Un lustro después de su muerte en París y a solo unos días de que Avalon iniciara la proyección, en cines y salas alternativas, de una quincena de sus largos y cortometrajes, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona ha abierto hoy al público la muestra “Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar”, en la que repasa la evolución de la trayectoria de una autora que buscó fundamentalmente despertar el deseo de ver, primero como fotógrafa y artista, y más tarde como cineasta que fundió las barreras entre el documental y la ficción.
Vinculada a la Nouvelle Vague desde los comienzos de esta corriente del cine francés (fue la única mujer ligada al grupo), convirtió muy pronto en el eje de sus trabajos tres asuntos que hacen de su producción un reconocido epítome de la contemporaneidad: el feminismo, en sus palabras alegre y combativo, la ecología y la marginalidad, prestando igualmente atención a los cambios sociales y políticos que a lo largo de su carrera, extensa, conoció tanto en Francia y en Europa como en sus viajes a Estados Unidos -donde se reunió con hippies o panteras negras-, Cuba o China.
Más allá de una mirada testimonial hacia su tiempo, en las creaciones de Varda encontramos interés genuino por las vivencias de los anónimos, a quienes se acercaba desde una empatía sincera alejada de condescendencias, una natural apertura a lo azaroso, humor y una celebración de lo sencillo, de lo más lejano a lo solemne y opulento. Su curiosidad por toda transformación en curso le llevó a experimentar, asimismo, con los nuevos lenguajes digitales, que además y a la larga han facilitado su influencia entre artistas y cineastas jóvenes con quienes en vida siempre quiso compartir inquietudes, como el creador urbano JR.
Esta exhibición, abierta hasta diciembre, supone una ampliación de la retrospectiva que recientemente le brindó la Cinemateca francesa, ha sido comisariada por Florence Tissot, con el apoyo de la hija de la directora, Rosalie Varda, y de la crítica Imma Merino, y además de con materiales artísticos y fílmicos, que en algún caso documentan la relación de creadores catalanes con su legado (Dalí o Tàpies entre ellos), cuenta con cuatro instalaciones y salas de proyección donde poder contemplar sus cortos y con un reportaje fotográfico inédito hasta ahora que da cuenta de su viaje a Cataluña en 1955.
Apenas había superado Varda la veintena cuando empezó a desempeñarse como fotógrafa, labor que nunca abandonaría, ni siquiera cuando en los sesenta se consagró al cine y cuando, en sus últimos años, ideó también esas instalaciones para museos. El conjunto de sus proyectos puede entenderse como un vasto autorretrato labrado mirando al otro, y la cineasta, nacida en Bélgica, fue consciente de ello: para ella, ese acto de autorretratarse, además de una vía para el autoconocimiento, era un ejercicio lúdico que le posibilitaba dejarse filmar y disfrazarse.
En sus imágenes, que abren el recorrido de esta exhibición, la encontraremos a ella y también a amigos y a artistas. Sin más experiencia, en el terreno de la creación visual, que la que le proporcionaba la cámara fotográfica, rodaría Varda a sus veintiséis años su primera película, La Pointe Courte (1954), por la que sería considerada pionera de algunos de los procedimientos de la Nouvelle Vague: a medio camino entre el rigor y la libertad, sin ceñirse a etiquetas, comenzaba a inventar sus propias normas fílmicas; se adaptaría a los requerimientos de cada proyecto, pero sin dejarse constreñir por géneros ni formas narrativas. Para entender cómo iba articulando su lenguaje propio, el CCCB nos invitará a conocer más a fondo Cleo de cinco a siete o Sin techo ni ley.
Si en su cine no le preocupó responder a convenciones, en su vida personal tampoco y entre sus múltiples amistades se encontraron figuras como Jane Birkin, Catherine Deneuve, su vecino Alexander Calder, la escultora Valentine Schlegel, que también sería su pareja, y cineastas dentro y fuera de la Nouvelle Vague: de Truffaut, Godard, Rohmer, Chabrol o su marido Jacques Demy a Alain Resnais, Jean Vilar o Chris Marker. Sus lazos con ellos (y con el arte y los gatos) son analizados en una sección de la exposición que recuerda, del mismo modo, sus orígenes griegos, ocultados por parte de su familia, y sus vínculos con el teatro; en ese apartado disfrutaremos de su corto Oncle Yanco y del censurado Nausicaa.
No tardó Varda, igualmente, en llevar a su filmografía revoluciones, protestas, demandas sociales y ecos de la desigualdad: si en los sesenta se interesó por la revolución cubana, las reclamaciones en Estados Unidos de la igualdad racial y el movimiento hippie, en los ochenta profundizaría en la marginalidad en obras como Mur Murs y en los 2000 retomaría esa inquietud en Los espigadores y la espigadora, donde confrontaba el crecimiento de la precariedad y el del consumismo y continuó agudizando su mirada empática. Nos esperan en el CCCB los cortos Black Panthers, Plaisir d´amour en Iran y Salut les Cubains; a este último le rindió tributo Isaki Lacuesta en su pieza Où en êtes-vous.
El último capítulo de la exposición ahondará en su feminismo, militancia que mantuvo hasta el final de su vida y que, en lo cinematográfico, podemos considerar que arrancó con Una canta, la otra no, largometraje que narra la larga amistad entre dos mujeres y sus distintos modos de encarar (o no) la maternidad; en todo caso, en el conjunto de sus filmes tanto la feminidad como las relaciones de pareja se abordan desde enfoques distintos a los tópicos. Culmina el recorrido de este homenaje a la cineasta con piezas que, precisamente, le dedicaron participantes en la Mostra Internacional de Films de Dones, en el marco del proyecto Arxipèlag.
“Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar”
CENTRE DE CULTURA CONTEMPORÀNIA DE BARCELONA. CCCB
C/ Montalegre, 5
Barcelona
Del 18 de julio al 8 de diciembre de 2024
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