El rebobinador

Ocho arquitecturas de vanguardia en la colección Guggenheim

No hace falta subrayar que la colección Guggenheim es una de las más relevantes, en lo que a arte contemporáneo se refiere, a nivel internacional y que en ella podemos encontrar trabajos de creadores esenciales desde finales del siglo XIX. Destacan estos fondos por su calidad y también por carecer de planificaciones enciclopédicas: la actividad coleccionista, conviene no olvidarlo, está sujeta a muchas circunstancias fortuitas.

Fue en 1959 cuando se inauguró el edificio emblemático de Frank Lloyd Wright en Nueva York que alberga el Solomon R. Guggenheim Museum, uno de los símbolos de la arquitectura del siglo pasado; vamos a repasar algunas construcciones, o ecos de ellas, presentes en el acervo de esta familia.

Marc Chagall. París por la ventana, 1913
Nuestra primera arquitectura no nos ofrece un referente del todo cierto. Aunque Chagall pintó esta obra en París, no representó la vista que podía observar desde su estudio, sino que unió de forma inseparable visiones imaginarias y reales del interior y el exterior. La torre Eiffel, que por entonces inspiraba también a Robert Delaunay y Blaise Cendrars, amigos del ruso, le sirvió como metáfora de la capital francesa y tanto el paracaidista como el gato con cabeza humana, el hombre de dos cabezas, el tren boca abajo y la pareja paseando de lado pertenecen, claro, a su creatividad.

Destruyendo la realidad lógica, Chagall crea una realidad psíquica mayor; pretendía, como él mismo explicó, construir un cuadro atendiendo a consideraciones psicológicas.

Marc Chagall. París por la ventana, 1913. Colección Guggenheim
Marc Chagall. París por la ventana, 1913. Colección Guggenheim

Giorgio de Chirico. La torre roja, 1913
Los enigmáticos lienzos que realizó De Chirico en la década de los diez supusieron una inspiración clave para los surrealistas: el carácter onírico de sus composiciones proviene de su perspectiva irracional, de la falta de una única fuente de luz, la prolongación de las sombras y de un enfoque que podemos llamar alucinatorio de los objetos. Las plazas porticadas italianas o las fachadas clásicas devienen en su producción escenarios amenazadores y vacíos preparados para acoger dramas invisibles; la ausencia de acontecimientos a nuestra vista genera nostalgia, pero también inquietud si apreciamos un suceso inminente.

Decía De Chirico que todo objeto tenía dos apariencias: la real, que habitualmente percibimos, y la espectral o metafísica, que podrían ejemplificar aquellos cuerpos ocultos a nuestros ojos pero no a rayos X o a otros medios artificiales. Huellas de presencias humanas que se nos esquilman aparecen aquí en el monumento ecuestre, parcialmente tapado e identificado con la imagen del rey Carlos Alberto de Marochetti, o en las dos figuras, o estatuas, que no logran ocultar del todo las pinceladas superpuestas de la izquierda. En cualquier caso, centra nuestra atención la torre almenada, por su contundencia y centralidad, cuya energía consigue llenar el espacio.

Giorgio de Chirico. La torre roja, 1913. Colección Guggenheim
Giorgio de Chirico. La torre roja, 1913. Colección Guggenheim

Robert Delaunay. Saint-Séverin nº3, 1909-1910
El simultaneísta llevó a cabo entre 1909 y 1910 siete grandes óleos y bastantes dibujos de esta iglesia, que en su conjunto componen el primer ejemplo de serie en su producción. Esta iglesia gótica parisina, en la rue des Prêtes Saint-Séverin, interesó al entonces joven artista, que desarrolló estos trabajos en su estudio cercano; como las demás versiones, Saint-Séverin nº3 representa el deambulatorio de ese templo del siglo XV con sus bóvedas curvas, sus vidrieras y arcos góticos.

Delaunay eligió una vista que le permitiera plasmar los arcos inclinados y las columnas abultadas en el lugar en que el deambulatorio describe una curva alrededor del coro y que, además, le permitía utilizar colores modificados por la luz procedente de las vidrieras. El monocromatismo de esta imagen parece relacionarse con la obra de Cézanne; de hecho, el propio Delaunay explicó que el motivo de Saint-Séverin surgió para él en un periodo de transición entre aquel y el cubismo o, más bien, entre Cézanne y sus Ventanas.

Robert Delaunay. Saint-Séverin nº3, 1909-1910. Colección Guggenheim
Robert Delaunay. Saint-Séverin nº3, 1909-1910. Colección Guggenheim

Juan Gris. Casas de París, 1911
Este paisaje urbano lo realizó Gris mientras vivía en Montmartre, en el Bateau-Lavoir que también conoció Picasso. Aunque fue su amigo y el de Braque, Gris no fue seguidor suyo y evolucionó hacia el cubismo de manera individual, más bien bajo la influencia del citado Cézanne. Pintó sus primeros óleos en 1911 y es posible que estas vistas sean las que apreciaba desde aquel lugar, que daba a la place Ravignan.

