El Museo ICO finaliza, desde hoy y con Carlos Cánovas, un ciclo de exposiciones dedicado a la fotografía de arquitectura que inició con “Construyendo mundos” en 2015 y continuó el año pasado con Gabriele Basilico. También da un paso más en su colaboración, ya fructífera, con el Museo de la Universidad de Navarra, pues esta muestra, que forma parte de la programación oficial de PHotoEspaña, pudo verse ya en Pamplona el pasado otoño y surge de un proyecto iniciado en el marco de las residencias de investigación de ese centro y de su iniciativa Tender puentes, que propone a fotógrafos contemporáneos dialogar con los fondos históricos de este centro.
Cánovas ha seleccionado de esa colección diversas fotografías, la mayoría decimonónicas, que no destacan por el carácter pictorialista habitual en la época sino por presentar temas cotidianos, en cierto modo irrelevantes, y evidenciar una relación de vecindad o cercanía entre sus autores y los espacios que captaron.
Ese es también el punto de partida del conjunto de la fotografía de este autor, que es tan fotógrafo como estudioso teórico de la disciplina y que plantea en su producción constantes reflexiones sobre la monumentalidad y el carácter simbólico de lo pequeño y cercano y sobre las posibilidades estéticas de lo inadvertido, de los entornos que, por muy conocidos, ocultan enigmas que nos pasan una y otra vez por alto.
La exhibición que presenta en ICO no es una antología en sentido estricto, pero sí podemos entenderla como una retrospectiva de sus cuarenta años de miradas al espacio urbano, sobre todo a las periferias de las ciudades, que siempre le han cautivado más que sus centros. Él ha vivido habitualmente en las afueras, y mirado y remirando esos entornos que le eran completamente cotidianos ha encontrado lo desconocido en el camino y las bases para armar su discurso estético.
Cánovas ha recordado hoy la definición de fotografía de John Berger (una extraña invención cuya materia prima es la luz y el tiempo) para completarla a su modo, añadiendo a esos factores los del espacio y la distancia, y así viene fijándose, con minuciosidad y constancia, en los cambios que los años infligen al perfil de las ciudades, cambios que son urbanísticos pero que tienen evidentes consecuencias sociales y personales. Se refiere a transformaciones con un cariz tanto público como íntimo que encuentra cierto eco metafórico en sus cielos, en las luces más o menos dramáticas del día y de la noche, en los humos de industrias con los días contados.
Trabaja en series y en Madrid nos enseña, bajo el comisariado de Juana Arlegui, 85 imágenes pertenecientes a cuatro de ellas, siendo la última, Séptimo cielo –aún en desarrollo– la única realizada en color y con tecnología digital. Es también la que a Cánovas le es más cercana, porque todas las obras las realizó en un radio de dos kilómetros y medio respecto a su casa. Preparar esta exhibición ha sido para él, además, una oportunidad para enfrentarse a la abundancia y complejidad de su propio archivo, para recontextualizarlo y rejuvenecerlo, según ha contado hoy.
En esos cuatro conjuntos parcialmente expuestos ha buscado el fotógrafo lo poético y lo bello donde habitualmente no esperamos encontrarlo, tratando de hacer personal y también simbólico el espacio urbano de los suburbios. Otra nota común entre las series es la ausencia casi completa de figuras humanas, porque su presencia desviaría la atención del espectador y a él le interesa, más que nada, narrar los escenarios; pero los habitantes de estos paisajes metropolitanos siempre forman parte latente de las obras, sea en forma de deterioro de un muro o de sábanas colgadas, de grafiti o de huella de un vehículo.
La primera de las series de la muestra es Extramuros, datada en los ochenta, y es también la más próxima de todas al documentalismo, pero está marcada igualmente por aires de nostalgia derivados de su atención a los cielos y a la luz del día. Ya a partir de 1992, y hasta 2005, trabajó Cánovas en Paisaje anónimo, un proyecto más personal donde dio mayor cabida a lo poético. Sus imágenes podrían estar tomadas en cualquier lugar, porque en la obra de este fotógrafo lo local es metáfora de lo universal, los espacios resultan intencionadamente intercambiables y los títulos son, también a propósito, poco definitorios.
