Ático sin ascensor, regreso al hogar

01/09/2015

Ático sin ascensorSubir cinco pisos diarios, cumplida la edad de jubilación, por unas escaleras que hacen echarse atrás hasta a tu perro invita a mudarse de casa a cualquiera, en principio. Pero si tu ático tiene una luz envidiable, vistas de ensueño sobre Nueva York y recuerdos de toda (toda) una vida, la decisión cuesta más. Y si a la hora de vender y comprar tienes que vértelas con agentes codiciosos y enloquecidos que hablan de millones con total ligereza y con posibles nuevos inquilinos bordes, estrambóticos o estúpidos sin paliativos, puede que tu ático sin ascensor siga siendo la mejor opción.

Éste es el argumento, sencillo, de Ático sin ascensor, de Richard Loncraine, una comedia con mucho encanto y sin pretensiones que tiene sus grandes valedores en el dúo protagonista: Morgan Freeman y Diane Keaton; a priori puede no resultar fácil imaginárnoslos como pareja, pero desprenden una enorme química interpretando a un matrimonio feliz y compenetrado tras atravesar todo tipo de dificultades, como nos permiten comprobar los abundantes –quizá demasiados- flashbacks de la película. Aunque se espere mucho de ellos, la voz de él y la sonrisa de ella encandilan aún más de lo previsto.

Al margen de mostrarnos la paciencia, ternura y mano izquierda que ambos ponen en el manejo de su relación (como si fuera reciente, y haciéndonos recordar a veces instantes de En el estanque dorado), Ático sin ascensor viene a recordarnos el ritmo desaforado que agitaba el mercado inmobiliario al menos hasta hace unos años y el sistema poco humano que rodea algo en apariencia tan sencillo como cambiarse de casa, en principio no por negocio sino por necesidad: jornadas de puertas abiertas para que completos desconocidos se cuelen en tu piso, aunque solo sea a mirar o a probar la cama; pujas para vender al mejor postor en cuestión de minutos-de hecho la duración del tiempo del filme es de solo un fin de semana-, presiones para tomar rápidamente decisiones fundamentales…en resumen, una espiral de avaricia capaz de envolver hasta al espíritu más zen si no se la pone freno. Y nada mejor que la sensatez de la edad madura, y la humanidad  de los personajes que Freeman y Keaton interpretan, para salir de ella incluso con humor. Se aborda el asunto con ligereza, sin planteamientos arriesgados y manteniendo en todo momento el tono de comedia, pero la reflexión queda apuntada; otro tanto ocurre con el asunto del posible atentado terrorista en Brooklyn y la paranoia ciudadana que genera, alentada por los medios de comunicación.

El desenlace resulta predecible, pero no es lo importante: el mano a mano Freeman-Keaton es puro deleite. Él, por cierto, también es productor de la película (y Keaton compra, redecora y vende pisos cuando no actúa, pero esta es otra historia).

En cines el 4 de septiembre.

Comentarios