Uno de los autores que, desde sus inicios, que coincidieron con los del siglo XX, más hizo por conceder a la fotografía el rango de disciplina equiparable a otras artes fue Paul Strand, quien supo pronto ver en la cámara una herramienta para observar el mundo y obtener conclusiones sobre nuestro lugar en él.
Discípulo de Stieglitz, trabajó con extraordinaria meticulosidad, aplicando a los exteriores procedimientos de estudio y tomándose el tiempo necesario en la toma de cada una de sus imágenes, sacrificando la espontaneidad: lo suyo era ocuparse de los preparativos necesarios a la hora de lograr la luz deseada y la indumentaria adecuada a sus retratados. Entre sus obras hoy más difundidas figuran las que en los cincuenta y los sesenta dedicó a pueblos y comunidades de geografías diversas (de Estados Unidos a Italia pasando por Ghana), atendiendo sobre todo a los vínculos entre los territorios y sus habitantes, desde un enfoque en buena medida documental. Hoy estos trabajos nos resultan menos avanzados que su obra temprana, pero Strand siempre creyó en su novedad a la hora de mostrar “los tiempos” de los lugares.
Si Stieglitz fue su mentor (y acudió a menudo a su galería 291), se dejó también influir por Lewis Hine tras pasar por la Ethical Cultural School y, superado un cierto pictorialismo inicial, se uniría al Camera Club neoyorquino. Viajó a Europa, conoció a artistas e intelectuales de inquietudes diversas como Duchamp, Picabia o Sheeler y adoptó un espíritu experimental que le llevó a ampliar sus enfoques y puntos de vista, a adoptar un estilo más directo o a sumergirse en la abstracción.
Junto a Sheeler realizaría justamente Strand Manhatta (1920), película pionera en el cine de vanguardia cuyo título procedía de un poema de Walt Whitman. Su protagonista es la ciudad de Nueva York, y su trama, el trepidante ritmo urbano en un día cualquiera; una década después filmaría Redes, otra pieza esencial, en su caso, del cine documental de esta época en México. Nunca dejó de lado su interés por el cine; admiró a Vittorio de Sica y Rossellini, produjo libros y, en todas las vertientes de su trayectoria, demostró una gran agudeza visual y enorme talento al equilibrar forma y contenido en imágenes, en último término, documentales.
La obra del americano ha abierto, junto a la de Bill Brandt, el nuevo centro de fotografía de la Fundación MAPFRE en Barcelona: KBr. En este espacio se exhiben 110 de las 131 imágenes suyas presentes en los fondos de esta institución, entre ellas sus emblemáticas estampas de peatones, que fotografió en la estela de Stieglitz y Langdon Coburn, desde viaductos, puentes o rascacielos. Una de ellas es Wall Street (1915), que se exhibiría en la galería de Stieglitz y que hoy es emblema de la historia de la fotografía callejera. También de ese afán del artista por atender a un tiempo al fondo y a la forma: El fotógrafo documental dirige su cámara hacia el mundo real para registrar su autenticidad. Al mismo tiempo, debe buscar la forma con el fin de idear diversos modos de organizar y usar el material de manera eficiente, dijo.
Su empleo de encuadres y formas geométricas remite al cubismo y en su trabajo con la luz se han encontrado huellas impresionistas, pero podemos subrayar sus juegos con la abstracción y su búsqueda de la belleza en las formas cotidianas: en bodegones, fachadas, objetos comunes…
Como avanzábamos, no se resistió Strand al peso del pictorialismo fotográfico; lo apreciamos en El río Neckar, Alemania (1911); Bahía de Shore, Long Island (1914) o Invierno, Central Park, Nueva York (1913-1914), pero supo encontrar, de la mano de Alexander Cozens, caminos para simplificar las formas y avanzar hacia lo abstracto. El movimiento de la ciudad y las líneas de sus arquitecturas también abonaron el terreno hasta que, avanzados los veinte, y sobre todo en los treinta, decidió sumergirse en el género, romántico por excelencia, del paisaje.
En los que tomó en México en 1932-1934, comenzó a explorar los nexos entre la fisonomía de los lugares y sus habitantes en un periodo concreto: el suyo. Lo hizo desde el trabajo pausado, teniendo en cuenta el tiempo lento que requiere la observación de la naturaleza, la cultura popular y el medio rural. Por ellos quedó seducido, hasta el punto de instalarse en 1955 en Orgeval, pueblo en la región de Isla de Francia donde compaginaría la fotografía con el cuidado de su jardín.
La exhibición en MAPFRE también presta atención a sus retratos, como los llenos de naturalidad de gentes anónimas del Lower East Side que no eran conscientes de ser fotografiadas, entre ellas muchos obreros y su célebre Mujer ciega. También los llevó a cabo en México, tras ser invitado en 1932 por el director del Conservatorio Nacional de Música, Carlos Chávez, para trabajar en el país, fijándose en personas, esculturas religiosas, objetos propios de la cultura popular, pintadas en iglesias… A unos y otros motivos les concedía el mismo tratamiento, como si fuera consciente de que compartían trascendencia; así también trabajaría en Nueva Inglaterra, Ghana o Luzzara.
El viaje era, en realidad, práctica habitual entre artistas e intelectuales desde los veinte, y esa costumbre explica la creciente relevancia de las revistas ilustradas y de la fotografía vinculada a la edición. Strand fue muy consciente de la importancia de esos viajes en su carrera (Me veo a mí mismo fundamentalmente como un explorador que ha pasado su vida en un largo viaje de descubrimiento) y en 1950 publicó su primer libro propio de fotografías: Time in New England. Después llegarían La France de profil, Un Paese, Tir a’Mhurain, Living Egypt y Ghana. An African Portrait.
Paul Strand
CENTRO DE FOTOGRAFÍA KBr. FUNDACIÓN MAPFRE
Avenida Litoral, 30
Barcelona
Del 9 de octubre de 2020 al 24 de enero de 2021
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