Hace ya 16 años que el Centro Gallego de Arte Contemporáneo presentó la primera retrospectiva en nuestro país del alemán Stephen Balkenhol, un escultor figurativo y amante del minimalismo al que todos reconocemos ya por sus figuras talladas en madera, humanas o animales, que comenzó a elaborar en los setenta como alumno y ayudante de Ulrich Röckriem. Comparte con él su gusto por el tratamiento inacabado de los materiales y las formas naturales.
Y decimos que sus obras se nos han hecho ya familiares no solo por ser frecuentes en el recorrido de ARCO o por sus muestras en galerías, también por la cotidianeidad de sus rasgos y gestos: su fisionomía es como la de esos viajeros de metro cuya cara no recordamos, parecen representar lo común, ser prototipos de los hombres y mujeres de hoy, carentes de elementos distintivos que los individualicen. Por esa razón, por su nula expresividad, presentan también misterios: es posible que en ellos, como en las esculturas griegas de los kuroi y las korai, se den cita tanto lo real como lo ideal, el enigma derivado de la solidez y la ausencia de emoción.
Balkenhol nunca ha querido hacer retratos en sentido estricto, sino tallas que podamos concebir como tal sin tener la seguridad de que lo sean: maneja los códigos de la incertidumbre y la acentúa con dimensiones que superan la natural o situando las figuras sobre pedestales que no las monumentalizan, sino que nos dejan claro que, pese a su apariencia mundana, nos encontramos ante imágenes irreales, nunca hiperrealistas.
Trabaja en madera por su ligereza, porque le permite una independencia de movimientos impensable en otros materiales y porque acepta muy bien la pintura, la nota quizá más expresiva de sus obras.
Las más recientes nos las enseña, hasta el 9 de diciembre, la Galería Senda, en la que es la primera exhibición individual de Balkenhol en Barcelona: aquí podemos ver figuras, talladas nuevamente en madera de wanna y álamo (podemos apreciar las marcas del cincel, las grietas y fisuras), que testimonian su afán por ahondar en una iconografía personal, minimalista en su sencillez y a su vez emblemática de una sociedad en la que el individuo es parte de un todo globalizado y la diferencia resulta cada vez menos visible.
Junto a sus figuras exentas, de tamaños diversos y colocadas en peanas también de madera, se exponen otras dispuestas en la pared a modo de relieves. En sus rostros, el artista respetó el tono natural de la madera, incorporando color a los ojos, la boca, el pelo y la ropa. Destaca la que presenta, con un inédito aire surrealista, a un hombre pulcramente vestido sumergido en un fondo marino, el Hombre de los peces.
“Stephen Balkenhol, nuevas esculturas”
c/ Trafalgar, 32
Barcelona
Del 28 de septiembre al 9 de diciembre de 2017
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