En La luz del mundo (1937-1940), el Premio Nóbel islandés Halldór Laxness trazó la personalidad de un poeta proletario, romántico y maldito, con un trasfondo de crítica a la sociedad de su país desde postulados socialistas. La novela, considerada la mejor obra de Laxness y estructurada en cuatro volúmenes, ha sido también punto de partida, una especie de biblia, para numerosos artistas islandeses, entre ellos Ragnar Kjartansson.
Kjartansson, que ha nacido y vive en Reykjavik, representó a su país en la Bienal de Venecia de 2009 (fue el artista más joven en hacerlo) y ha llevado a cabo un buen número de muestras en Europa y Estados Unidos (ICA de Boston, New Museum de Nueva York, Guggenheim de Bilbao), pero nunca hasta ahora había protagonizado una individual en Francia. El Palais de Tokyo le brinda la ocasión hasta enero de 2016.
Ajeno al encorsetamiento de definirse por un formato, Reykjavik une en sus proyectos performances, filmes, escultura, pintura y música y explora de manera poética pero no por ello exenta de humor cómo realidad y ficción se desdibujan a menudo en la vida cotidiana de los occidentales.
Para su muestra en París ha llevado a cabo varias obras específicas, entre ellas Bonjour (2015), una perfomance que se repetirá cada día mientras dure la exposición y que se basa en el encuentro fugaz de un hombre y una mujer; Scenes from Western Culture, también de este año, una videoinstalación cuyas escenas ensalzan, y a la vez deploran, los objetos de deseo de nuestra sociedad y Seul celui qui connait le désir (2015), que se compone de grandes pinturas que representan, al modo de decorados teatrales, glaciares o rocas nevadas.
Explora de manera poética, pero no exenta de humor, cómo realidad y ficción se desdibujan a menudo en la vida cotidiana de los occidentales
Esta última obra es la que da título a la exposición y fue tomada de un poema de Goethe que cruza referencias literarias y musicales y que ha sido objeto de varias adaptaciones: Tchaïkovski lo convirtió en 1869 en composición musical y Frank Sinatra lo interpretó como canción en 1949.
Ahora Kjartansson, considerado un romántico contemporáneo conforme a la tradición nórdica, lo traslada a las artes plásticas sumando su influencia a la de La luz del mundo. Además de ahondar en las distancias –o no distancias- entre lo real y lo ficticio, el islandés también pone en cuestión el aura que rodea aún hoy la figura del artista y que aún nos invita a pensar en ellos como genios más o menos torturados; el rol del espectador, que en sus trabajos pasa a menudo de ser un mero testigo a convertirse en personaje y la identidad, incidiendo en los acontecimientos que le han definido como hombre y como creador (con sus padres, actores de cine y teatro, como referentes).
Además de la poesía, la música también se hace muy presente en su producción –según él, de modo casi escultural- y acompaña buena parte de sus performances. Ha colaborado con el grupo Sigur Rós, tanto en la composición de sus canciones como en la dirección de sus vídeos, y el trabajo con la banda le ha sido de ayuda a la hora de crear paisajes sonoros ensimismados y evocadores para su propia obra, que pretende transmitir al espectador emociones lo más sinceras posible.
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: