Aftersun: el agujero negro de nuestros padres

29/12/2022

Charlotte Wells. AftersunUna niña de once años filma a su padre, tan joven que algunos lo confundirán con su hermano, en una habitación de hotel sencilla que luego sabremos que está en algún lugar de Turquía. Parecen cómodos y cómplices; ella comienza a simular una entrevista con esa voz excesivamente infantil a la que ya se le pasó el tiempo, pero que puede servir para conseguir lo que pretende, y él sale a la terraza, que será su habitación propia. Cuando le pregunta con qué futuro fantaseaba cuando tenía su edad algo se rompe, el rostro del hombre queda en sombra y comienza Aftersun.

El primer largometraje de la escocesa Charlotte Wells no es una película con principio, nudo y desenlace, sino un embeleso. La directora ha confesado haber entremezclado memorias propias en torno a su padre, ya fallecido, y ficción, no tanto con la pretensión de vertebrar una trama a partir de ellas, sino buscando reflexionar sobre los recuerdos, sobre nuestras maneras de hacer memoria, la naturaleza de las relaciones familiares y la dificultad de conocer a nadie, incluso a los más cercanos, que eran antes de nosotros y que tienen una existencia propia más allá de nuestro vínculo.

El de aquella entrevista inocente es el único fragmento de la película que adopta como tal la forma de vídeo encontrado, pero todo el metraje de Aftersun se nutre de lo casero y lo íntimo, en el fondo y en la forma: las secuencias se enlazan, aparentemente, en un orden casual parecido al (des)orden en el que decidíamos qué hacer en las tardes libres de verano, sin más intención que la de recrearnos en el disfrute y la imprevisión. Sus semanas de vacaciones gravitan en torno a una piscina en la que la muchacha, Sophie (Frankie Corio), hace amigos algo mayores, observa con curiosidad sus relaciones y acepta los acercamientos de un chico de su edad, mientras su padre, Calum (Paul Mescal), devoto de ella e introspectivo, vela por sus pasos al tiempo que trata de entender los propios y de afrontar el pasado que su hija le hace recordar. Herido interiormente -conoceremos poco a poco retazos de una infancia no idílica y de una paternidad temprana, aunque también de una relación muy cordial con la madre de la niña- lo está también por fuera, en una escayola que es metáfora incluso en su forma de romperse.

Intuiremos que, a su mediana edad, arrastra peso, por ciertos cambios de humor cuyos códigos la niña conoce, aunque no los entienda del todo; por sus salidas nocturnas en soledad o su abrupto escupir la pasta de dientes cuando Sophie expresa, con sus palabras sencillas, una sensación de cansancio infinita de un modo en que solo podrían hacerlo los familiarizados con la depresión; la propensión a la sensibilidad o la tristeza también se hereda. Saben ambos, además, cómo disfrutar juntos y con poco, cuidarse mutuamente, reír siempre que haya ocasión -esos también son lenguajes compartidos y nutren a los dos más allá de la difícil comprensión-.

Desconoceremos casi todo: el porqué de estas vacaciones largas, en qué se emplea el padre, cuáles serán sus planes y hasta dónde padece, pero intuiremos en su actitud y las elecciones en sus gastos que hay algo en esta estancia turca de escapada sin destino, de capricho o necesidad última: el talento enorme de Wells ha sido lograr que experimentemos una enorme cercanía, e incluso entendimiento, hacia los personajes y sus emociones sin que nada nos sea revelado de manera obvia; la memoria, el sufrimiento y la relación familiar, el terreno de esta película, son también el de lo contradictorio, el de la intuición. Con sutilidad, apunta a que la niña advierte lo negro, pero como solo a su edad se puede hacer, es capaz de olvidarlo en el momento e insistir en la alegría; la edad adulta reclamará más adelante otras lecturas, preguntas y respuestas, sin opacar la ternura. Son estas las que sugiere la obra, una mirada, desde la madurez y la conciencia de la subjetividad del recuerdo, a la infancia perdida, al padre que sufría de espaldas y echaba aftersun en la frente.

Otra de sus virtudes ha sido un manejo valiente de los silencios: no solo no los ha esquivado, sino que los ha utilizado para crear instantes diferenciados y atraer al espectador hacia el tiempo de los protagonistas, al modo de un mecanismo de seducción. Como seduce también su pop rock noventero, este sí lleno de memoria compartida.

Charlotte Wells. Aftersun

 

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