Un año después de que el Museo Reina Sofía dedicara una exposición al arte brasileño sobre el que teorizó Mário Pedrosa, en la que estuvieron representados artistas de la generación inmediatamente anterior a Artur Barrio que, en ocasiones, trabajaron con lo sensorial, el centro brinda una muestra al que fue Premio Velázquez en 2011, un autor con evidente vocación crítica hacia el mercantilismo artístico y con una tenaz voluntad de desestabilizar y de cuestionar todo tipo de convenciones dentro y fuera de las instituciones museísticas.
Su ámbito de trabajo es el arte de acción: hablamos de un artista, fundamental entre los de su generación en Brasil (nació en Oporto, pero reside allí desde niño), que, además de buscar romper cualquier frontera posible entre vida y creación, ha cuestionado continuamente el rol del artista, sus maneras de pensar y actuar.
Aunque se ha mantenido al margen de corrientes y colectivos y sus procesos creativos son del todo personales, la producción efímera de Barrio ha de entenderse en el marco del ámbito cultural de un país tempranamente consciente del eurocentrismo dominante en la concepción internacional del arte, un Brasil en el que esa huella europea y la potente herencia de Max Bill se conjugó con las raíces indígenas y con un tratamiento muy particular del espacio.
Barrio fue buen conocedor de las ideas de Pedrosa y de la obra de Oiticica, Pape y otros artistas que radicalizaron, como él, sus lenguajes personales, pero optó por llevar esa radicalidad por caminos propios: su elección de materiales pobres o deliberadamente repulsivos es una opción ética y política nacida de su deseo de reivindicar un mundo olvidado dominado por la pobreza y también la experiencia de la calle y de la vida. El papel higiénico, los desechos o la sangre le sirven para desmaterializar la ciudad y redefinirla y, cuando los emplea en intervenciones (situaciones) a pie de calle genera en los ciudadanos una incertidumbre que forma parte de su creación y que es, a su vez, creadora.
En uno de los textos presentes en la exposición –que comparte planta con la fotografía muy social de Marc Pataut– explica Barrio que busca el contacto con el todo que se menosprecia por su carácter discrepante, una discrepancia que encierra una realidad radical, pues existe aunque se oculte a través de símbolos. Afirma el artista que en su trabajo las cosas no se representan, sino que se viven, y requieren del espectador, en la calle o en el museo, una inmersión, el zambullirse.
Fue a finales de los sesenta cuando Barrio comenzó a llamar a sus acciones situaciones. Aunque nacen de lo íntimo, generan contextos en espacios abiertos y cerrados, y cuando discurren en galerías o museos las bautiza como experiencias. Crean aromas, perecen como la propia vida y recalcan las fronteras –las actuales y las de siempre– entre el arte en sí y el mundo (que llamamos del arte) que lo rodea, marcado por reglas y principios a los que la creación debería ser ajena.
Para desarrollar sus proyectos efímeros y provocadores, de los que nada queda en el tiempo salvo su registro documental o audiovisual, renuncia a su encuadre como artista y a recuperar, de hecho, su trabajo, que crea para después abandonar, en su noción de autoría y en su misma materialidad. Como es muy consciente de la tensión entre el arte perecedero y el conocimiento que puede extraerse de él, siempre ha desarrollado, en paralelo a sus acciones, un archivo en el que textos y poesías adquieren un papel importante.
La exposición del Reina Sofía, comisariada por João Fernandes, se estructura en dos apartados: el primero supone una revisión de ese archivo (dibujos, vídeos, fotografías…) a partir de una selección de sus proyectos, como el que realizó con rollos de papel en un parque de Río de Janeiro buscando crear nuevos espacios desde un enfoque lúdico y participativo, a principios de los setenta; su célebre Libro de la carne; 4 movimientos, un trabajo realizado junto a una pescadera durante su faena diaria de venta de pescado, o Vuelvo en 5 minutos, una situación de 1981 en la que el artista se adentraba en túneles de madera, en una oscuridad casi total, durante ese periodo de tiempo, hasta salir a la luz. También su lanzamiento, en 1970 en las calles de Río de Janeiro, de sacos con sangre, uñas, orina, cabellos, saliva…
Un segundo apartado consta del proyecto que Barrio ha llevado a cabo específicamente para el MNCARS en los días previos a la apertura de la exposición: en dos salas bañadas de café, nos propone leer en voz alta los carteles que ha dispuesto en el suelo, que cuentan con mensajes unitarios o fragmentados, entre ellos una clave para entender su producción: Tu prisa no es mi prisa. No solo nos invita a leer en alto, también a adquirir como costumbre el imaginar y extraer nuestras propias conclusiones: Desarrollar una idea en el momento de ocupar un espacio es mucho más interesante que obedecer a un tema, aunque ese tema ofrezca un gran espacio de libertad.
Algunos de esos mensajes dispersos en el suelo están relacionados con su estudio de la utilidad o inutilidad del arte y de sus políticas, y con su deseo de crear fricciones en la cotidianidad, de la calle y del museo. Podemos considerar el conjunto de su obra como una crítica despiadada a la noción del arte como objeto del que un sistema de producción, circulación y consumo puede apropiarse, y como un ejercicio de defensa de la libre expresión (orgánica, precaria, sensorial) de la creatividad.
En 1969, formuló Barrio su manifiesto Estética del Tercer Mundo, en el que comenzaba situándose contra las categorías artísticas, contra los salones, contra los premios, contra el jurado, contra la crítica de arte, y desde entonces se ha servido de su propio cuerpo tanto como instrumento para la acción directa como para la interacción con el contexto; es decir, como obra de arte y como soporte de acciones que son tan conceptuales como políticas, un llamamiento –este sin fecha de caducidad– a favor del pensamiento libre y la desobediencia.
“Artur Barrio. Experiencias y situaciones”
MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS
c/ Santa Isabel, 52
Madrid
Del 22 de mayo al 27 de agosto de 2018
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