El rebobinador

Futurismo, la breve tormenta

El contexto intelectual que dio pie al futurismo, el llamado entonces arte del futuro, se encuentra en los nacionalismos europeos anteriores a 1914 que explicaron el estallido de la I Guerra Mundial, y también seguramente en la sensación, por parte de los artistas italianos de aquella generación, de que habían quedado excluidos de las discusiones creativas en Europa: desde el siglo XVIII (con Tiepolo) ningún gran artista italiano era reconocido internacionalmente.

A través de publicaciones de circulación europea y de la Bienal de Venecia, que nació en 1895, los autores italianos conocían bien los avances que se producían en otros países y desarrollaron la conciencia de una urgencia: la de recuperar para el suyo la atención del mundo. En el Manifiesto futurista (1909), decía Marinetti que Italia ya había sido durante bastante tiempo el gran mercado de los vendedores de trastos viejos; a aquel Manifiesto le seguiría, al año siguiente, otro firmado por Boccioni, Carrá, Russolo, Balla y Severini en el que estos decían querer liberar a su nación de los incontables museos que la cubren como incontables cementerios.

También la literatura colaboraría al establecer, como en otros movimientos, las bases del futurismo: nos referimos a Papini, Soffici, al citado Marinetti y a periódicos como Voce o Leonardo. A través de Voce, precisamente, los impulsores del futurismo se relacionaron con el cubismo.

Balla. Niña corriendo en el balcón, 1912. Galería de Arte Moderno de Milán
Balla. Niña corriendo en el balcón, 1912. Galería de Arte Moderno de Milán

Llamativamente, antes que Mussolini los futuristas y quienes les allanaban el camino ya hablaban de imperialismo y ensalzaban la guerra como vía purificadora para hacer limpias sociales: la única higiene para el mundo, decían. También celebraban la dureza de las vidas crueles, la victoria de los fuertes sobre los débiles, la aventura… y del arte afirmaban que solo podía ser violencia.

En el origen de la creación situaban la intuición, conforme a una doctrina que, en su país, se remontaba a Benedetto Croce. Creían en la tecnología y sus rápidos métodos, en el dinamismo, el movimiento, la velocidad… Quizá no fuera casual que Mussolini fuese piloto de carreras aficionado. También compartían con el Duce su exaltación de la fuerza, pero, artísticamente, el futurismo vio llegar su fin cuando se comprometió a colaborar con el fascismo de forma explícita. Conviene dejar quizá esas consideraciones, hasta cierto punto, a un lado a la hora de contemplar las pinturas de estos autores: son lo suficientemente buenas para hacernos olvidar sus extravagancias.

En 1909, recordamos, Marinetti defendía que las bibliotecas, museos, universidades y, en general, cualquier tradición europea (el euroescepticismo no es nuevo), debían destruirse lo más pronto posible. Por suerte, su orgía destructiva solo fue teórica.

Severini. Jeroglífico dinámico del Bal Tabarin, 1912. MoMA
Severini. Jeroglífico dinámico del Bal Tabarin, 1912. MoMA

Liberados, o eso creían, de las cadenas del pasado, se enfrentaban al futuro con optimismo, pero duró poco. Es cierto que, mientras el futurismo se mantuvo vivo, Italia se sumó a la discusión artística europea: expusieron en 1912 en la Galería Bernheim-Jeune de París, donde pudieron tomar posiciones respecto al cubismo, esto es, subrayar el dinamismo que les diferenciaba frente a la planitud. También mostrarían sus obras en Londres y Berlín.

Fueron rasgos propios de la agitación futurista el ruido, la provocación, la excitación a cualquier precio. Tanto que, con el tiempo, parece que hasta Severini acabó con los nervios destrozados: él, que en sus inicios se dejó influir por el puntillismo de Seurat y que no dejó de llamar a la calma a sus compañeros.

Boccioni. La calle ante la casa, 1911. Sprengel Museum Hannover
Boccioni. La calle ante la casa, 1911. Sprengel Museum Hannover

El vitalismo obsesivo de los futuristas era tan visual como verbal. Inspirados por el cubismo analítico, cultivaban puntos de vista simultáneos de un mismo motivo representado en movimiento de rotación, impulso o salto. Ese movimiento y sus diversas fases debían ser representadas en pinturas y esculturas de modo que fueran inmediatamente visualizados, intención alcanzada en su grado más suave por Severini, colorista que, incluso en su etapa futurista, nunca perdió el contacto con el neoimpresionismo en sus escenas de bailes y danzantes.

El dinamismo de sus composiciones es poéticamente suavizado, disciplinado, y sometido a las huellas del cubismo clásico. Por eso, en aquella exposición parisina de 1912, sus trabajos fueron los que más interesaron al público francés.

Umberto Boccioni, por su parte, encarnaría con viva energía los postulados futuristas. En su diario escribió: Quiero pintar lo nuevo, el fruto de nuestra era industrial. Utilizaba formas plásticas poderosas, que finalmente le llevaron a la escultura, y una expresiva paleta, más valiente aún que la del neoimpresionismo. Desarrolló también la llamada dinámica del cuerpo humano. En los orígenes de este estilo se encontraban Cézanne y el cubismo.

Los estados de excitación y los humores emocionales penetraron en la pintura en las imágenes de Boccioni de Las revueltas callejeras o La calle ante la casa, donde las formas se vuelven transparentes: lo interior y lo exterior se conectan y se reproducen en encabalgamientos simultáneos, de la misma forma que los acontecimientos se producen en los edificios y en la calle. El tiempo, la cuarta dimensión, entra en escena, o al menos esa es la intención del artista para introducir al espectador en medio del cuadro.

El nerviosismo febril de la vida en las grandes ciudades y la embriaguez de la velocidad se convierten, en manos de Boccioni, en acontecimientos pictóricos. Pero el esfuerzo por representar el movimiento (antes del cinetismo y de los móviles) topaba con la inmovilidad de la superficie pictórica. Pese a que el futurismo pudo representar el curso de un desplazamiento de forma esquemática, parecida a las fotografías de exposición múltiple, la reproducción del movimiento en sí se le escapaba.

Esta, en sentido fiel, llegó con el cine, al que habían preparado el terreno las instantáneas de Muybridge y la cronofotografía de Marey, también importante para los futuristas. Para un espectador actual, un corredor con muchas piernas o un caballo con dos docenas de patas puede resultar insulso, sobre todo cuando el objetivo de los futuristas era representar la realidad de forma más exacta que sus predecesores. Lo que importa es el alcance de su éxito estético.

Gino Severini. El vendedor de barquillos, 1909. Colección particular

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