No solo primitivismo: Picasso íbero

El Centro Botín presenta su mayor apuesta expositiva del año

Santander,

En colaboración con el Musée national Picasso-Paris y con el apoyo de la propia familia de la artista, el Centro Botín de Santander presenta su muestra más esperada del año y la primera en analizar la honda y larga influencia del arte íbero en Picasso. Bajo el comisariado de Cécile Godefroy y Roberto Ontañón, y a partir de dos centenares de piezas cedidas por una veintena de prestadores, el Louvre entre ellos, se explora la historia de aquella fructífera inspiración que tuvo como hito inicial la exposición de arte íbero que ese museo parisino programó en 1906: recogía esculturas y objetos contemporáneamente hallados y es sabido que el malagueño la visitó con aprovechamiento.

Para él aquella exhibición supuso un punto de inflexión: sus investigaciones formales avanzaron desde el orden y el clasicismo anterior hacia caminos que culminarían en el cubismo pero no se circunscribieron a sus planos conjugados; los temas, rasgos y prácticas de la creación íbera resonarían, formal y conceptualmente, prácticamente hasta el final de la larga carrera de Picasso. La muestra de Santander hace hincapié en ese diálogo, contando con piezas de esta cultura nunca expuestas, y en la relevancia del descubrimiento de ese arte primitivo y autóctono por el malagueño en un momento en que, tanto él mismo como los artistas de su tiempo, cuestionaban abiertamente el academicismo desde el deseo de gestar identidades y lenguajes propios.

“Picasso íbero”. Centro Botín
“Picasso íbero”. Centro Botín

Tres secciones articulan el recorrido, que comienza introduciendo al espectador en la cultura íbera, sus ritos y la tipología de sus esculturas y de sus cerámicas policromadas. A continuación, se explora el desarrollo del iberismo picassiano tras esa visita al Louvre, entre 1906 y 1908 y bajo la esencial influencia de las cabezas votivas del Cerro de los Santos: las huellas íberas en el artista fueron entonces evidentes en cuerpos y rostros, empezando por el suyo propio, en combinación con las enseñanzas que tomó de Cézanne (captar la naturaleza a través del cubo, el cilindro y la esfera), el primitivismo que ya había fascinado a Gauguin y el peso de la escultura románica catalana. Así, la muestra parisina y el arte íbero acentuaron en Picasso su necesidad de distanciarse de las referencias reales: sus retratos devinieron menos subjetivos, más simplificados y sintéticos en sus rasgos faciales y austeros en su cromatismo y sus formas.

Aquella evolución resultaría esencial en el acercamiento del artista a lo primitivo, siendo su hallazgo de la potencia estética íbera previo a sus aproximaciones al arte africano y oceánico. Unos y otros le permitirían paulatinamente vertebrar ese nuevo lenguaje radical que cristalizaría, como decíamos, en sus formas cubistas y no cabe duda de lo fundamental de esa influencia a la luz de la contemplación de las esculturas del Louvre aquí reunidas junto a los dibujos, pinturas y esculturas picassianas.

Por último, finaliza la exposición presentando exvotos picassianos con vínculos, inéditos hasta ahora, con los relieves íberos de Osuna: se trata de trabajos posteriores a 1908 entre los que se encuentran figuras oferentes, toros, rostros y cabezas.

"Picasso íbero". Centro Botín
“Picasso íbero”. Centro Botín
Pablo Picasso. Autorretrato, 1906. © Sucesión Pablo Picasso. VEGAP, Madrid, 2020
Pablo Picasso. Autorretrato, 1906. © Sucesión Pablo Picasso. VEGAP, Madrid, 2020

No está de más recordar que Málaga, donde Picasso nació y pasó su primera infancia, se construyó sobre un asentamiento fenicio fundado hace casi 3.000 años en territorio de los Bastetanos. Este pueblo, junto a los demás establecidos en el primer milenio antes de Cristo en torno al Mediterráneo (Ceretanos, Ilergetes, Lacetanos, Indigetes, Layetanos, Ilercavones, Sedetanos, Edetanos, Contestanos, Oretanos, Turdetanos), fueron distinguidos como íberos por la historiografía moderna, y en la formación, el desarrollo y el declive de su civilización resultarían fundamentales las colonizaciones históricas (fenicia, griega y cartaginesa) y la conquista romana.

Los colonizadores aportaron el hierro y el torno de alfarero, el aceite, el vino, el alfabeto y la moneda, y también dioses, cuyos cultos se difundieron entre la población local. Los escritores clásicos alabaron el desarrollo económico, social y cultural íbero y la arqueología nos habla de una sociedad jerarquizada y compleja, cuyo comercio favorecía a una élite aristocrática conectada con amplios circuitos comerciales, como prueban las manufacturas fenicias, griegas, cartaginesas y romanas halladas en los enclaves íberos.

Su cultura material (estatuaria, cerámica, joyería) ofrece evidentes influencias de esos pueblos junto a un claro componente autóctono, en forma de hieratismo, rigidez, rasgos anatómicos esquemáticos y gusto por los detalles corporales y ornamentales, y la exhibición en el Centro Botín de exvotos en bronce, piedra o terracota íberos junto a la obra de Picasso no hace sino subrayar en aquellos una modernidad que muchos encontrarán asombrosa.

Se sabe que, en el Louvre en 1906, Picasso pudo estudiar las esculturas del Cerro de los Santos y también la Dama de Elche, y su contemplación le llevó a plantear, en los meses siguientes, sus exvotos en bronce, piedra o terracota inspirados con toda claridad en la estatuaria monumental en piedra y en los pequeños artefactos de bronce que había visto. Seguramente encontró en ellos la posibilidad de un regreso a unos orígenes no “contaminados” por el canon neoclásico y también a una autenticidad ajena a lo académico. Es sabido, asimismo, que adquirió piezas íberas, sobre todo exvotos, que compró en fechas aún no conocidas en ese proceso de reinventarse a partir de un pasado, hasta entonces, oculto. Y que poseyó, escondidas en un armario hasta que decidió devolverlas, dos cabezas de aquella cultura que había robado en el Louvre Géry Pieret, secretario belga de Apollinaire (nos esperan, también, en Santander).

Si la huella íbera es clara en el periodo, ya bien conocido, transcurrido entre 1906 y 1908, no es descabellado pensar que el malagueño volvió a mirar a sus ancestros a finales de los veinte, como dejan ver las pinturas Le Minotaure o El beso, y a principios de los treinta, como atestiguan las esculturas Acróbata, Guerrero, nuevamente El beso, Mujer con una naranja o Mujer con un jarrón, estas últimas hijas de la Dama oferente del Cerro de los Santos.

Relieve. Museo Arqueológico Nacional
Relieve. Museo Arqueológico Nacional
Picasso. Toro echado, 1957. Museo Picasso Málaga. Donación de Christine Ruiz-Picasso
Picasso. Toro echado, 1957. Museo Picasso Málaga. Donación de Christine Ruiz-Picasso

 

 

 

“Picasso íbero”

CENTRO BOTÍN

Muelle de Albareda, s/n

Jardines de Pereda

Santander

Del 1 de mayo al 12 de septiembre de 2021

 

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