Rosa Bonheur, invitada en el Museo Nacional del Romanticismo

En su senda de impulsar los préstamos internacionales en sus salas y de difundir las creaciones y personalidades de mujeres artistas de la etapa romántica, el Museo Nacional del Romanticismo acoge, hasta el 4 de febrero de 2024 en su Sala del Encuentro, un retrato de la francesa Rosa Bonheur realizado por su hermano, el pintor Auguste-François Bonheur. Forma parte de su programa Obra invitada, destinado a profundizar en el conocimiento del romanticismo y a ampliar los contenidos de la exposición permanente a través de la exhibición temporal de piezas de otros museos y colecciones privadas, que favorecen la contextualización de su propia colección.

Dentro de esa iniciativa, comenzada en 2012, el Museo ha recibido temporalmente obras como La bailaora Josefa Vargas de Antonio María Esquivel, de la Fundación Casa de Alba, procedente del Palacio de las Dueñas (Sevilla); o El estudio de Abel de Pujol de Adrienne Marie Louise Grandpierre-Deverzy, llegada del Musée Marmottan Monet de Paris.

Rosa Bonheur (1822-1899) fue la artista más celebrada del romanticismo galo y el Museo de Bellas Artes de Burdeos, de donde procede esta pieza, le dedicó una completa exposición retrospectiva en 2022, coincidiendo con el bicentenario de su nacimiento en esa ciudad: viajó después al Museo de Orsay de París y reunió una selección de sus mejores trabajos y piezas de contexto, como esta tela de su hermano.

La retrató Auguste-François a la edad de 26 años, junto a elementos que indican su oficio de pintora y escultora: la paleta, los pinceles y las esculturas de una oveja y un toro; ella fue una gran amante de los animales. Esos son los únicos objetos que resaltan en el ambiente sencillo que rodea a la joven, vestida sobriamente; la luz se concentra en su rostro y sus manos.

El autor del cuadro, como decimos uno de los hermanos de la pintora, lo presentó al Salón de París de 1848, junto a obras de Rosa; para entonces ella ya había concurrido por primera vez a esta exposición, con tan solo 19 años. En un tiempo en que el acceso a la práctica artística profesional era difícil para las mujeres, Bonheur ­pudo educarse en el ámbito familiar, ya que su padre era artista y formó igualmente a sus hermanos Isidore, Auguste y Juliette. Se especializó Rosa en la pintura de paisaje y, sobre todo, de animales y, en 1848, recibió un encargo estatal para llevar a cabo La labranza en Nevers. Su éxito internacional llegaría con La feria de caballos, que se mostró en el Salón en 1853, y ese reconocimiento le permitiría adquirir el Château de By, junto al bosque de Fontainebleau: fue su residencia y taller hasta su fallecimiento; allí convivió con sus parejas Nathalie Micas y Anna Klumpke y se rodeó tanto de animales domésticos como de otras especies, incluyendo ciervos y felinos, entre ellos el león El Cid, que vemos en una pintura en los fondos del Museo del Prado.

La emperatriz Eugenia de Montijo le otorgó, en 1865, la Gran Cruz de la Legión de Honor francesa, siendo Bonheur la primera artista en recibirla; años después, sería ascendida a oficial de esta orden. Pudo dedicarse por completo al desarrollo de su arte, circunstancia del todo excepcional para las mujeres en el siglo XIX, como también lo fue el hecho de que lograra la independencia económica a través de su oficio y la fama fuera de las fronteras francesas.

Auguste-François Bonheur, Retrato de Rosa Bonheur, 1848. Ville de Bordeaux-Musée des Beaux-Arts © Fotografía: Frédéric Deval
Auguste-François Bonheur. Retrato de Rosa Bonheur, 1848. Ville de Bordeaux-Musée des Beaux-Arts © Fotografía: Frédéric Deval

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