La Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid cierra la temporada con una exposición homenaje al gran Darío Villalba. Fallecido en verano de 2018, el artista llevaba trabajando en esta muestra cerca de dos años, junto a su comisaria, María Luisa Martín de Argila, que durante la presentación ha comentado que esta es la exposición que él había soñado. A quienes nos dedicamos al arte, se nos hace extraño tener que presentar a Darío Villalba, pues lo consideramos un creador único e imprescindible dentro del arte de siglo XX español, pero es verdad que perteneció a una generación de artistas que, un tanto ajenos al informalismo y al expresionismo abstracto imperante en la década de los años sesenta, no fue especialmente bien tratada por la historiografía del arte. Esta exposición es un regalo para todos, pero quizás aún más para aquellos que por primera vez se encontrarán cara a cara con sus emblemáticos encapsulados y percibirán la emoción y sensibilidad encerrada en cada uno de ellos.
Darío Villalba (San Sebastián, 1939 –Madrid, 2018) reconoció su respeto y admiración por el trabajo de los artistas de El Paso, pero nunca se sintió identificado con sus postulados, mostrándose más afín a movimientos como el Pop y el arte conceptual, siempre desde un lenguaje muy personal y muy novedoso –quizás demasiado y por eso poco entendido–dentro de la escena española. Fue decisiva en este aspecto su estancia en Nueva York, donde asistió a la exposición de Warhol, “Flowers”, en la mítica galería de Leo Castelli, y vivió en primera persona el nacimiento del arte pop. Sería precisamente el pintor de Pittsburgh quien en 1964, siendo entonces una estrella emergente, calificara el trabajo de Villalba como “pop soul”, apreciación recuperada ahora para dar título a la exposición. Este “pop del alma” nace de la intención por parte del artista de utilizar la fotografía para reflejar y nombrar lo innombrable, retratando la condición humana a través de aquellas personas marginadas, solitarias y vulnerables que habitan las ciudades. Una “fauna humana” que al artista le resultaba fascinante.
El reconocimiento internacional le llegó pronto, durante su participación en la XXXV Bienal de Venecia, en 1970. Allí exhibió su primeros encapsulados, realizados entre 1968 y 1969, caracterizados por su fuerte colorido rosa fluorescente, a los que más tarde nos referiremos. Tras este primer éxito obtuvo, en 1973, el Premio Internacional de Pintura de la Bienal de Sao Paulo, siendo uno de los pocos artistas españoles que han logrado un galardón en una bienal internacional. Un año después empezaría su relación con la madrileña galería Vandrés y a partir de los ochenta estuvo principalmente representado por Luis Adelantado, con quien participaría en varias ediciones de ARCO. Su “capacidad de integración sintética en diálogo permanente con las corrientes de vanguardia” le llevó a ser reconocido con el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1983.
Tras esta somera presentación, volvamos a la Sala Alcalá 31, donde nos reciben nueve de esos encapsulados rosas que se expusieron en Venecia. En estas primeras piezas la fotografía es solo un recurso para construir las imágenes pero adelantan ya sus emblemáticas obras espaciales móviles. Tomadas de viandantes o extraídas de la publicidad, los personajes se aproximan al tamaño natural y están contenidos y suspendidos dentro de sus burbujas de metacrilato, protegidos del mundo exterior. A pesar del éxito cosechado en Venecia, Villalba sintió que en esta primera generación de encapsulados no quedaba totalmente clara su intencionalidad y es entonces cuando decide dar un giro a su trabajo, dejando de ser la fotografía solo una referencia y avanzando hacia el empleo de esta como pintura, uso en el que fue pionero.
En la segunda generación de encapsulados, en blanco y negro, que el artista denominó “juguetes patológicos para adultos” emplea retratos y detalles de fotografías de mendigos, ancianos, enfermos y presos. Todas las imágenes proceden de material que durante años había ido acumulando en un archivo que llamó “documentos básicos”, entre los que había numerosas fotografías tomadas por él en distintas ciudades que había visitado, otras extraídas de publicaciones y algunas compradas en tiendas de segunda mano. Seguiría ampliándolo y retomándolo como objeto de sus obras a lo largo de toda su carrera. En esta nueva serie, realizada entre 1972 y 1974, aumenta el tamaño de las obras y emplea la fotografía sin apenas manipulación, dotando a los retratos de una fuerte carga existencial, enfatizando su expresión, sublimando el dolor y transformándolo en arte. En los años noventa el artista realizó algunas versiones de varias de estas esculturas en las que según su propia descripción introduciría “algún cambio de participación, pero con el mismo espíritu”.
Debido al éxito internacional de estas piezas, muchas de ellas se encontraban dispersas por distintas ciudades europeas, por lo que la comisaria califica de logro y proeza el haber podido reunir aquí treinta de ellas. Se trata de la muestra de encapsulados más grandes que se ha realizado, después de la de la Bienal de Sao Paulo, y de la que se hizo con las mismas piezas en la Galería Vandrés (1974), y la primera en la que se pueden ver juntos los encapsulados rosas y los blancos y negros.
Además de estas crisálidas, la exposición incluye en la planta superior una serie de obras que el artista consideraba íntimamente relacionadas con ellas, como varios lienzos en los que aparecen personajes que bien podrían haber sido objeto de encapsulados. En unas y en otras está presente esa idea de la piel que tanto definió su producción y a la que de manera recurrente aludía el artista para referirse a ese “hombre con dos pieles: una la de siempre, otra su invento, su industria, su propio tejer”; o a la piel como capa externa que protege y esconde “la impúdica carnalidad interior u horror ético”.
La muestra, que permanecerá abierta hasta el 28 de julio, forma parte de la programación del Festival PHotoESPAÑA, que estos días celebra su 22 edición.
“Darío Villalba. Pop Soul. Encapsulados & Otros”
SALA ALCALÁ 31
C/ Alcalá, 31
Madrid
Del 23 de mayo al 28 de julio de 2019
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