El pasado 14 de julio, las National Galleries of Scotland abrieron la que es la mayor muestra de Emil Nolde en el Reino Unido en las últimas dos décadas: un repaso a su carrera entre 1901 y 1950 a través de 120 pinturas, dibujos, acuarelas y grabados, muchos rara vez expuestos fuera de Alemania.
Nolde fue en su país uno de los primeros expresionistas ligados al grupo Die Brücke, pero también uno de los que antes lo abandonaron. Para cuando ese colectivo se mudó en 1911 a Berlín, él ya hacía discurrir su obra por otros caminos, más cercanos a Van Gogh, Munch o Gauguin; más adelante Ensor sería otra de sus figuras de influencia.
Años antes había logrado escapar a la fuerza del impresionismo alemán de Liebermann, Corinth y Slevogt a través de un cromatismo audaz y de una querencia por lo primitivo y lo salvaje que lo aproximaron a Kirchner y Pechstein. No obstante, su modo de acercarse a lo primitivo no tenía tanto que ver con el deseo de soledad y de pureza de sus predecesores como con su voluntad de encontrar en lo primigenio lo primordial: las esencias del universo, la vida y el arte.
Encontró en las creaciones populares, o las de los pueblos primitivos, mensajes radicales que se le hacían llegar directamente, sin mediaciones en el lenguaje y las formas, con la mínima convención. Incluso a la naturaleza no la observaba tanto como la sentía, y le atrapó porque ni los rayos del sol ni las olas del mar habían experimentado variación en siglos.
En sus pinturas, el cielo y la tierra, las olas y las nubes, parecen reunirse en fogonazos violentos, en llamaradas de tonos vivísimos en las que la naturaleza se dilata y afirma su poder atemporal. Sus colores no son más ni menos que la manifestación de un sentimiento trágico del paisaje; Nolde se refería a ellos como plañideros o reidores, cálidos y santos, como canciones de amor y de erotismo, como cantos y espléndidas corales. Buscaba que se desarrollaran y crecieran en sus lienzos como los minerales en la naturaleza; de nuevo en sus palabras, como crecen el musgo y las algas, como bajo los rayos del sol debe entreabrirse y brotar la flor. También como gritan de dolor y miedo los animales.
Su mayor evolución en cuanto a representación del paisaje se dio entre 1908 y 1916: predominan los horizontes bajos y los cielos altos, sin la épica ni el misticismo de Ensor: en crudo y con desgarro, sin estructura y con intuición, la que une al hombre con la naturaleza.
Además de paisajes que se acercan a la abstracción, Nolde también llevó a cabo pinturas figurativas, sobre todo a partir de 1909 y con temática religiosa. Hay en ellas ecos sarcásticos, pero especialmente (aquí sí) un misticismo que tiene que ver con el medievo germano. Sus paletas se hacen entonces acres, con rojos intensos, violetas pálidos, verdes mustios… acentuando lo turbador de estas obras, que parecen desafiar la creencia en la civilización moderna.
La antología escocesa se titula “Colour is Life” y abarca paisajes atmosféricos tempranos, óleos de rico cromatismo más avanzados, imágenes de soldados contemporáneas a la I Guerra Mundial y esas pinturas religiosas de las que hablábamos, en la que intercaló espiritualidad y erotismo. Se dan cita en las National Galleries de Edimburgo cielos inmensos, paisajes azotados por el viento, mares tempestuosos que Nolde conoció bien en el norte de Alemania, cabarets berlineses en los que se adentró de la mano de su esposa, la bailarina Ada; remolcadores en el puerto de Hamburgo y personas y lugares que encontró en los mares del Sur. Se trataba siempre de respuestas emocionales a lo que Nolde veía, un sentimiento que el artista esperaba compartir con el espectador.
Hay que recordar que el pintor, nacido en 1867, tomó su apellido de su aldea natal (su nombre original era Hans Emil Hansen) y solía trabajar la tierra después de la escuela. Pudo haber seguido los pasos de su padre, agricultor, pero optó por formarse como dibujante y tallador de madera.
Emil Nolde. “Colour is Life”
NATIONAL GALLERIES OF SCOTLAND
73 Belford Road
Edimburgo
Del 14 de julio al 21 de octubre de 2018