Sáenz de Oíza, oda a la libertad creativa

El Museo ICO propone una mirada a su universo más personal

Madrid,
Estudio de Sáenz de Oíza en General Arrando, 2019. Colección particular.
Estudio de Sáenz de Oíza en General Arrando, 2019. Colección particular.

El hombre frente a la figura, el maestro y el eterno investigador. Francisco Javier Sáenz de Oíza (Cáseda, Navarra, 1918 – Madrid, 2000) es uno de los arquitectos españoles contemporáneos más admirados, cuyo legado no se limita a las construcciones que dejó, repartidas por diferentes lugares de nuestra geografía, sino que permanecerá a través de su palabra, de sus enseñanzas y de generaciones de arquitectos que se formarán teniéndolo como referente. En 2018 se conmemoró el centenario de su nacimiento y ya entonces se le realizaron importantes homenajes, como la retrospectiva en el COAM que recogía la práctica totalidad de su obra. Esta exposición que ahora podemos visitar en el MUSEO ICO, organizada dentro de la programación de Madrid Design Festival, es una propuesta bastante más personal y ecléctica, como su carácter, en la que se han querido destacar otras facetas del arquitecto que quizás no han sido tan contadas ni son conocidas para el gran público.

No nos encontramos, por tanto, ante una exposición cronológica de la trayectoria de Sáenz de Oíza, sino que todo lo mostrado trata de ser una especie de volcán de ideas y principios que se unen, y a partir de los que se invita al visitante a descubrir y a pensar para luego, quizás, actuar. Todo el contenido seleccionado, más de 250 piezas, se ha organizado en torno a cinco espacios u “oficios”, en referencia a cinco estados de conocimiento del arquitecto, que se interrelacionan y complementan. En cada uno de ellos puede verse un repertorio de planos, dibujos, objetos y maquetas, junto a obras de otros creadores, componiendo esa especie de barajas de cartas con la que a Oíza le gustaba jugar en función del juego que se propusiera.

“Nuestro padre leía varios libros al tiempo y tomaba notas para preparar sus clases. Combinaba poesía, historia, diseño, filosofía… Todo estaba en su cabeza y sus notas. Eso le permitía llegar a la universidad, elegir una carta de la baraja y dar una clase magistral sobre ese tema”.

Comisariada por tres de sus hijos, Marisa, Javier y Vicente, también arquitectos, la exposición nos ofrece, como hemos señalado, una mirada al mundo más personal de Oíza, en el que no podía faltar ni el universo académico ni su relación con otros colegas y artistas, como Oteiza, Chillida, Lucio Muñoz, Pablo Palazuelo o Antonio López, y, cómo no, con el que fuera su gran mecenas y amigo, Juan Huarte.

Pero antes de llegar al momento de gran explosión cultural que fueron los años sesenta, nos remontaremos a los orígenes y al primero de los cinco apartados de la muestra, denominado ”El oficio de aprender / El arte de enseñar”. En él, concebido a modo de pequeño desván y lugar de sueños, encontramos alguna referencia a la labor de su padre, Vicente, también arquitecto; a su infancia en Cáseda y el mundo del campo; a sus primeros años como estudiante; a su aventura americana: cuando la moda era viajar a Roma, en 1948 él decidió trasladarse a Washington, donde descubrió el mundo de la tecnología, que acompañará toda su trayectoria en paralelo a la habilidad manual; y a su faceta de profesor en la Escuela de Arquitectura de Madrid, de la que fue catedrático. Como ejemplos de construcciones se destacan en este apartado las Escuelas de Batán, en Madrid, la Facultad de Ciencias en Córdoba y la Universidad Pública de Navarra.

A continuación, “El oficio de habitar / El arte de construir” nos presenta algunos proyectos de viviendas. Para él, la construcción de la casa era el papel principal del arquitecto, pues estas eran más que edificios donde vivir, simbolizaban espacios íntimos en los que cada persona podía potenciar su mundo interior. Además de “casas de autor” (aunque reconocen sus hijos que a él le gustaba la arquitectura sin autor, en la que siempre primaba el ofrecer respuesta a las necesidades de los demás) como pudieran ser Villa Fabriciano, en Torrelodones, o las viviendas realizadas para Lucas Prieto, en Talavera de la Reina o Arturo Echevarría en La Florida, Oíza realizó en los años cincuenta varios proyectos de vivienda social en Madrid, siendo uno de los más interesantes el complejo de viviendas de realojo junto a la M-30 conocido como El Ruedo.

