Nacido en Copenhague en 1938, Per Kirkeby es uno de los artistas contemporáneos actuales más reconocidos. Formado como geólogo, se unió en 1962 a la Escuela de Arte Experimental de la capital danesa y desde entonces ha desarrollado un muy variado lenguaje pictórico vinculado siempre a los procesos de metamorfosis de la naturaleza.
Kirkeby es autor también de piezas tridimensionales, que viene elaborando en bronce fundido desde principios de la década de los ochenta, de célebres esculturas de ladrillo y de una extensa serie de grabados que llevó a cabo sobre todo en los inicios de su trayectoria.
La Pinakothek der Moderne de Munich le dedica hasta el 14 de septiembre una retrospectiva centrada en grabados en punta seca y en madera y en sus esculturas de bronce. La gran sorpresa de la exposición la encontramos en diversas xilografías de muy pequeño formato datadas a finales de los cincuenta y halladas recientemente.
Destacan por la sensualidad y tactilidad derivada de sus cualidades materiales, que podemos relacionar con las de sus esculturas. La tendencia latente en estas piezas hacia la metamorfosis llama la atención por su lirismo y el cromatismo de estos trabajos se vincula igualmente con las tonalidades de las pinturas del artista.
La gran sorpresa de la exposición la encontramos en diversas xilografías de muy pequeño formato datadas a finales de los cincuenta y halladas recientemente.
Los motivos que aparecen tanto en su escultura como en su pintura siempre proceden de la naturaleza o de la cultura concebida como el resultado de la actividad humana, aunque los aborda desde la consciencia de que en realidad la naturaleza también es artificial al realizarse la visión de la misma a través del filtro del bagaje cultural del que la contempla.
La obra de Kirkeby no se puede enmarcar en un único género, y a menudo el propio creador danés exige que en sus exposiciones aparezcan mezcladas obras de varios géneros con el fin de hacer evidente esa particularidad de su trabajo.
Si se contemplan distraídamente las pinturas de Per Kirkeby, puede parecer que se trata de obras abstractas, formadas por grandes gestos y trazos de color que de manera compulsiva inundan la superficie de la tela en la estela del neoexpresionismo, pero si las observamos más detenidamente, podemos percibir que poseen una estructura, que sus colores han sido aplicados en forma de veladuras que se superponen y que entre ellos se dan sutiles relaciones cromáticas.
En cuanto a su escultura, el interés por ésta nació en Kirkeby de su admiración por la obra de Rodin. Seguramente lo que le interesó del escultor francés es la manera en que deja indefinidas las figuras, ese “non finito” que obliga al espectador a realizar el esfuerzo de completar en su mente las formas que sólo han sido insinuadas.
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