Que la música es connatural al ser humano lo prueba la antropología; sabemos que, en épocas muy tempranas, se buscaba imitar los sonidos de la naturaleza como reclamo o aviso, aunque no podamos considerar aquellas emulaciones como música si entendemos esta como una repetición voluntaria y no instrumental de esos sonidos. Ese fue el siguiente paso.
Dado que no existía entonces notación ni contamos con testimonios escritos para orientarnos, lo que sabemos sobre cómo pudo ser la música en la antigüedad lo hemos averiguado, en buena medida, gracias a los restos arqueológicos, y a ellos se dedica la exhaustiva muestra que, desde mañana y hasta septiembre, y tras su paso por Barcelona, nos ofrece CaixaForum Madrid, “Músicas en la antigüedad”, un nuevo capítulo en las colaboraciones de Obra Social La Caixa con el Museo del Louvre. Ambas instituciones firmaron un convenio de colaboración en 2009.
Del Louvre parisino y de su sucursal en Lens proceden la mayoría de las casi 400 piezas que integran la muestra; también del Metropolitan de Nueva York, los Museos Capitolinos romanos o el Museo Nacional de Atenas. Algunas son inéditas y no faltan en el recorrido dispositivos que permiten al público escuchar reconstrucciones de cómo pudieron sonar instrumentos primitivos y también el que los historiadores consideran el canto más antiguo. Hay que remarcar que la música de la antigüedad abordada en esta exposición no se ciñe al ámbito grecorromano: encontramos obras procedentes de Egipto y Oriente.
Se exhiben en Madrid tablillas de Mesopotamia, estelas egipcias, cerámicas griegas, mosaicos, monedas, relieves romanos y algunos instrumentos antiguos cuyo estado de conservación sorprende, a veces, muy positivamente: unos y otros, además de por su belleza, destacan por aportar fragmentos de las primeras escrituras musicales y representaciones de intérpretes datadas desde el tercer milenio antes de Cristo hasta el siglo IV. Probablemente sus músicas primitivas se asociaran al hecho religioso (fueron varias las leyendas sobre el origen divino de los instrumentos, como las del demiurgo Enki en Sumeria o la que considera a Hermes creador de la lira), pero no solo a las creencias: también a la exaltación o representación del poder, a la guerra, a determinados actos cívicos de los núcleos de población o a la muerte.
El punto de partida del montaje equilibrado y didáctico de la exposición lo dan estudios académicos: el programa Paisajes sonoros y espacios urbanos en el Mediterráneo antiguo que pusieron en marcha las Escuelas Francesas en el Extranjero (EFE), haciéndose eco de las investigaciones desarrolladas en este campo por profesionales de perfiles muy diversos: conservadores, historiadores y arqueólogos, sí, pero también etnomuseólogos, físicos acústicos y arqueometristas.
Gracias a su labor sabemos, y podemos comprobarlo en esta muestra, que las sociedades antiguas compartieron ciertas prácticas e instrumentos musicales, pero también desarrollaron sus propias formas de expresión musical. En el Renacimiento se comenzó a tener las primeras noticias sobre la música grecorromana y la del Egipto faraónico cosechó pasiones a partir de la invasión napoleónica, cuando comenzaba a gestarse la historia musical como disciplina autónoma. Fue entonces, en el siglo XIX, cuando se publicaron los himnos délficos, se hallaron vestigios de arpas en Tebas o trompetas en Pompeya. Hubo que esperar más para que se estudiara a fondo la música oriental: a las décadas de los treinta y los cincuenta del s XX, cuando en las primeras excavaciones importantes en Ur se encontraron preciosas liras y textos cuneiformes con indicaciones musicales. En los vestigios recopilados en CaixaForum podemos distinguir instrumentos de cuerda, viento y percusión.
Al margen de su vinculación con acontecimientos religiosos o sociales, tenemos datos para pensar que los antiguos no solo experimentaron, sino que teorizaron, sobre el poder emocional de la música a nivel individual. Los filósofos griegos enumeraron sus poderes sobre el alma y el cuerpo; los egipcios le atribuyeron tal influencia que la prohibieron en el culto a Osiris y no fue raro que se le atribuyeran cualidades mágicas o facilitadoras de la seducción.
Las obras de la exposición también dan cuenta de los distintos oficios que ya antes de nuestra era surgieron en relación a la música: hubo intérpretes, fabricantes de instrumentos y transmisores de melodías. Se ha constatado también que ya entonces existían intercambios entre Oriente y Occidente, en torno al Mediterráneo, de músicos e instrumentos: los primeros se desplazaban con motivo de recitales o misiones diplomáticas; en cuanto a los segundos, destaca la implantación a una y otra orilla del arpa. Si queréis saber más, pasad por Fuera de menú.
“Músicas en la antigüedad”
Paseo del Prado, 36
Madrid
Del 9 de junio al 16 de septiembre de 2018
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