cine alemán, porque supuso el nacimiento para este medio del mayor de sus iconos: Marlene Dietrich. Es inolvidable la escena en la que, con ligueros y sombreros de copa, canta aquello de De la cabeza a los pies, estoy hecha para el amor. El erotismo consciente de su pose sería sello de la actriz, y aunque en esta interpretación no irradia aún el aire de sofisticada vampiresa de sus posteriores filmes con Sternberg, sino una sensualidad popular, se encasquilló en el papel de prostituta o cantante de cabaret.

A su lado palidecía otra estrella del cine germano, Emil Jannings, quien, se suponía, debía haber logrado que se prestara atención a esta obra más allá de las fronteras de ese país: era el primer gran filme sonoro de la UFA. Supone una crítica a las relaciones sociales gestadas en Alemania años antes de que los pequeñoburgueses desinhibidos ayudaran a los fascistas a alcanzar el poder, pero destaca por la complejidad de sus matices y su magistral puesta en escena.

El ángel azul, 1930
El ángel azul, 1930

LA GRAN ILUSIÓN: LAS FRONTERAS LAS DIBUJAN LOS HOMBRES, A LA NATURALEZA LE DA IGUAL
En 1937, año del estreno de La gran ilusión de Jean Renoir, se intuía la posibilidad de una nueva guerra mundial, y con este filme, el cineasta no solo tocó la fibra sensible del público, también llamó la atención de la clase política. Por su mensaje pacifista, de hecho, llegó a ser prohibida en los países dominados por regímenes fascistas. Goebbels calificó a Renoir como enemigo cinematográfico número 1; Roosevelt lo defendió.

La gran ilusión es, seguramente, el filme antibelicista por excelencia. Renuncia al espectáculo de la guerra para mostrar la visión del mundo del director: barreras de clase difuminadas, fronteras y conflictos arbitrarios. A través de situaciones grotescas, se pone de manifiesto lo absurdo de la guerra sin perturbar el ritmo de la película, en el fondo una historia de amor con trágico final, tan inusual que no parecía tener cabida en el mundo real.

La gran ilusión, 1937
La gran ilusión, 1937

EL SUEÑO ETERNO: TANTAS ARMAS Y TAN POCOS CEREBROS
El anciano general Sternwood encarga al detective Marlowe (Humprey Bogart) que resuelva un caso de chantaje en el que está implicada su hija, la frívola Martha Vickers. Sus pesquisas le llevan a descubrir un complot asesino en el que la otra hija de Sternwood, Vivian (Lauren Bacall), desempeña un turbio papel. Marlowe se enamora de ella, convirtiéndose en objetivo de un celoso gánster.

El sueño eterno carece de una trama lineal y su ritmo trepidante, como el de otras películas de Howard Hawks, hizo que el argumento pareciese aún más laberíntico. La obra, y ese es parte de su atractivo, parece negar al espectador la posibilidad de alcanzar ningún conocimiento objetivo, trastocándose el patrón del cine negro clásico. Al contrario de lo esperable en un filme de este género, además, el punto fuerte de El sueño eterno no es tanto la acción como las frívolas disputas dialécticas. Y la verdadera lucha no parece librarse entre el bien y el mal, sino entre ambos sexos. Lo que no quiere decir que no ronde por aquí el romanticismo.

 

LADRÓN DE BICICLETAS: SE VIVE Y SE SUFRE
Parece que solo un milagro podría resolver el problema. A Antonio le han robado su bici, la ha buscado por toda Roma y ha denunciado la pérdida. De ella depende el salario que él y su familia necesitan con urgencia. La señora Santona le advierte de que la encontrará enseguida o nunca, y justo entonces… se tropieza con el ladrón.

Este filme de Vittorio de Sica (1948) destaca por su sencillez clásica: no plasma una historia espectacular, sino a un hombre desesperado. Bazin encontró en él la gran expresión del neorrealismo italiano, el movimiento que buscó captar la realidad del modo más auténtico posible, rodando para ello en localizaciones originales y con actores no profesionales. Si otros cineastas llevaban a cabo películas documentales, De Sica se esforzó por mostrar el verdadero rostro de la vida cotidiana a través de la exageración poética y la ausencia de puesta en escena.

 

FANFAN, EL INVENCIBLE: PELIGROS DE LA GUERRA, PELIGROS DEL AMOR
Fanfan, el invencible ocupa un lugar de honor en el cine de acción francés: todos querían ser como el personaje interpretado por Gérard Philippe para liberar a su Adeline (Gina Lollobrigida) de las manos de un rufián. Tuvo en su momento (1952) siete millones de espectadores, se llevó incontables veces a la televisión y todo ello gracias al magnetismo de Fanfan, el contrapunto de Douglas Fairbanks y Robin Hood, lento pero con labia.

Tras ese espadachín clásico habitaba un aristócrata encubierto. Soldado por amor y por convicción, no se inclina ante nadie y falta a la autoridad: esta es una sátira de la nobleza y el militarismo. Pero es vencido por una mujer.

 

LA STRADA, EL GRAN ZAMPANO
En el año del centenario del nacimiento de Fellini, nos decantamos por revisitar La Strada (1954), un filme abstracto e incluso religioso que, al contrario de lo muchas veces afirmado, no gira en torno a la división política de clases: se trata de una historia de redención religiosa. No era ajena a la realidad, pero atendía a la personal, la del director, y no tanto a la colectiva: importan sus recuerdos y sentimientos. Hay parábola social, pero también una tristísima historia de amor y una road movie.

Fellini apunta a la trascendencia: no le interesa la superficie de las cosas, sino penetrarlas, encontrar reconocer el sentido profundo que hace que valga la pena sufrir las fatigas.

La strada, 1954
La strada, 1954

ASCENSOR PARA EL CADALSO, MIRADAS AL VACÍO
Florence (Jeanne Moreau) y su amante Julien (Maurice Ronet) han planeado todos los detalles para asesinar al marido de ella, pero sus intenciones se desbaratan apenas cometido el crimen, encubierto como suicidio. Julien se queda encerrado en el ascensor del lugar del delito y unos jóvenes les roban el coche. Cuando el cabriolé pasa por delante de Florence, que espera sin sospechar nada, ella empieza a desconfiar del amor de su amante y vaga por París buscándolo. Los ladrones matan a una pareja de turistas alemanes y las pesquisas conducen a Julien, propietario del vehículo.

El destino destructivo es el gran argumento del filme de Louis Malle, pero a partir de ese asunto él modela un drama existencial con ingredientes del género policiaco. Era su debut: el cineasta solo tenía 25 años y condensó referencias a Hitchcock y a Robert Bresson. La gran ciudad, símbolo del mundo moderno, no promete aquí ninguna libertad y el brillo de los escaparates remite dolorosamente al vacío existencial de sus habitantes.

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