Hablar de pintura es hablar de tradición histórica, y actualmente en la definición de ésta, el estigma viene incluido de serie.
La pintura como tal (hablamos de pintura cuando tratamos el concepto “pintura” como formato de definición en una categoría artística), ha sido uno de los grandes hits del mundo del Arte. No se comprende la historia del Arte o la creación del Arte sin esos conceptos que tan arraigados están en el imaginario colectivo: pintura y escultura. Son las dos primeras “técnicas” que te preguntan cuando algún desconocido se entera de tu trabajo “-Ah! Te dedicas al Arte? ¿Y que haces? ¿pintura o escultura?”-. Algún o alguna atrevido/a se atreve a preguntar si es “vídeo” al verte una cara inevitablemente extraña…
La pintura como tal, y por tanto una manera de entender que el Arte se hace a través de la misma, sucede por varias razones. Primero por la larga tradición histórica del Arte con esta forma y lenguaje, que ha sucumbido en la idea del propio Arte como técnica, preciosismo y delicadeza. Segundo, y tras esa popularización, porque el mundo de la pintura ha devenido (hasta la democratización de las cámaras fotográficas), una forma de retratar una “realidad”, una forma de capturar un instante, una forma de “fabricar” una imagen que hable por si sola, que nos inyecte información, y esta conciencia de revelar una verdad y hacerla permanecer inmune al tiempo, siempre ha formado parte de una esfera de la sociedad bastante lejana a lo que podemos considerar como mundano. La propia valoración de la misma ha significado un bagaje de sensibilidad, un saber apreciar lo estético, un símbolo de poder.
Posterior a la popularización y democratización de las imágenes fotográficas como formas de retratar un momento que creemos importante (bodas, muertes, fiestas u otras celebraciones que merecían ser inmortalizadas), la actual proliferación de la captación de “realidades” mediante dispositivos, ha hecho que la sociedad domine técnicas que antes se consideraban únicamente de la pintura. Filtros, veladuras, marcos o imágenes deformadas, han hecho ver que existe una forma de crear una realidad personalizada, y hacer de un momento retratado algo aún mas “bello”. Hemos aprendido a “estetizar” de una forma rápida, y hemos aprendido también que sin la validación de esa creación, no tiene sentido realizar tales intervenciones a las imágenes que creamos. Joan Fontucuberta lo llama “post-fotografía”, una manera nueva de comprender el significado de fotografía actual, después de la creación de miles de imágenes por segundo.
El sistema es básicamente el mismo en casi todos los ámbitos mediáticos: -capturo una imagen, le pongo uno o unos filtros, la “cuelgo” en una de mis redes sociales, y mientras más “likes” tenga, más orgulloso/a estaré de tal creación. Creación, visibilización y validación, una forma de crear una realidad.
Éste formato cronológico en el tiempo (cada vez menor), que conjuga realidades continuas y vertiginosas, llamado mediatización, ha acelerado nuestra capacidad de lectura de imágenes, y hemos aprendido a realizar formulas estéticas que convierten momentos especiales, en otros aún mas especiales. No obstante, y volviendo a la pintura como concepto y captación de la realidad (y como técnica, no vamos a engañarnos), parece que ha sobrevivido ante muchos de los lenguajes surgidos a partir de la creación y posterior popularización de los medios de comunicación. Empezando por Nam June Paik y acabando por Pipilotti Rist, la creación de imágenes digitales ha causado un desarraigo de la pintura por los estigmas mediáticos. La pintura parecía algo anticuado, un lenguaje que tuvo sentido pero que ya no lo tiene.
Sin embargo, la pintura como tal siempre ha estado ahí como uno de los formatos que han relacionado creación, reflexión y contemplación en un mismo estado. La idea de observar, puede parecernos muy lejana, pero mediante la contemplación y la paciente observación del Arte, podemos (re)descubrir el mundo de la creación desde otro punto de vista. Por esa razón, para seguir aprendiendo a mirar pintura, me acerqué al centro de producción de Barcelona “La Escocesa”, y allí me encontré con Marco Noris.
Marco Noris trata la pintura como una manera de aprender sobre él, necesita hablarse como tal para poder aprender de él mismo. Ha pasado por muchos de los estados de (auto)lucha, que una persona reflexiva debe tener a lo largo de su trayectoria de vida, desde la concepción del retrato como forma de conmemorar a alguien o algo, hasta la pintura por pintura como forma de perder el miedo a la expresión interna que tiene respeto por la responsabilidad que comporta pintar. Noris es consciente de la labor de ser artista, o dedicarse al mundo del Arte: sobretodo es consciente del compromiso que supone representar y difundir una imagen que contiene información. El proyecto en el que trabaja actualmente, llamado “El siglo de Riversaltes”, representa imágenes pictóricas mediante imágenes del campo de concentración que alojó personas exiliadas españoles entre otros. El proyecto no pretende ser una investigación teórica como tal, sino crear una sensación visceral al espectador, “un viaje a la memoria”, como el propio Noris narra en su statement.
Más allá de la propia representación pictórica de un suceso dramático, Noris explora como la forma del tiempo lineal y cronológico dentro del campo del arte, obras que se confortan en el mismo período y espacio. Noris me cuenta que el tiempo cronológico deviene una forma de jerarquizar los sucesos, apartar el pasado para dejar que el presente lo inunde todo, cuando el tiempo como tal, supone convivir con hechos que contienen acontecimientos que de una forma u otra suponen un presente, porque hay espacios que contienen esos hechos, y personas que lo recuerdan.
No obstante, esa migración de miles de exiliados a otras partes del mundo, por varias razones, mayoritariamente de ideología, y por tanto, políticas, hacen que el tema sea candente desde el punto de vista social. No quiero solamente centrarme en la penosa situación (social, laboral, cultural, política, de valores…) de éste contexto, sino en la idea de autoexilio que muchos sufrimos día tras día, aunque el actual devenga básicamente por causas económicas. Una forma de aislarse de un mundo lleno de formas de percibir las cosas que muchos y muchas no compartimos, y he ahí la forma de ostracismo derrotado del ser humano de forma voluntaria. No estar o estar en desacuerdo con normas vigentes, con leyes que trazan nuestra forma de comprender la vida desde una perspectiva contemporánea, que nos dice qué y cómo debemos actuar y vivir bajo un régimen que gobierna nuestra forma de percibir lo correcto y el camino a seguir, desde nuestro trabajo, hasta nuestra pareja, pasando por el tener una casa y una hipoteca, uno o dos hijos. Un suceso que no sólo acontece en nuestro país, sino en otros continentes y contextos con personas que ven necesario ese (auto)exilio. Por esa razón el (auto)exilio, el ostracismo voluntario, la pintura como aprendizaje y la contemplación como forma de revelarnos ante las cosas.
Una respuesta a “Tiempos lineales en la pintura: el (auto)exilio.”
John Zelextheron
!Saludos! Me llama mucho la atención el término ostracismo, porque realmente esta inclinación por el acto de pintar te lleva a eso, además de entender la pintura como un acto de auto-conocimiento, también he entendido que es un acto de resistencia donde indudablemente uno encuentra gestos con este carácter, que tal vez son imperceptibles para la mayoría, incluso para uno mismo.