Turner, el rey del sol

Un centenar de sus obras se exhiben en el MNAC barcelonés

Barcelona,

Dio muestras de un talento prodigioso y precoz para el dibujo, buscó en sus motivos lo contundente y lo dramático y, en lo técnico, amaba la experimentación. Un centenar de dibujos, acuarelas, pinturas y grabados de Joseph Mallord William Turner nos esperan, este verano, en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, que exhibe en colaboración con las galerías Tate británicas “La luz es color”, retrospectiva del artista que incide en su duradera atención hacia la naturaleza y los fenómenos atmosféricos como camino de modernidad.

La mayor fuente de inspiración de este autor inglés fueron sus viajes por Gran Bretaña y por Europa continental, en la época en que sus paisajes comenzaban a verse transformados por la Revolución Industrial; también la mitología clásica, la historia del arte y los avances tecnológicos que pudo conocer. No le interesó el lado pintoresco de la naturaleza, sino el sublime, y fue uno de los grandes paisajistas del Romanticismo por su dominio de la luz y la captación de su impacto sobre colores y atmósferas, especialmente cuando estas venían determinadas por el humo y el vapor; la niebla y los efectos lumínicos derivados de la contaminación. Como Friedrich, salvando muchas distancias, subrayó la insignificancia del ser humano individual ante la inmensidad del mar, de la montaña y del espacio.

En Barcelona podemos repasar ahora su evolución desde los esbozos iniciales hasta las acuarelas, óleos o grabados finales, en un proyecto que cuenta con un buen número de las primeras: hay que recordar que esos trabajos en papel le permitieron profundizar en sus enfoques creativos entre intuitivos y científicos, expresivos y también precisos. El título de la exposición procede de una frase que el genio pronunció en una conferencia, en 1818, y que prueba su casi obsesión por capturar la verdad y la fuerza de los tonos: La luz es, por tanto, color.

2 / 5Joseph Mallord William Turner, El Ponte delle Torri, Spoleto (hacia 1840-5). Tate:
Joseph Mallord William Turner. El Ponte delle Torri, Spoleto, hacia 1840-1845. Tate

Cuando el paisaje se consideraba aún un género menor, Turner lo elevó a la categoría de arte mayor desafiando sus convenciones, incorporando innovaciones técnicas y connotaciones alegóricas y llevando a sus lienzos y papeles fenómenos meteorológicos y atmosféricos: nieblas, incendios, la luna y, desde luego, el sol, quizá su tema predilecto. Su contemplación es, también en estas piezas, una experiencia sensorial.

Se inicia el recorrido analizando la importancia de la memoria y la imaginación en los procedimientos de trabajo del de Covent Garden: prefería pintar en su taller y los bocetos, dibujos y acuarelas que llevaba a cabo al aire libre eran algo parecido a recuerdos en pequeñas dosis; de ellos tomaba elementos paisajísticos que mantenía en sus imágenes finales. También solía conjugar retazos de relatos mitológicos: en El puente del Diablo y la garganta de Schöllenen, su esbozo de los Alpes suizos datado en 1802, reconstruyó un puente que había sido destruido poco antes por las tropas francesas e incorporó representaciones imaginarias de soldados y mulas en un barranco; sus figuras acentúan la grandiosidad del lugar. Aquel mismo año se acercó a Grenoble y sus percepciones y recuerdos de esta ciudad se entrelazaron en cuatro estudios de color que germinarían en una acuarela que finalizó en 1824: podemos apreciar en ellos la emergencia de los detalles, mientras en Ulises burlando a PolifemoLa separación de Hero y Leandro, ambos ensayos al óleo, atisbaremos igualmente combinaciones de sus evocaciones del paisaje mediterráneo, reminiscencias de Claudio de Lorena y Poussin y de sus lecturas de literatura clásica.

5 / 5Joseph Mallord William Turner, Puente de Grenoble (c. 1824). Tate
Joseph Mallord William Turner. Puente de Grenoble, hacia 1824. Tate

Si atendemos a sus pinturas históricas, comprobaremos que los paisajes que les sirven de fondo desempeñan un rol tan destacado como los retratados: se trata de mares amenazantes, tormentas o llanuras apacibles; las atmósferas y las topografías contenían valores teatrales y también emocionales que, es de suponer, impresionarían tanto a sus contemporáneos como a nosotros. Las figuras suelen tener carácter mitológico, pero no siempre, a veces son también gente corriente: agricultores, marineros, pescadores, soldados…

En su momento, se culpó al pintor de no respetar las normas de la representación figurativa en este tipo de imágenes, y su ruptura en parte tenía que ver con ese tratamiento de la naturaleza, central en sus narrativas. Sabemos que disfrutaba caminándola palmo a palmo y realizando estudios sobre el terreno: atravesando la localidad de Les Contamines, en su primera expedición alpina, pintó Les Contamines, al alba: mirando hacia St Gervais y el Mont Blanc, representación de una salida del sol antes de un día de paseo. Ese amanecer puede interpretarse como señal de esperanza y también como medio útil para resaltar la escala de la montaña que Turner, y sus compañeros de viaje también esbozados, estaban a punto de ascender.

Cuentan con sala propia en esta exhibición acuarelas en las que el artista, literal o simbólicamente, se adentró en sí mismo y en sus modos de mirar el mundo: esa pequeñez humana ante mares y montañas. Otras las dedicó, como decíamos, a la transformación humana de los paisajes, especialmente a la industrialización, y a los efectos lumínicos y atmosféricos que aquellos cambios implicaban; es el caso de Espigón, con un barco de vapor en el mar a lo lejos.

Es posible que exagerase, o también puede que no, cuando afirmó que una vez se había atado al mástil de un barco durante una tormenta para memorizar el fenómeno y después pintarlo correctamente de memoria. Contemplaremos en el MNAC colinas neblinosas de Los Lagos, montañas alpinas, brumosas lagunas venecianas o los horizontes de Margate. La inmediatez de la acuarela se adaptaba bien a su obsesión por la captación de luces y atmósferas y encajaba con las claves, además, de su modo de trabajar: como dijo Joseph Farington, Turner no tiene un proceso establecido, sino que juega con los colores hasta que logra expresar las ideas que tiene en la cabeza.

3 / 5Joseph Mallord William Turner, Luna nueva; o 'He perdido mi barca, túno tendrás tu aro'. Tate
Joseph Mallord William Turner. Luna nueva o He perdido mi barca, tú no tendrás tu aro. Tate

Conforme su carrera avanzaba, se acentuaba precisamente esa afán por envolver sus telas en luz, dejándose a un lado escenografías, topografías… En algunos de sus esbozos marinos no hay ya costa, solo meditación lumínica: desaparece lo físico y únicamente apreciamos lo intangible; más de una vez defendió Turner que la naturaleza tenía entidad simbólica suficiente para no necesitar anécdotas en su representación. Menos aún la de Lucerna, Venecia o Margate: su agua reflectante, en interacción con la luz, generaba auras especiales.

Como ente más alegórico que físico en sus obras, la luz puede transportar a los espectadores hacia estados anímicos diversos, entre la calma y el drama, y ayudar a componer colores. Como para tantos autores de su generación, resultaría para Turner vital la lectura de Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y bello de Burke, texto dedicado al temor y la admiración que pueden inspirar, a la vez, los grandes paisajes; eso es, en definitiva, lo sublime: existe una experiencia artística obtenida al saltarse los límites y puede haber placer en el orden y placer en el desorden.

Joseph Mallord William Turner, Yendo al baile (San Martino) (expuesto en 1846). Tate
Joseph Mallord William Turner. Yendo al baile (San Martino), expuesto en 1846. Tate

Hablando de desorden, tenemos que referirnos a las noches. Basándose en las teorías del color de Isaac Newton y Goethe, el inglés consideraba que luz y oscuridad eran valores visuales y emocionales de  entidad equivalente en el arte y la naturaleza, dependientes entre sí. Él empleaba solo moderadamente el blanco y el negro en sus formas puras, reservándolos para las zonas donde pretendía hacer énfasis emocional o visual, y percibía sus composiciones como entrelazamientos de claridad y opacidad. Las posibilidades del contraste se hacen evidentes en Lago Buttermere, con la parte de Cromackwater, Cumberland, un aguacero (1798); en un cuaderno de esbozos escribió la palabra black en la superficie de ese lago.

Muy a menudo la sublimidad de lo oscuro se manifiesta en nubes de tormenta y aguas que parecían tinta; hacia el final de la trayectoria de Turner, los tonos cada vez más oscuros acentuaban sus dramas, y él deseaba incluso hacerlos aún más negros. Sin embargo, el último capítulo de la muestra se cierra lleno de sol: se cuenta que antes de morir, dijo de él que era Dios, y en vida lo llamó el más bello de los seres o fuente de alegría. Admiraremos cinco óleos resplandecientes y casi triunfales; podemos interpretarlos como metáforas de su propia creatividad.

1 / 5Joseph Mallord William Turner, Lago Buttermere, con la parte de Cromackwater, Cumberland, un aguacero, expuesto en 1798. Tate
Joseph Mallord William Turner. Lago Buttermere, con la parte de Cromackwater, Cumberland, un aguacero, expuesto en 1798. Tate

 

 

“Turner. La luz es color”

MNAC. MUSEU NACIONAL D´ART DE CATALUNYA

Palau Nacional, Parc de Montjuïc

Barcelona

Del 20 de mayo al 11 de septiembre de 2022

 

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