Las calles serán nuestras pinceladas y las plazas nuestras paletas. Mayakovsky
Además de un buen número de publicaciones articuladas desde distintos enfoques, este 2017, año en que se conmemora el centenario de la Revolución Rusa, nos ha traído tres grandes exposiciones internacionales que exploran el arte que acompañó el periodo trascendental transcurrido entre 1917 y los años treinta, entre el fin del zarismo y las expectativas de justicia y el abrupto fin del sueño de la mano de Stalin.
El 11 de febrero, la Royal Academy londinense abrió al público “Revolution: Russian Art 1917-1932”, cuyo planteamiento ha tomado, en lo posible, como fuente de inspiración una notable exposición celebrada en Rusia antes del mandato del georgiano. En los quince años que analiza este proyecto el arte ruso vivió una etapa de florecimiento y enormes expectativas, tan breve como audaz, y quizá sea esta la muestra que ha estudiado hasta ahora de forma más exhaustiva ese periodo.
En Londres podemos ver las innovaciones rítmicas de Kandinsky, las abstracciones dinámicas y la pureza geométrica de Malevich y los suprematistas -cuando la objetividad dejó de tener sentido-, los esfuerzos de los constructivistas (Tatlin, El Lissitzky, Popova y Rodchenko) por cuadrar el círculo conjugando las formas concretas de la arquitectura y la fotografía y los valores del arte por el arte, y los primeros pasos del realismo socialista, que antecedería a los años en que el único arte aceptado por el poder fuese el puesto al servicio del comunismo. A mediados de los años veinte el régimen ya miraba con desaprobación el radicalismo y la abstracción y en 1932 se crearía la Unión de Artistas de la URSS, encargada de imponer el citado realismo socialista como estilo único.
Predomina en esta exposición la pintura, pero también se exhiben en la Royal Academy esculturas, fotografías, cine de pioneros como Eisenstein y Vertov (los bolcheviques se apresuraron a identificar el potencial del cine para influir en las masas) y carteles propagandísticos: hay que recordar que, dejando de lado lo repetitivo y manido de los mensajes, aquellos fueron años de espléndido desarrollo para el diseño gráfico.
Además, este centro ha buscado acercar a los espectadores a las condiciones de vida en la URSS en aquellos comienzos del s XX mostrando la recreación a gran escala de un apartamento destinado a la vida comunal. En él aparecen objetos cotidianos como las cartillas de racionamiento o textiles y porcelana soviética; las aspiraciones idealistas de las creaciones artísticas chocan con la dura realidad cotidiana a la que apunta esta recreación.
Esta exhibición puede verse hasta el 17 de abril, y un mes antes, el 12 de marzo, el MoMA neoyorquino cierra “A Revolutionary Impulse: The Rise of the Russian Avant-Garde”, que amplia algo el rango temporal de estudio de la anterior, exponiendo arte ruso datado entre 1912 -cuando se considera que comenzaron a germinar ideas revolucionarias en la creación soviética – y 1935.
Alexandra Exter, Natalia Goncharova, El Lissitzky, Kazimir Malevich , Vladimir Mayakovsky, Lyubov Popova, Alexandr Rodchenko, Olga Rozanova, Vladimir y Georgii Stenberg y Dziga Vertov son algunos de los nombres presentes a través de pinturas, dibujos, esculturas, grabados, libros y diseño gráfico, cine, fotografía y maquetas arquitectónicas.
La muestra del MoMA incide en cómo el sentido de urgencia creativa en torno a 1917 y la convicción de muchos artistas de formar parte de una cruzada radical en favor de una transformación sociopolítica sin precedentes ejercieron una influencia destacada sobre posteriores movimientos del siglo XX, dentro y fuera de Rusia.
Y, de regreso al continente, el Stedelijk Museum de Ámsterdam alberga, hasta el 30 de abril, “Constructing the new man”, que cuenta con fondos procedentes exclusivamente de la colección de este centro holandés y que presta especial atención a los ámbitos del cine y el diseño gráfico.
Esta muestra recuerda que, tras la revolución y la subsiguiente guerra civil (1917-1922), el régimen soviético utilizó carteles y películas como poderosas herramientas de propaganda de sus reformas económicas. Llegaron a filmarse en la URSS, para hacernos a la idea, un centenar de filmes anualmente.
La cartelería -que era parte integrante de la vida cotidiana, tanto o en mayor medida que hoy- era un medio atractivo para los artistas dedicados a la construcción de una imaginería de la sociedad socialista. Algunos pensaban que la caricatura satírica tradicional era la mejor manera de llegar al proletariado; otros utilizaron técnicas de edición fotográfica y cinematográfica dando forma a un nuevo lenguaje visual constructivista.
Se buscaba que estos ejercicios visuales (abundaron los collages) inspiraran a la gente común a sumarse a los mensajes transmitidos, pero esta esperanza pronto resultó infundada: cuando el poder percibió que el fotomontaje tenía un atractivo limitado para las masas, en 1932 Stalin lo rechazó como un “formalismo” oscuro, sustituyéndolo por un realismo socialista documental que se centraba en el retrato heroico del nuevo hombre soviético (idealizado).
El cartel político ruso más temprano en la colección del Stedelijk forma parte de la exposición: se trata de una instrucción para los soldados del ejército rojo y se fecha hacia 1918. También exhibe el Stedelijk otros carteles políticos de los años 20 y 30, portadas de libros y diseños tipográficos, pinturas de Malevich y la que es, quizá, la secuencia más célebre de Octubre: la de la toma del Palacio de Invierno en San Petersburgo.
Hay más largometrajes en Ámsterdam: la película cómica The Three Million Trial (1926) de Yakov Protazanov (que, a pesar de ser declarada demasiado occidental por la censura, no fue prohibida) y Enthusiasm: Symphony of the Donbas, de Vertov, la primera película rusa cuyo montaje de audio incorporaba sonidos industriales.
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