En cierto modo, Paisaje anónimo es fruto del aprendizaje extraído de Extramuros: en aquella serie temprana buscó alcanzar la neutralidad emocional con la cámara y terminó concluyendo que era imposible y que no podía despojarse de los afectos a la hora de fotografiar, ni siquiera teniendo ante él fábricas o descampados.
Esta es su serie más extensa, aunque en Madrid se presenta reducida dado que en Pamplona se mostró hace pocos meses más completa. Tanto en su ejercicio de mirar como en sus procesos de trabajo luchaba ya –y sigue en ello– contra la velocidad, sin miedo ninguno a la lentitud, encontrando geometrías evocadoras en los frenazos en la carretera y en las torres de las industrias, coreografías sincronizadas en las ramas de los árboles e incluso cierta poesía en los desperdicios de un botellón. Hace caso a Bernard Plossu, que afirmaba que la mejor fotografía llegaba siempre al final del día, al final del camino, tras buscar un poco más… así le ocurrió, de forma muy clara, en un proyecto realizado en el puerto de Alicante: la última foto capturada, esta de aquí abajo, fue la mejor, y ahora se expone en el Museo ICO.
Un ejemplo notario, y cercano a ese de Alicante, de su concepción simbólica de los espacios urbanos es su imagen de la pared rota de una construcción abandonada en Bilbao: contiene el mensaje de que todos los muros por algún sitio se rompen.
La tercera serie en la exhibición, Paisaje sin retorno, se fecha en 1993-1994 y es contemporánea a Paisaje anónimo aunque dialoga, en la planta superior de ICO, con Séptimo cielo. Consta de las fotografías que Cánovas llevó a cabo para documentar el urbanismo bilbaíno antes de los profundos cambios que iba a experimentar la ciudad después, coincidiendo, más o menos, con la inauguración del Guggenheim.
Cánovas dejó constancia del Bilbao que fue y ya no iba a ser, de la destrucción de un paisaje que era físico, pero también social y emocional. Las luces en estas fotos se hacen más dramáticas, como los cielos, y en muchas nos enseñaba el artista las dos caras de la ría: la negrura industrial y la calma del agua, o alguno de los barrios entonces radicalizados, como el de san Ignacio. Parte de estos trabajos –también varios de Séptimo cielo– nacen del ensamblaje de varias imágenes, procedimiento que ralentiza los tiempos pero que interesa mucho a Cánovas, precisamente por eso y por su plus de dificultad técnica.
Seguía trabajando aquí en blanco y negro y en algún caso se arrepintió, como cuando fotografió contenedores con polvos de hierro rojizo que pudieron haber alcanzado mayor expresividad en color. Algunas de las fotografías son nocturnas, y esas luces crepusculares también refuerzan nuestra impresión de encontrarnos ante paisajes agotados y sin futuro.
Son escasas sus imágenes verticales y las panorámicas, porque él tiende a los formatos cuadrados, y casi nulas las dedicadas a acontecimientos, por su querencia por los escenarios. La excepción es una fotografía de un edificio ardiendo en Olabeaga.
Séptimo cielo, por último, toma su nombre de un grupo de rap y de un grafiti encontrado cerca de su casa y recoge estampas –elaboradas, como decíamos, mediante el solapamiento– de pueblos próximos a Pamplona que con el tiempo se han convertido en zonas residenciales de la ciudad. Comenzó a desarrollar esta serie en 2007, ya en color porque los procedimientos actuales de la fotografía digital le permiten controlar por completo los resultados.
Habla en ella de nuestro concepto de casa o de hogar, del sentido crítico, irónico o poético de los signos que moran en suelos y paredes, de la nostalgia del mar y de la naturaleza. Dada la amplitud de la serie, Cánovas ha decidido estructurarla aquí en cuatro ámbitos (Límites, enclaves, climas y signos), buscando demostrar en unas y otras secciones que si, potencialmente, un rostro contiene todos los gestos, un lugar puede contener, también potencialmente, todos los tiempos.
Para saber más de la conciencia de lugar del artista, dos vídeos nos esperan al final de la exposición: uno que resume la trayectoria y la obra de este autor y otro que recoge el contenido de una conferencia sobre su trabajo.
“En el tiempo. Carlos Cánovas”
c/ Zorrilla, 3
Madrid
Del 30 de mayo al 9 de septiembre de 2018
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: