A medio camino entre la escultura y la instalación, sus creaciones frágiles y delicadas constituyen una metáfora de la levedad y lo inaprensible de la edad contemporánea. Esta sensación de delicadeza viene acentuada por el uso de materiales como la parafina, la cera o el papel, así como por el uso de proyecciones de luces y sombras. A comienzos del nuevo milenio realiza una serie inspirada en una solitaria estancia en Alemania que le lleva a imaginar el país a través de datos puramente visuales y superficiales. Este interés por conocer la realidad a través de la riqueza de su piel, de lo meramente superficial, es una constante en su obra. El perfil minimalista de sus piezas se conjuga con sus raíces asturianas, presentes tanto a través de los títulos escritos en su lengua materna-, como del cuidado con el que algunas de ellas se integran en el paisaje -como se aprecia en su instalación del monte Monsacro (1992). Su lenguaje esencial también se sirve de materiales más pesados y contundentes como la madera, el aglomerado, el hierro o el aluminio, y tampoco ignora la fotografía, como demuestra su retablo de veintiún imágenes titulado La vida humana. Dentro de sus individuales puede mencionarse “Ocupación”, Sala Oviedo y Feria Internacional de Clermont Ferrand, Francia (1990) o “En el Interior”, Museo Barjola, Gijón (1997).