Christine Macel, comisaria de la antología de Sophie Calle que hasta el próximo abril podemos visitar en el Centro Pompidou malagueño, define a la artista francesa como partera de historias. Desde que iniciara su trayectoria al final de los setenta, los textos han sido indisociables de sus fotografías, que en una primera contemplación pueden recordarnos a las fotonovelas; también los incluyó en sus libros, formato habitual en su producción aunque no todos sus proyectos se hayan trasladado a las páginas.
Si, dejando al margen los collages texto-imagen de los dadaístas, podemos considerar que el inicio de la relación entre palabra y visualidad en la fotografía procede del libro Nadja de André Breton, dedicado a un azaroso encuentro amoroso, las publicaciones de Calle también derivaron de otra suerte de cruces no pretendidos: los de la autora en su deambular por las calles de París, siguiendo a desconocidos (que no tenían por qué interesarle personalmente) para paliar su soledad y su aburrimiento. Lo hacía por el mero placer que le procuraba ir tras ellos, fotografiándolos sin que esos viandantes fueran conscientes y registrando sus movimientos, hasta que prefería parar por causas tan esquivas como las que le habían llevado a seguir sus pasos. El procedimiento puede evocar modos creativos surrealistas o dadaístas, sin embargo la artista no se abandonaba por completo a lo inesperado, sino que asumía ciertas reglas que le permitían mantener algún control.
En una ocasión conoció, sin intención, a uno de aquellos desconocidos en una recepción, supo que estaba a punto de viajar a Venecia y, llevando sus deambulaciones un paso más allá, de nuevo siguió su rumbo; aquel sería el origen de su primer trabajo importante, Suite veneciana (1979), al que seguirían otros del mismo cariz acompañados de textos breves escritos por razones tan prácticas como estéticas. Su involucración con los sujetos retratados avanzaría paulatinamente (en L´Hotel, para observar vidas ajenas, se hizo contratar como camarera de piso); como también viró hacia planteamientos cada vez más reflexivos, vinculados al afecto y el deseo, la construcción de su obra y crecieron sus formatos. En aquella serie, fechada en 1981, se valió por primera vez del color y dispuso cada imagen sobre tres columnas textuales, estética que tiene que ver con las de los reportajes periodísticos pero que ella hizo suya por razones económicas y materiales; en cualquier caso, el resultado parecía hablarnos de una fotógrafa que trabaja sobre la marcha para cubrir una exclusiva en la que la información importa más que los santos.
Un procedimiento bien distinto usó para exponer los conjuntos Les Autobiographies y Le mari, colocando las imágenes en el suelo y los textos en pequeños paneles cuadrados; en este caso, los trabajos donde aparece Calle ofrecen una estética más cuidada y son obra de Jean-Baptiste Mondino, autor de su conocido retrato con almohada en la Torre Eiffel, con quien trabajó muchos años. Porque la vida personal de esta autora acabó formando parte de su obra, como marco imponderable y circunstancia de la misma: en No Sex Last Night, llevó a cabo una película a ciegas por partida doble con Greg Shephard (aquel marido), cuando estaban a punto de separarse; cada uno debía filmar y grabar su voz en off a escondidas del otro. Aquel vídeo, ampliado a 35 mm con el título de Double Blind, en el que no existían diálogos ni perfección técnica, marcó un punto de inflexión en la recepción de su obra en Francia, tras su reconocimiento americano (inevitable acordarse de Annie Ernaux y El uso de la foto). Aún llevó a cabo otras propuestas nacidas de la interacción, como Doubles-jeux, junto a Paul Auster.
El proyecto Douleur exquisite lo mantuvo en secreto más de quince años, pensando en retomarlo cuando otras ideas se acabasen pero también por temor a revivir con él dolores sentimentales. Adopta, como procedimiento alternativo de escritura, el bordado, asociado tradicionalmente a lo femenino pero también a la lentitud; esta obra narra la historia de la ruptura con uno de sus amantes durante un viaje a Tokio: ella trató de esquivar la depresión preguntando a otros cuándo habían sufrido más. La intensidad de los tonos de los bordados poco a poco se desvanece, como las mismas penas, en un ejercicio de materialización del paso del tiempo que atiende más a emociones que a razones conceptuales.
De otros soportes se valió también en Rachel-Monique (2007-2014), donde utilizó planchas de plomo, encajes o porcelana pulida para expresar la noción de preocupación, mientras en Souris Calle (2018) reemplazó la escritura por canciones, en el fondo textos de autoría colectiva que convierten en sujetos de interacción a los músicos, entre ellos Bono, Laurie Anderson o Pharrell Williams.
No podemos dejar tampoco, a la hora de hablar de lo vital en la producción de Sophie Calle, de referirnos a la muerte. Ella nació en Montparnasse, cruzaba a diario su cementerio y afirma que su madre lo paseaba cuando estaba embarazada de ella. Además, su padre era oncólogo en un hospital, otra circunstancia que le hizo convivir con la enfermedad, el fin de la vida y el duelo. Los fallecimientos de su madre, su padre y su gato han pasado explícitamente por su trabajo, aunque el conjunto de este no debamos entenderlo nunca sin tener en cuenta desapariciones y dolor: las tragedias son, en última instancia, su materia prima. Dice la francesa que los acontecimientos felices los vive, los infelices los explota: Cuando soy feliz, no siento la necesidad de fotografiar mi dicha. La fotografía es una forma de distanciarme del dolor, para no sufrir. Entiende además que nuestras relaciones con los demás deben causar los menores daños colaterales posibles y que el trabajo puede servir para controlarlos.
Seis de las series que hemos citado (Las autobiografías – El Marido; El hotel; Dolor exquisito; No Sex Last Night; Souris Calle álbum y Souris Calle vídeo) forman parte de la antología que el Pompidou malagueño le brinda hasta abril, al representar esas fuentes fundamentales de su carrera: la intimidad, las relaciones sentimentales y la ausencia o la muerte.
Sophie Calle
Pasaje Doctor Carrillo Casaux, s/n
Málaga
Del 19 de noviembre de 2021 al 17 de abril de 2022
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