Alma Mater, vida e infierno en casa

08/05/2018

Alma mater. Philippe Van LeeuwDocumentales al margen –algunos tan valiosos como Nacido en Siria–, no abunda hasta ahora el cine dedicado a la guerra en ese país; quizá el hecho de que sea aún un conflicto abierto sobre el que no dejan de llegarnos noticias intrincadas e imágenes de devastación en carne viva no facilita su tratamiento en la ficción. Sin embargo, el momento de filmar el horror había de llegar y, dadas las circunstancias, el modo de hacerlo tenía que ser tan depurado como directo, ajeno por igual a las florituras y a las vísceras. Con ambas premisas cumple Alma Mater, del belga Philippe Van Leeuw, el director de películas como La vida de Jesús o Nathalie X, que ha decidido mostrar cómo no hay cuarto ni rincón que pueda permanecer ajeno a la sangre en un país devastado por la violencia.

Salvo una mínima y peligrosísima incursión al patio de vecinos, el filme discurre por completo en el interior de una vivienda que fue hogar familiar de una familia numerosa y ahora es el único refugio para los poco vecinos de un bloque que aún no han muerto y se resisten a escapar, esperando a sus familiares o a un momento mejor. Van Leeuw no muestra combates y bombardeos sino en la distancia, porque elige centrarse, como decíamos, en la convivencia de estos supervivientes y en sus intentos tan cotidianos como heroicos por mantener una cierta normalidad, unas reglas y un pudor que parecen de otro tiempo, de otro contexto, entre las paredes de ese piso lleno de gente y cada vez más vacío de esperanzas, más incomunicado y más necesitado de agua.

En este infierno que los adultos –sobre todo las mujeres, aquí protagonistas absolutas, y entre ellas la matriarca casi todopoderosa Oum (Hiam Abbass)– se empeñan en hacer habitable, no importan nada el patriotismo ni la política y nunca se habla de bandos; cada decisión, cada movimiento y prácticamente cada palabra están dirigidos a la supervivencia. Por eso cuando la joven madre Halima (Diamand Bou Abboud, a quien este año hemos visto también en otra peli sobresaliente, El insulto) enfrenta el horror sola al quedar fuera de la cocina, buscando a su bebé, la comunidad, instintivamente egoísta o sabiamente precavida, en cualquier caso terriblemente humana, la deja sola en el trance para que el terror no se extienda, para que no haya más víctimas que ella. Halima como cordero sacrificial, el horror individual como mal menor. Y tal es el miedo y la tensión que ella misma entiende esas reacciones.

El guion es necesariamente contenido porque la desesperación campa a sus anchas en los silencios, las miradas a medio camino entre la incredulidad y el estupor; a veces, también en los abrazos.

Van Leeuw parece demostrar que no hay horror que no se pueda filmar ni guerra que al salir del cine no sigamos sintiendo estúpidamente lejana.

Alma mater. Philippe Van Leeuw

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