La basílica de Aránzazu constituye uno de los trabajos más simbólicos de Oíza y a ella se dedica “El oficio del alma / El arte de evocar”. Esta fue una obra compleja que aglutinó el talento de Sáenz de Oíza, Eduardo Chillida, Jorge Oteiza y Lucio Muñoz dando lugar a un espacio único. Junto a planos y fotografías, para la exposición se han traído también algunas esculturas de Oteiza, dibujos de Carlos Pascual de Lara (el pintor elegido para el retablo, cuyo repentino fallecimiento propició que fuera Lucio Muñoz quien finalmente lo llevara a cabo) y pinturas de Mompó y López Villaseñor, entre otros.

Francisco Javier Sáenz de Oíza y Luis Laorga Gutiérrez. Aránzazu, 78. Alzado lateral, 1951. Colección particular.
Francisco Javier Sáenz de Oíza y Luis Laorga Gutiérrez. Aránzazu, 78. Alzado lateral, 1951. Colección particular.

“El oficio de creer / El arte del mecenazgo” ocupa la parte central de la planta superior y se centra en una de las etapas más creativas de Oíza, la de los años 60 y 70. Es entonces cuando firma una de sus obras más emblemáticas, el edificio Torres Blancas en Madrid. En la exposición, además de dibujos y una maqueta de la torre, podemos ver varias fotografías, y en una de ellas a Antonio López pintando desde una de sus terrazas. Junto a ella cuelga la vista que pintó desde Capitan Haya, que era uno de los cuadros de López que más le gustaban a Oíza.

Stefan Moses. Antonio López pintando desde Torres Blancas. Copia vintage. Stefan Moses Archivo.
Stefan Moses. Antonio López pintando desde Torres Blancas. Copia vintage. Stefan Moses Archivo.
Francisco Javier Sáenz de Oíza. Torres Blancas, planta color. Colección particular.
Francisco Javier Sáenz de Oíza. Torres Blancas, planta color. Colección particular.

Este es el momento en el que colabora de forma más dinámica con artistas como Palazuelo, Oteiza o José Antonio Sistiaga, que también recibían el apoyo de la familia Huarte y algunas de cuyas obras se despliegan en esta parte central de la muestra, sirviendo de marco al proyecto de casa que Oíza realizó para Huarte en Mallorca. Pero el primer encargo que recibió del empresario fue la tienda de H Muebles, en el Paseo de la Castellana de Madrid, donde el arquitecto transformó un oscuro sótano en un luminoso local que además de showroom de muebles fue espacio de reunión y debates de arquitectura. Allí tuvo lugar en 1967 la Primera Exposición Forma Nueva, con obras de Palazuelo, Millares, Oteiza, Chillida, Sáenz de Oíza, Fernández Alba y Fullaondo, recordada aquí a través de planos y de fotografías de Alberto Schommer, así como de la gran mesa de reuniones que ocupa el corazón de este espacio superior del Museo ICO, y que sirve como base para el “paisaje de esculturas de Oteiza” que se despliega sobre ella.

Finalmente, el apartado “El oficio de competir / El arte de representar” nos acerca a una selección de concursos de arquitectura en los que Oíza participó y entre los que se han destacado el Centro Atlántico de Arte Moderno CAAM de Las Palmas (1985), el Palacio de Festivales de Santander (1985) o la torre del Banco de Bilbao, en Madrid.

Galardonado en 1945 con el Premio Nacional de Arquitectura y en 1993 con el Príncipe de Asturias de las Artes, Oíza fue un creador poliédrico y un espíritu infatigable, que sin olvidar la historia siempre tuvo la mirada puesta en el futuro, como se pone de manifiesto en este particular recorrido por su vida y obra.

 

“Sáenz de Oíza. Artes y oficios”

MUSEO ICO

C/ Zorrilla, 3

Madrid

Del 7 de febrero al 23 de agosto de 2020

 

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