Desde el abismo de horror en el que hoy, medio ciegos, avanzamos a tientas con el alma turbada y rota, sigo mirando aún hacia arriba en busca de las viejas constelaciones que brillaban sobre mi infancia, y me consuelo, con la confianza heredada, pensando que un día esta recaída aparecerá como un mero intervalo en el ritmo eterno del progreso incesante. Hoy, cuando ya hace tiempo que la gran tempestad lo aniquiló, sabemos a ciencia cierta que aquel mundo de seguridad fue un castillo de naipes.
No es ninguna sorpresa que Stefan Zweig puso palabras especialmente claras a las sensaciones de orfandad que experimentan quienes ven a sus países sumergirse en guerras de final incierto y su vida cotidiana derrumbada; puede que, como ocurre con la venta de pintalabios, la de El mundo de ayer: Memorias de un europeo crezca también al compás de las preocupaciones mayoritarias ante la polarización política o a partir de conflictos que se multiplican y cada vez resultan más cercanos.
Una cita de ese mismo ensayo inicia, desde hoy en CaixaForum Madrid, la muestra “Tiempos inciertos. Alemania entre guerras”, que con un propósito claramente didáctico examina, atendiendo a perspectivas muy diversas (política, social, económica, artística, filosófica e incluso musical), el devenir de la República de Weimar, desde el fin de la I Guerra Mundial y del Reich hasta la irrupción del nazismo que desembocaría en la II Guerra, esto es, en unos años veinte que han recibido el calificativo de felices, por comparación con sus prolegómenos y su desenlace, pero que constituyeron claramente un periodo difícil.
Trabajos audiovisuales, una escenografía cuidada para recalcar el vértigo de los cambios conocidos por la sociedad alemana de entonces y varios dispositivos participativos protagonizan este montaje, como decimos muy apto para fines educativos, que en varias de sus secciones se enriquece con obras de arte claves del momento ligadas, a grandes rasgos, al expresionismo, la Nueva Objetividad y la Escuela Bauhaus; cuidadosamente escogidas por su representatividad, proceden de museos españoles y germanos. Subraya esta propuesta, comisariada entre otros por el arquitecto y filósofo Pau Pedragosa, que, en esa etapa salida del terror en la que Alemania y Europa se encaminaban hacia otro terror aún mayor, en el centro del continente se desarrolló una riqueza cultural que llegó a todas las disciplinas y que podemos vincular precisamente, o no, a la ausencia generalizada de certezas y a la vida sembrada de minas del conjunto de la población (por aquello de Italia, Suiza y el reloj de cuco).
Los europeos nacidos en las últimas décadas del siglo XIX y los inicios del XX tuvieron ocasión de ver derrumbarse bajo sus pies los imperios alemán, austrohúngaro, otomano y ruso, además de enfrentarse a esas dos sanguinarias guerras tan estrechamente conectadas; en ese contexto, la República de Weimar supuso un intento de establecer una democracia alemana guiada por razón y la igualdad (se aprobó el sufragio femenino), que no duró más de catorce años pero que, por sus virtudes y contradicciones, sus potencialidades y su fragilidad, y por sus paralelismos con nuestra época -algunos patentes y otros no tanto, señalados al final de la exposición- merece quizá una revisión detenida un siglo después.
El recorrido comienza con la recreación del salón burgués de Los Buddenbrook, la familia de comerciantes de Lübeck que protagoniza la primera novela de Thomas Mann, una estancia sumida en las notas de El Danubio Azul de Johann Strauss; los proyectados paisajes románticos de sus paredes no tardarán en verse resquebrajados por imágenes de la coreografía de Nijinsky sobre La consagración de la primavera de Stravinsky, obra clave de la vanguardia musical de los inicios del siglo pasado que aquí representa la ruptura con las viejas armonías apacibles.
Tras avanzar por una oscura trinchera, símbolo de la Gran Guerra, alcanzaremos un segundo ámbito que recuerda algunos datos fundamentales de la dimensión política de la República de Weimar: en esta ciudad residieron Goethe y Schiller, por lo que este nuevo régimen señalaba desde su denominación su voluntad de asentarse sobre las bases ilustradas de Alemania, y su Constitución establecía el bienestar social y reconocía algunos derechos de los trabajadores, si bien también recogía, en su artículo 48, por el que aparece en CaixaForum abierta, el germen de su caída. Ese epígrafe rezaba que el presidente podía disolver el gabinete y vetar las leyes del poder legislativo para mantener el orden y la seguridad, y suspender por la misma razón las libertades públicas; Hitler se acogería a él más adelante. Matthew Arnold describió con precisión el momento, y cualquier crisis: Vagabundo entre dos mundos. Uno muerto, otro sin poder nacer.
Se adentra en adelante, la exhibición, en terrenos creativos: en esta época, heridos y mutilados en la I Guerra Mundial formaban parte habitual del paisaje urbano, como recordatorio continuo de la vulnerabilidad física de todos, a la par que crecía el culto al cuerpo fuerte y bello y se incidía en la importancia del deporte y el ejercicio. La escultura de una maternidad de Käthe Kollwitz, quien perdió un hijo en ese conflicto, remite a la fragilidad inevitable y la necesidad de cuidados; un Ícaro como soldado caído de Georg Kolbe, a esa misma debilidad, y un trabajo de Marg Moll, muy influida por Matisse, a las formas en disolución de la vanguardia, también las corporales.
El filme Metrópolis, de Fritz Lang, apuntó al futuro cuerpo robótico; y El gabinete del Doctor Caligari, de Robert Wiene, a la primera captación de tendencias psicológicas en el cine, como su psicología dejan translucir las gentes del siglo XX que retrató August Sander, casi dirigiéndose siempre al espectador. A esa individualización, que puede equipararse con libertad autónoma, se contraponía una tendencia creciente hacia la masa, primero politizada y luego unida en el consumo: la exposición reúne fragmentos de la Revolución de noviembre de 1918; de Berlín, sinfonía de una ciudad (Walter Ruttmann) y de El triunfo de la voluntad de Riefenstahl. En tiempo de enorme división social, el arte se politiza: en las portadas de la revista AIZ, Heartfield se valió del montaje para criticar el nazismo y Grosz pidió en sus trabajos el voto comunista; ya afirmó Bertolt Brecht que la creación no había de ser espejo de lo real, sino martillo que le diera forma.
En el capítulo económico, salvo un breve periodo de estabilidad, la República de Weimar estuvo marcada por la hiperinflación y la escasez derivadas de la guerra y, más tarde, por los efectos del Crack del 29 en Estados Unidos: la desigualdad fue galopante y trajo saqueos, revueltas y un incremento de los suicidios, mientras la vida nocturna era el camino de evasión para muchos. Como ya señalamos, las convulsiones llegaron también a los roles de género: las mujeres comenzaron a escapar de los tradicionales para independizarse en los ámbitos social y sexual, transformando en el proceso su vestimenta; dieron cuenta de los cambios la fotógrafa Marianne Breslauer o los pintores Jeanne Mammen o Karl Hubbuch; de este último veremos un retrato doble de su esposa, Hilde, que señala la complejidad de su personalidad.
En referencia a los movimientos artísticos vigentes en la Alemania del momento, del dadaísmo a la Nueva Objetividad pasando por el expresionismo y el constructivismo, contemplaremos piezas muy representativas de autores como Johannes Itten, Lovis Corinth, Schmidt-Rottluff, Otto Dix (el ácido retrato de Hugo Erfurth con perro), Christian Schad (y su Retrato del Dr. Haustein con su amante en la sombra), Schwitters, Hausmann o El Lissitzky, todos ellos contemporáneos de la Bauhaus, escuela que, en buena medida, encarnó el espíritu de Weimar por su voluntad de democratizar el arte y fundirlo con la artesanía. Su plan de estudios, sus cursos y talleres (primero en Weimar, luego en Dessau y Berlín) iban dirigidos a la generación de una obra de arte total de la que participasen todas sus áreas.
Otra de las secciones del recorrido repasa los muchos géneros musicales que convivieron en la fase de entreguerras, desde la ampulosidad de Wagner a la música dodecafónica de Arnold Schönberg, pasando por el jazz, los ritmos del cabaret o La canción violeta de 1920, tenida por el primer himno gay. Ciencia y filosofía ponen su punto y final: de modo muy gráfico, mediante dispositivos esféricos, apreciaremos las dudas abiertas en el tránsito de la física clásica de Newton a la relativa de Einstein y la mecánica cuántica, en la que la realidad queda convertida en una cuestión probabilística; muchas dudas también sembró el célebre debate que mantuvieron en Davos Cassirer y Heidegger en torno a la consideración del individuo como animal racional o como ser esquivo a definiciones que dedica su existencia a encontrarse sentido; sobre la libertad, en último término. Para el autor de Ser y tiempo, creer en nuestra racionalidad es repetir un prejuicio; participaba de la crisis de la razón como hijo de su tiempo (es sabido que la fortuna de ambos tras el asentamiento del nazismo fue muy dispar).
Un vídeo que registra la terrorífica quema de libros de marzo de 1933, una segunda trinchera donde escucharemos la voz de Paul Celan recitando Fuga de la muerte, el poema dedicado al dolor de Auschwitz, y el capricho de Goya El sueño de la razón produce monstruos, que alude aquí a que el sueño de la razón de Weimar terminó con los monstruos del nazismo, finalizan una muestra de la que saldremos definiéndonos: se han dispuesto sendas puertas para quienes confiesen que prefieren habitar tiempos de certidumbre o de incertidumbre, y acabada la exhibición conoceremos las estadísticas. Al menos en la jornada para la prensa, el reparto fue muy equilibrado.
“Tiempos inciertos. Alemania entre guerras”
Paseo del Prado, 36
Madrid
Del 17 de octubre de 2024 al 16 de febrero de 2025
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