Fue, junto a Monet, fundador del Impresionismo, y sin embargo Renoir es todavía uno de los pintores más incomprendidos del movimiento, a veces detestado. Lo ha subrayado hoy Guillermo Solana durante la presentación en el Museo Thyssen-Bornemisza de su retrospectiva “Renoir. Intimidad”, que puede visitarse hasta el 22 de enero de 2017 y que cuestiona la creencia extendida de que la obra de este autor es más fácil; dice Solana, que es comisario de esta exposición, que el tiempo ha hecho de este artista el más difícil de los impresionistas (en el Thyssen, por ejemplo, ha sido uno de los últimos miembros del grupo en ser objeto de una retrospectiva, que se solapa por cierto con la de Caillebotte).
Esa “dificultad” podría deberse a que Renoir escapa al patrón de artista de la tardomodernidad: aparentemente anticonceptual, criticó con cierta fiereza a los intelectuales, al considerarlos incapacitados para dejar funcionar sus sentidos. También hizo ciertas afirmaciones muy cuestionables sobre las mujeres (dijo preferir que sus modelos no pensaran, aunque podríamos creer que prefería lo mismo al hablar de los pintores). Tampoco ayuda a su comprensión el hecho de que hemos terminado identificando el Impresionismo en su conjunto con la óptica retiniana de Monet, generalizando en exceso: para Renoir, cada sensación visual está ligada a sensaciones táctiles y corporales de todo orden. En esa línea, deseaba que la vista no fuese el único sentido ejercido por el espectador: Jean Renoir dijo de su padre que miraba las flores, las mujeres, las nubes del cielo…como otros hombres tocan y acarician.
Y el propio cineasta encontraba explicación al genio de su padre en su talento para introducirse en el mundo de sus modelos, fuesen o no personas, para entrar en sintonía con lo que pintaba, y a esa característica de su proceso creativo alude la intimidad de la que habla el título de esta muestra.
Para entender a Renoir tenemos que comprender que el pintor consideraba que el disfrute de sus cuadros tenía que ser parte y prolongación del disfrute de la propia vida: su producción en ocasiones ha sido menos valorada por gozosa. Ha explicado Solana que eso no quiere decir que no sea heroica: puede serlo optar por el espíritu celebratorio cuando se padece miseria (en su primera etapa impresionista) o enfermedad (la artritis reumatoide que marcó el final de su vida). Hay que recordar, además, que Renoir fue el único de los impresionistas que procedía de una extracción social humilde.
“Renoir. Intimidad” recalca, además, que no podemos circunscribir a este autor únicamente al Impresionismo: a esta etapa de su evolución se le dedican dos salas; en el resto asistimos al descubrimiento del Renoir retratista (ha sido uno de nuestros apartados preferidos, aunque los resultados de unas y otras obras sean muy dispares según su empatía con los retratados); o podemos contemplar sus escenas de intimidad femenina (toilettes, lectura, música, costura), estampas familiares y domésticas más íntimas, según Solana, que sus desnudos, y sus paisajes, un interludio en la producción de Renoir, que descansaba de sus encargos cultivando este género por puro placer y sin pretensiones. Pero el hilo conductor de su obra lo constituyen seguramente los mencionados desnudos, al fin y al cabo un género poco impresionista que reconciliaba a Renoir con la tradición, permitiéndole asimilar lo que no había podido aprender a través de sus estudios y medirse con los antiguos, encontrando él también un lugar en la historia.
Aunque el favor del público hacia Renoir no haya sido constante, sí ejerció gran influencia en artistas de vanguardia como Maurice Denis o Picasso.
Las 78 obras que componen esta exhibición han sido cedidas por el Musée Marmottan Monet, el Art Institute of Chicago, el Museo Pushkin de Moscú, el Getty de Los Ángeles, la National Gallery de Londres o el Metropolitan y entre febrero y mayo del año que viene podrán contemplarse en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
El colofón de la muestra lo pone la instalación Un hermoso jardín abandonado, que nos da la oportunidad de disfrutar (quizá como a Renoir le hubiera gustado) de Mujer con sombrilla en un jardín: haciendo trabajar nuestro olfato, tacto y oído.
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