Esta pintura refleja aquel cubismo temprano en el español, a través del edificio levemente aplanado, el ángulo inclinado de los elementos arquitectónicos, el énfasis en la línea como parte del diseño y el colorido grisáceo, con tonos azules, verdes, rosados…

Juan Gris. Casas de París, 1911. Colección Guggenheim
Juan Gris. Casas de París, 1911. Colección Guggenheim

Kazimir Malévich. Por la mañana, después de la tormenta, en la aldea, 1912
Este es uno de los lienzos de campesinos que Malévich pintó en 1911-1912 y en los que aparecen figuras compactas y sólidas ocupándose de labores cotidianas. En esta imagen, el que fue suprematista hace hincapié en el volumen, sirviéndose de las formas de la esfera, el cilindro y el cono; incluso la nieve se muestra estilizada en figuras geométricas. Predominan los tonos blancos, rojos y azules, con efectos casi metálicos y no naturalistas, y las formas tubulares recuerdan a las de Léger, cuya obra pudo haber conocido el autor ucraniano en la exposición “La Jota de Diamantes”, que se presentó en Moscú en 1912, o a través de reproducciones.

Kazimir Malévich. Por la mañana, después de la tormenta, en la aldea, 1912. Colección Guggenheim
Kazimir Malévich. Por la mañana, después de la tormenta, en la aldea, 1912. Colección Guggenheim

Yves Tanguy. Palacio promontorio, 1931
Tras su viaje a África en 1930, Tanguy trabajó en un grupo de paisajes a los que se ha llamado les coulées (las coladas), por su carácter fundido. Puede que el más destacado sea este Palacio promontorio, en el que una masa rígida en múltiples niveles domina una llanura vasta. La mesa ondulada y los otros accidentes que aparecen en primer plano en el centro parecen firmes, mientras que el paisaje viscoso alrededor simula sucumbir a una fuerza fundidora.

Las pequeñas formas abstractas que pueblan la escena se hallan en varios estados de metamorfosis; algunas parecen derretirse y otras se desmoronan o segregan líquidos o gases; varias parecen antropomórficas y por eso nos turban. Una línea de formas globulares desciende por la pendiente hasta el borde de un acantilado, donde dos formas se han rendido ya, comenzando a caer fundidas por el precipicio para unirse al mar de materia fluida que hay abajo. Sobre la cumbre más elevada, o el palacio, emanan chispas de una torre parecida a una espina; a la derecha, una aparición similar a un cabello se desvanece en la atmósfera de un cielo vacío.

La fuerza de imágenes como esta se encuentra en el delicado contraste entre la libertad de la imaginación y la fisicidad de estas impresiones.

Yves Tanguy. Palacio promontorio, 1931. Colección Guggenheim
Yves Tanguy. Palacio promontorio, 1931. Colección Guggenheim

Jean Dubuffet. Puerta con grama, 1957
Tras mudarse a Vence, al sur de Francia, en 1955, Dubuffet comenzó a interesarse por las puertas e incluso le compró una vieja a un campesino para poder estudiarla en casa. Tomó uno de los lienzos que estaba utilizando para estudiar la estratificación y topografía geográfica, lo cortó y lo convirtió en puerta; después le añadió partes de otras pinturas, de modo que “representara una pared, el umbral y el suelo. Algunos de esos elementos, destinados a mis ensamblajes, eran el resultado de una técnica especial que consistía en sacudir un pincel sobre el cuadro, tendido en el suelo, y cubrirlo con una pulverización de gotas diminutas. Es la técnica, llamada tirolesa, que utilizan los albañiles al escayolar las paredes para conseguir determinados efectos suavizantes…”.

Jean Dubuffet. Puerta con grama, 1957. Colección Guggenheim
Jean Dubuffet. Puerta con grama, 1957. Colección Guggenheim
Fernand Léger. Constructores con la cuerda, 1950. Colección Guggenheim
Fernand Léger. Constructores con la cuerda, 1950. Colección Guggenheim

Fernand Léger. Constructores con la cuerda, 1950
Constructores con la cuerda forma parte de un tema principal, Los constructores, en el que trabajó Fernand Léger en 1950-1951. Impresionado por la cantidad de nuevas construcciones que se levantaban en la Francia de posguerra, la idea de la serie se le ocurrió al ver a unos obreros tendiendo las vigas de un edificio cerca de la carretera de Chevreuse.

Léger pone aquí el énfasis en la cuerda, tratándola como elemento rítmico al hacerla aparecer en primer plano, abajo. Sin embargo, en la versión definitiva de Los grandes constructores, la sustituyen ramas, como recurso compositivo horizontal, mientras la soga cuelga verticalmente desde una viga. En ese caso, logra contrastes más potentes entre figuras humanas, nubes y estructuras metálicas, realizadas las primeras con realismo escrupuloso.

 

 

 

 

Comentarios