¿Habéis escuchado alguna vez Abbey Road?. Seguro que sí. Os voy a pedir que lo hagáis mientras leéis esto, en concreto las pistas 6 y 7, I Want You (She´s So Heavy) y Here Comes the Sun. No tiene por qué ser ahora, puede ser esta noche, mañana o dentro de 1 mes, este artículo os estará esperando. Porque vamos a visitar esta obra musical como el arquitecto hace una visita de obra a un edificio en construcción.
Y es que Abbey Road está en construcción. Parece algo acabado, pero no lo está. Y, como le ocurre a las grandes obras, no lo estará nunca.
Así que, antes de entrar, lo primero que tenemos que hacer es protegernos. Una obra es un lugar peligroso, inestable, y al visitarla debemos tomar precauciones. Por lo tanto poneos los cascos (si no lo hacéis corréis el peligro de que os caiga encima una conversación del vecino de asiento del metro o una llamada de móvil inoportuna) y estad atentos: lo más importante es no extraviarse. No sería la primera vez que algún despistado se pierde en una gran obra de la que no ha sido capaz de salir.
Ya estamos preparados para entrar.
(Antes de seguir leyendo, dadle al play)
Minuto 0:00
La entrada es muy brusca, directa. Un espacio con 6 notas en 5 grupos que aparecen sobre todo lo demás como una esbelta estructura. Si fuéramos músicos diríamos que es un compás de 6/8 en 5 movimientos. Pero es que ahora somos arquitectos. Hay una luz sucia, horizontal, iluminando el espacio que apenas pisamos cuando un empujón (prolongación de notas LA y FA) nos traslada a un vestíbulo.
Sentimos calor, pero ya no hay luz. Avanzamos a tientas, agarrados a una voz que nos dice que nos quiere, nos quiere mucho. Cuando nuestros sentidos se han adaptado a la oscuridad, todo se ilumina mediante lo que parecen sucesivos golpes de platillo y nos muestran una gran sala, muy sencilla pero hermosa y bien ordenada. Una cuadrilla trabaja terminando de instalar unos caros paneles fenólicos a medio montar mientras nosotros avanzamos. La voz nos sigue acompañando y, aunque sabemos quién es, hay algo en ella que nos intranquiliza, sobre todo cuando asegura que acabará volviéndose loca. Cuando esto suceda esperamos que nos pille muy lejos de allí.
La sala tiene una única planta, extensa pero bajita. Tiene una disposición basilical, como las catedrales, con un alargado espacio central iluminado cenitalmente, rodeado de robustas columnas y flanqueado por dos espacios. Mientras recorremos estos espacios laterales nos envuelve la penumbra que solo rompe el repetitivo sonido del FA de un sintetizador. ¿Qué hace aquí esto? Los acabados, el suelo tosco de adoquines de granito, las instalaciones vistas… no parece el mismo lugar, pero en cuanto damos dos pasos atrás volvemos al largo espacio central cuyos delicados acabados y techo luminoso nos devuelven a lo conocido, lo seguro, nuestra zona de confort. A medida que avanzamos por ella nos fijamos en el pulido suelo de mármol blanco y el estucado de las paredes del fondo. Un solador replantea los bloques de piedra mientras en el otro extremo de la sala los asientan sobre la mezcla de arena y cemento, utilizando un martillo con punta de goma cuyo golpeo reproduce un ritmo rápido y continuo. Quizás deberíamos indicar a los trabajadores que el replanteo que están realizando es demasiado monótono, pero el proyecto de ejecución así lo describía, así que les dejamos terminando su trabajo mientras avanzamos por la nave central.
De todos modos, mientras recorremos la sencilla composición de la sala, seguimos pensando en esos espacios laterales oscuros. Algo nos atrae hasta el punto de acabar aburridos de esa luz cenital y sus cuidados detalles, y volvemos a meternos en la tenue luz del sintetizador.
Minuto 1:50
A medida que avanzamos por los suelos irregulares de granito vemos al fondo una puerta entreabierta que da paso a algo que nos resulta familiar. La curiosidad nos hace traspasarla para encontrarnos con el espacio de la entrada. ¿Os acordáis? Los 5 grupos de 6 notas, luz sucia… La única diferencia es que esta vez la voz que nos acompaña insiste con un lamento (es tan… fuerte…). Ahora el espacio nos resulta más grande, parece que se repite, mientras el sintetizador se vuelve loco, pero de nuevo un brusco empujón nos devuelve a la sala central.
Minuto 2:23
¿Es la misma sala? La luz, el suelo, las columnas… todo es igual, pero algo ha cambiado. Yo creo que es el ritmo del martillo de punta de goma del solador. Ahora su golpeo es más lento, más jazz… Es curioso cómo cambia la manera de percibir el espacio algo tan sencillo como un martillo.
En fin, dejemos de divagar y hagamos nuestro trabajo. Somos la Dirección Facultativa y tenemos mucho que hacer. Recorramos de nuevo los espacios, revisemos las juntas, los encuentros, los armados…No hay prisa.
La voz, que ya sabemos que pertenece al jefe de obra, escucha nuestras indicaciones, aunque siempre nos queda la duda de si nos hace caso, pues su comportamiento es cada vez mas raro.
Minuto 4:26
Lo más extraño empieza después de haber revisado de nuevo los ya conocidos espacios: escuchamos al jefe de obra lanzar un grito desgarrado. Ya nos estaba avisando, eso es verdad, no debería pillarnos desprevenidos. Pero lo peor ocurre cuando se va la luz y poco a poco se va rompiendo la realidad. Ahí están de nuevo las 6 notas en grupos de 5, pero ahora se repiten a su vez como un mantra. Y mientras esto sucede, progresivamente algo va cobrando intensidad. No sabemos si es una luz, un sonido o un martillo. Pero seguro que es blanco.
Y no es agradable.
Se va metiendo y ocupando todo el espacio, cada vez más violento… ¿lo notáis? Subid el volumen y dejaos llevar.
Minuto 6:04
¿Seguís ahí? Esto es de locos. Ese algo blanco nos traslada a lo peor de nosotros, nos hipnotiza mientras baila entre esa sucesión de 6 notas.
Minuto 7:08
Solo queremos que se acabe pero no nos atrevemos a salir… ¿quién sabe qué nos podemos encontrar ahí fuera? El miedo nos paraliza y retumba en nuestras cabezas, recordamos al solador con su martillo de goma y todo parece una pesadilla… esto no va a terminar bien.
Y entonces termina.
La realidad se mete de nuevo en nuestras cabezas, el ruido de los coches, el bostezo de nuestro vecino de asiento del metro, el sonido de la tele…
Y aquí viene el sol. Entra por nuestro oído izquierdo y es limpio y claro.