Todos sabemos que la naturaleza muerta ocupa, en las historias del arte elaboradas desde hace varias décadas, un lugar fundamental entre los géneros pictóricos del arte occidental, pero no siempre fue así: también fue considerado género menor e incluso mero ejercicio académico de imitación para quienes deseaban convertirse en artistas de verdad dando lo mejor de sí en escenas históricas y religiosas o en paisajes y retratos. Esa cierta discriminación tenía origen en el Renacimiento, periodo en el que se daba prevalencia a la pintura de corte narrativo y contenido concreto, ideológico, filosófico o político, frente a la apabullante sencillez de los objetos, incluso aunque fueran lujosos. Hubo que esperar para que ciertos artistas, como Chardin, introdujesen en sus naturalezas muertas elementos de acción o suspense, como un gato a punto de devorar el manjar o un cuchillo que podría caerse.
Paulatinamente, las élites mejoraron su opinión de este género, en parte porque lo concibieron como medio de representación de la riqueza y, más tarde aún, se acercaron al bodegón los burgueses y las clases populares, que decoraron sus casas con estas pinturas.
Centrándonos en Europa, el bodegón español ha tenido una relevancia particular: no podemos dudar de su parentesco con modelos flamencos o italianos, pero con el paso de los siglos llegó a desarrollar un lenguaje visual propio.
Y precisamente a su evolución a lo largo de 400 años dedica hasta mayo una extensa exposición el centro BOZAR de Bruselas en la que se toma a Sánchez Cotán y a sus contemporáneos como puntas de lanza en el desarrollo de esas naturalezas muertas que nos son propias.
El género conoció en nuestro país un éxito sin precedentes en los últimos compases del periodo barroco, un cierto abandono en el siglo XIX y un regreso a los lienzos para convertirse en campo de batalla de las vanguardias, en el primer territorio donde germinarían los juegos de planos del cubismo.
Bajo el comisariado de Ángel Aterido, se han reunido en la capital belga 77 bodegones cedidos por coleccionistas particulares y por grandes museos internacionales, entre ellos el Prado y el Reina Sofía, también los Uffizi, el MoMA, el Louvre, el Pompidou o la National Gallery de Londres, pero Aterido no ha concebido esta muestra como una reivindicación de la naturaleza muerta sino como una exaltación de la pintura española en general, tomando el bodegón como embajador de lo mejor de ella: la atención a lo cotidiano, el tratamiento del claroscuro, el cuidado del simbolismo presente en objetos profanos o las referencias religiosas y filosóficas. Mensajes complejos sobre la mesa desconchada.
A Bélgica han viajado Cristo en casa de Marta y María de Velázquez, dos naturalezas muertas de las doce que pintó Goya y otras dos, de tono romántico, de Sorolla, que también ensayó su luz en bodegones. También ejemplos cubistas de Picasso y Juan Gris, asociaciones de objetos surrealistas de Dalí, obras abstractas de Fernando Zóbel y trabajos de dos artistas vivos que dan fe de que el bodegón también lo está y puede seguir siendo terreno propicio a la experimentación. Hablamos de Antonio López y de Miquel Barceló, este último representado con su muy táctil La gran cena española cedida por el Reina Sofía.
“Spanish Still Life. Velázquez, Goya, Picasso, Miró…”
Rue Ravenstein, 23
Bruselas
Del 23 de febrero al 27 de mayo de 2018
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: