Hace unos años, los responsables de la Fundación March manejaron la idea de programar una amplia muestra que enseñara al público las huellas del arte japonés en el occidental, pero, por sus dimensiones, imposibles de canalizar en el espacio expositivo de esta institución, y la dificultad de efectuar los préstamos necesarios, aquel proyecto fue inviable. La idea no cayó, sin embargo, en saco roto, sino que se materializa en la exposición que desde hoy podemos visitar en la Fundación: “Principio Asia”, una revisión de la influencia evidente pero no demasiado investigada de la cultura de China, Japón e India en la creación contemporánea española. El foco del estudio lo constituyen los pintores abstractos que trabajaron entre los cincuenta y 1966, fecha en que abrió sus puertas el Museo de Arte Abstracto de Cuenca por iniciativa de Zóbel, uno de los artistas más y mejor representados en la exposición, pero en ella encontramos piezas más tardías, las más recientes realizadas en 2017.
Como la mayoría de las muestras que ofrece la Fundación March, esta también nace de un proyecto de investigación en el que, además de Manuel Fontán, Inés Vallejo y Marta Ramírez, por parte de este centro, han participado como comisarias invitadas tres expertas en arte asiático de la Universidad Complutense: Matilde Arias, Pilar Cabañas y María Jesús Ferro.
Son 66 los creadores representados: algunos de ellos adquirieron conocimientos del arte en esos países pisando el terreno -es el caso claro de Zóbel, que antes de asentarse en España viajó a Japón y dio clase de escultura china y nipona en Manila, su ciudad natal, también de Ballester o José María Sicilia-, y otros a través de artistas coetáneos o no y de lecturas. Sus trabajos, que en ocasiones se agrupan formando parejas con obras de origen asiático, componen aquí una panorámica de relaciones transculturales amplia pero no exhaustiva, un repaso sencillo que podría generar múltiples monográficas en torno a los vínculos de cada uno de los autores presentes con Oriente.
La exhibición se estructura en una decena de secciones temáticas y de ella forman parte, además de pinturas y esculturas, cerámicas, instalaciones, fotografías, trabajos conceptuales y otros desarrollados en colaboración. Proceden de colecciones nacionales e internacionales, en muchos casos de fondos de arte oriental de museos españoles no demasiado conocidos.
Una de las primeras sorpresas que nos depara la muestra son los ecos de las perspectivas caballeras de las estampas de Utagawa Kunisada en una Habitación roja de Navarro Baldeweg cedida por la Fundación Botín; cerca quedan las Japonesadas que Gustavo Torner llevó a cabo tras visitar Japón junto a Zóbel en 1971. Al margen de perspectivas, la tipología de los jardines de ese país influyó en las meticulosas líneas de la serie Saetas del mismo Zóbel y en algunas composiciones también rayadas de Hernández Pijuan.
Tanto la naturaleza china y japonesa como sus modos de mirarla han influido asimismo en los modos de ver y representar de muchos artistas. Además de Zóbel, que atesoró antigüedades y libros sobre Japón, muchos presentes en la Fundación March, y que en su serie El río plasmó paisajes con una delicadeza heredada de biombos de la era Meiji, en la muestra se comparan obras de Marta Cárdenas con imágenes del budismo zen y delicadísimas ramas de José Manuel Ballester con las de Kose Shoseki. Ballester no solo ha viajado a Japón para fijarse abiertamente en su naturaleza, ha impregnado sus trabajos de sus modos de hacer, llegando a emplear el pincel japonés. Hay que subrayar que las piezas que forman parte de la exposición mantienen conexiones probadas con el arte nipón, chino o indio, en ocasiones relaciones refrendadas por los propios artistas: no se confrontan trabajos desde la mera semejanza.
Se ha buscado además huir en lo posible de lo obvio, de las relaciones bien conocidas, para adentrar al público en terrenos más complejos: como el que enlaza las texturas de las cerámicas tradicionales chinas y japonesas con las manejadas por Artigas o Tàpies. Pero no por ello se ha esquivado la presencia de los imprescindibles abanicos de Tharrats o de Mitsuo Miura.
Una de las vías más claras de influencia de la cultura oriental en el arte español reciente es la espiritual; hay que recordar que, en el hinduismo y el budismo, los frutos de la creación son manifestaciones de energía. Luis Martínez Muro, Herminio Molero o Manuel Rivera y Palazuelo han trabajado a partir de mandalas, y también José María Yturralde, en su serie Enso, se ha servido del círculo para hablar de lo absoluto del vacío, del todo que hay en la nada. Tampoco podía faltar, en este apartado, Barceló, quien trabajó a partir de Shivas danzantes y esculturas de Buda que estudió en los depósitos del Musée Guimet.
El influjo del arte indio se ha hecho presente en nuestro país sobre todo a través del color; la muestra lo recuerda a partir de fotografías de Cristina García Rodero, una instalación de Susana Solano o telas de Miguel Ángel Campano. También de la preciosa serie Nemaste de Uslé.
Otra de las secciones de la muestra relaciona las caligrafías de Asia oriental con la gestualidad pictórica de los informalistas españoles y también se vincula la filosofía de la región a los poemas-objeto de Brossa; los haiku a las fotografías nada espontáneas de Madoz o la práctica zen al humor de Juan Hidalgo.
El proyecto se completa con un gabinete de curiosidades, con parte de los libros de temática oriental que atesoraron Chillida, Palazuelo, Tàpies y Zóbel y lo hará con una web que incluirá documentación, bibliografía y una serie de trece entrevistas grabadas con otros tantos artistas participantes. También con un ciclo de conciertos.
“Principio Asia. China, Japón e India y el arte contemporáneo en España (1957-2017)”
c/ Castelló, 77
Madrid
Del 8 de marzo al 24 de junio de 2018
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: