Andrew Wyeth, pintar lo que se ama

El Museo Thyssen-Bornemisza dedica una retrospectiva al pintor y confronta su obra con la de su hijo Jamie

Madrid,
Andrew Wyeth. Lejanía, 1952. The Phillips and Jaime Wyeth Collection.
Andrew Wyeth. Lejanía, 1952. The Phillips and Jaime Wyeth Collection.

De no ser por su salud frágil en la infancia, es posible que hoy no habláramos de Andrew Wyeth como uno de los grandes pintores del paisaje americano. Aquella debilidad física motivó que su padre, ilustrador de profesión, le introdujera, bajo sus propias directrices, en el mundo del dibujo, y su influencia fue fundamental, al menos hasta que Andrew conoció las acuarelas de Winslow Homer, que le impresionaron profundamente.

Su primera muestra individual se produjo en 1937 (un año antes había participado en una colectiva junto a su familia) y fue un éxito: logró vender todas las obras expuestas solo durante el primer día. Tras aquellos primeros pasos con fortuna, el artista se decidió por dedicarse por entero a la pintura, y lo hizo desde siempre desde su país natal (apenas salió de los estados de Pennsylvania y Maine) y con un estilo austero por el que apostó desde sus comienzos y que nunca abandonó: quiso representar lo inmediato sin perder por ello atención a los detalles, en su paleta predominan los colores tierra y gracias a la técnica del temple al huevo, que comenzó a emplear en 1940, pudo crear superficies mates.

En línea con los pintores asociados a la llamada American Scene, Wyeth representó paisajes de su país, aunque también se interesó por la figura humana, y dos modelos femeninas protagonizaron buena parte de su obra: Christina Olson y Helga Tesford. La primera aparece en una de las pinturas más celebras de Wyeth, Christina´s World, y en numerosísimos retratos hasta la muerte de ella, en 1969; la segunda era una vecina a la que retrató a escondidas durante más de una década, entre 1971 y 1985. Se trata, en cualquier caso, de modelos que conocía bien, con quienes mantenía una relación personal: no representaba lo que le era ajeno.

Andrew Wyeth. Mi joven amiga, 1970. Museo Thyssen-Bornemisza
Andrew Wyeth. Mi joven amiga, 1970. Museo Thyssen-Bornemisza

Desde aquella primera exhibición en la que cautivó el favor del público, este no dejó nunca de acompañar a Wyeth, que fue el primer artista vivo en protagonizar una muestra en el Metropolitan, en 1976.

Hasta el próximo 19 de junio, el Museo Thyssen-Bornemisza dedica al pintor una retrospectiva organizada en colaboración con el Denver Art Museum y compuesta por sesenta obras, varias inéditas. Podemos en ella, además confrontar su producción con la de su hijo Jamie, comprobar cómo muy a menudo el trabajo de ambos discurrió en paralelo, e incluso que ambos se incentivaron mutuamente con desafíos compartidos.

Como su padre, Jamie también realizó sus obras en Pennsylvania y Maine, aprendió el oficio en su familia, desde la más absoluta dedicación y tenacidad y también al margen del ruido de la esfera artística. Ambos pintaban motivos y paisajes cercanos, lo que conocían y amaban en palabras del comisario Timothy J. Standring; trabajaban desde la emoción y también compartieron cierto gusto por un humor oscuro y por las composiciones de aire teatral. A los dos les interesaba sobre todo lo cotidiano, y se sentían cómodos pintando aquello que conocían bien, fuesen personas o paisajes, pero si bien Andrew se recrea en la plasmación de la vertiente del entorno en la que le gusta reconocerse, Jamie busca en torno a sí aquello que le genera extrañamiento.

La exposición del Museo Thyssen se ha planteado a modo de conversación entre padre e hijo y partiendo de los temas que estructuran la producción de ambos: Padre e hijo; Amigos y vecinos; Lugares compartidos; Desnudos; Animales; Control y exuberancia y Extraños prodigios.

CINCO INSTANTES DE LOS WYETH

Lejanía, 1952. Es uno de los primeros trabajos que Andrew Wyeth realizó en pincel a seco y en él retrató a su hijo fijándose al máximo en los detalles y tratando de plasmarlos con la máxima nitidez. Quería representar un instante fugaz, pero no congelado. La peculiar mirada a lo lejos de Jamie tiene una explicación: el niño se dio cuenta de que había perdido un juguete en la hierba y sus ojos lo buscaban.

Andrew Wyeth. El roble, 1944. National Gallery of Art, donación de Edward Hyde Cox
Andrew Wyeth. El roble, 1944. National Gallery of Art, donación de Edward Hyde Cox

Maíz para sembrar, 1948. Pintó aquí Andrew Wyeth el desván de la casa de unos amigos, Alvaro y Christina Olson, tratando de reflejar hasta qué punto la personalidad de sus moradores se refleja en los espacios. Como él explicaba, Creo que una persona impregna un sitio… En los cuadros que representan esa casa, las ventanas son casi unos ojos, o fragmentos del alma. Cada ventana es para mí una parte distinta de la vida de Christina.

Mi joven amiga, 1970. Esta obra de Andrew pertenece a la colección del Thyssen. Con tonos claros y terrosos, el artista representó aquí a Sissy Spruance, una joven que trabajaba en las cuadras de un rancho cercano a la residencia del pintor en Brandywine. Él decía: Con el temple puedo construir la imagen a base de capas, tal y como se construyó la tierra. Esas finas veladuras le permitían lograr un detallismo extraordinario en las texturas.

Barracón, 1976. Andrew Wyeth no pintó desnudos hasta 1968, y comenzó a fijarse en este género, entre otras circunstancias, viendo los que realizaba Jamie de su prima. En el de esta muchacha negra jugó con los contrastes cromáticos entre su piel y las sábanas y también cuidó al máximo el impacto lumínico en el conjunto.

Lluvia de meteoros, 1993. Esta es una de las pinturas más originales de Jamie: representa a un espantapájaros vestido con una casaca militar decimonónica muy presente en otras obras, tanto de Jamie como de Andrew. Para realizarlo, el artista utilizó nada menos que perlas molidas de un collar de su esposa; con ellas fabricó el pigmento que usó en las estrellas que vibran en el cielo.

 

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