Decía Gauguin que la naturaleza esconde infinitos misterios, que se encuentra en cambio constante y que los artistas son una manifestación de la misma, y también su herramienta, creencia que quizá explique su pasión por hallar y representar el paraíso terrenal escondido.
La Fondation Beyeler de Basilea presenta, hasta el 8 de junio, una muestra fundamental del artista que reúne medio centenar de sus trabajos esenciales procedentes de museos internacionales y colecciones privadas, obras convertidas en iconos del arte contemporáneo que por sus formas elementales, su luminosidad y su vivo cromatismo convirtieron a Gauguin en figura esencial del sintetismo y el simbolismo.
Gauguin pasó su infancia entre las ciudades de París y Lima, de donde procedía parte de su familia materna, y su escaso interés por los estudios hizo que en 1865 viajara a Río de Janeiro y que los siguientes años de su vida los pasase de gira por todo el mundo. Más tarde trabajó en París como empleado de un agente de cambio y alternó aquella ocupación con su creciente interés por la pintura y el coleccionismo. La crisis financiera que padeció Francia en 1882 le llevó a replantearse su vida y a optar por destinar todo su tiempo a la pintura.
La exposición se centra en las obras que Gauguin realizó en Tahití, en sus representaciones de sensuales figuras femeninas y paisajes idílicos
Su relación con Camille Pissarro parece que tuvo que ver con esta decisión y, tras perder su empleo, Gauguin se trasladó a Ruán, donde entonces vivía el maestro de los impresionistas.
Tras una visita junto a Charles Laval a la isla de La Martinica en 1887, en la que su estilo comenzó a alejarse del Impresionismo, Gauguin viajó por primera vez a Pont-Aven, en Bretaña. Allí conoció a Émile Bernard, cuyo estilo influiría mucho en él, y asumiría su cloisonismo en cuanto al empleo de colores planos y al uso de la línea al modo del arte de las vidrieras.
Su Visión del sermón, de 1888, que se conserva en la National Gallery of Scotland de Edimburgo, es quizá el trabajo más representativo de este momento estilístico del pintor. Poco después, Gauguin entró en contacto con Paul Sérusier, figura determinante para la formación del colectivo de los nabi, que tomarían a Gauguin como ejemplo y figura inspiradora por su pintura y personalidad.
A finales de la década de los ochenta, Gauguin mantuvo contactos con los hermanos Van Gogh: Theo fue su marchante y Vincent le invitó a compartir con él experiencias artísticas en Arles a finales de 1888.
Su cada vez mayor interés por el primitivismo le impulsó a organizar una subasta en 1891 para pagarse un viaje a Tahití, aunque en Papeete no encontró el paraíso perdido que había soñado dada la influencia occidental en la isla. Tras cambiar varias veces de vivienda y caer enfermo en varias ocasiones, decidió regresar a Francia en 1893.
Su vuelta a los orígenes tampoco colmó sus expectativas, pues las pinturas y esculturas que había llevado a cabo en Tahití no fueron muy recibidas, y acuciado nuevamente por problemas económicos, Gauguin decidió abandonar definitivamente el país en 1895.
Tras algunos años de escasa actividad artística en Tahití, se instaló en 1901 en Hiva Oa, en las Islas Marquesas, y allí sí pudo encontrar una civilización primitiva no contaminada por Occidente en la que inspirarse. En ese clima optimista realizó las últimas obras de su vida.
Aunque cuenta con varios autorretratos y con las pinturas más visionarias de su etapa simbolista, la exhibición de Basilea se centra en las obras que Gauguin realizó en Tahití, en sus representaciones de sensuales figuras femeninas y paisajes idílicos que nos hablan de una naturaleza exótica y, sobre todo, inexplorada. Estos trabajos sugieren una lograda armonía entre naturaleza y cultura, erotismo y misticismo, entre lo real y lo soñado y se complementan en la Fondation Beyeler con excepcionales esculturas que evoquen quizá las del arte primitivo desaparecido en los Mares del Sur.
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