Clarissa, así empieza lo malo

03/10/2017

Stefan Zweig. ClarissaAmo a la gente pequeña, a los no ambiciosos, a los que no hacen ruido, a los comedidos; son los justos y los fuertes sobre los cuales, según la Biblia, se erige el mundo.

La última novela de Stefan Zweig en ser publicada en español por Acantilado, la editorial que aquí nos está ofreciendo la mayoría de sus novelas y ensayos, tiene nombre de mujer: Clarissa. Y si sois lectores habituales del austriaco y admiráis su capacidad de dar palabras escasas a la intimidad y a las emociones, no os vais a llevar con ella sorpresas y sí vais a encontrar algo parecido a un compendio de su legado, en cuanto a temas, manera de contar y visión de las personas, y de nuestra suerte: ni optimista ni escéptica, ni absurdamente feliz ni lacrimógenamente desgraciada. Más bien humanista, desapasionada y bien cargada de matices, porque si algo no maneja Zweig es el trazo grueso.

Clarissa es la protagonista única de la novela, por lo demás poblada de hombres con la excepción casi única de una peculiar compañera de internado cuya descripción psicológica es un filón. Hablamos (refiriéndonos a Clarissa) de la hija de un militar estricto, padre ausente, que es huérfana de madre y que hace frente, básicamente sola, a las vicisitudes que le va trayendo la vida. Su personalidad no es débil sino bien definida, ella es honesta, responsable y sosegada, pero ya antes de terminar la novela (breve, no llega a 200 páginas) manejamos la sensación inquietante y familiar, o inquietante por familiar, de que su vida, su paso de la infancia a la madurez, se va tejiendo a golpe de acontecimientos externos más que de decisiones propias, y no porque sea su deseo consciente que las olas le traigan y le lleven y no le obliguen el camino a elegir, sino porque ese es el juego inevitable de su vida.

La ausencia de su madre y la frialdad paterna marcan su carácter, tranquilo y sin concesiones a diversiones vacías. Cuando conoce algo parecido a la alegría durante su relación con un socialista francés, la ruptura entre dos Europas y la irrupción de la I Guerra Mundial –que Zweig narra muy bien, dejando claro que al principio las guerras nadie se las cree y todos piensan que no será para tanto– separan a los dos amantes, convirtiéndolos, ya no en novios separados, sino en enemigos a ojos del resto. Y para redondear el círculo, Clarissa descubre su embarazo, un niño en camino que en aquel contexto histórico y ético le supone un enorme dilema.

Ella trata de solventar la situación de la forma más honesta posible pensando en su padre y en el crío, porque, como veréis, piensa poco en ella, y ese tratar de actuar de la mejor manera, de la que no dañe a nadie, acaba involucrándola en situaciones verdaderamente comprometidas, y en una tragedia puede que mayor que las anteriores: la que no hace mucho ruido y no parece acabar nunca. O no termina, realmente, nunca; no lo sabemos pero lo intuimos. Es la tragedia de las vidas marcadas por una tristeza que ya no tiene remedio, porque se ha ido instalando durante demasiados años y contra el tiempo no se puede luchar. Por eso el desenlace breve y claro del libro: 1921-1930. Para Clarissa, fueron unos años muertos. Solo tenía al niño.

Su historia es la de quienes constantemente intentan hacer las cosas bien, y en ese afán terminan saliéndoles muchas cosas, o casi todas, mal; la de quienes por agradar a los demás cada día, van acabando consigo mismos paso a paso.

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