Fue uno de los precursores del luminismo valenciano, aunque por su cronología su pintura ha de leerse también desde perspectivas románticas y simbolistas.
Unos meses después de que se cumpliese el centenario de su muerte, y hasta enero del año próximo, la sala 60 del Museo del Prado acoge una decena de obras de Antonio Muñoz Degrain, correspondientes a todas sus etapas y cinco de ellas recientemente restauradas.
Dan fe de la diversidad temática, el virtuosismo técnico y la estética personal de este pintor valenciano y junto a ellas podremos ver, en una vitrina, su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1899, que dedicó a “la sinceridad en el arte”, un dibujo incorporado a los fondos del centro a través de una donación y la fotografía de su retrato por el escultor Miguel Blay (al que el Prado brindó otra exhibición en 2016).
Esta exposición forma parte de su programa de difusión de colecciones del siglo XIX, las más amplias que conserva el Prado en el terreno de la pintura. Ese proyecto ha permitido mostrar, desde 2009, artistas, técnicas y contextos en pequeñas muestras monográficas.

Podremos contemplar Paisaje del Pardo al disiparse la niebla (1866), su paisaje más destacado, llamativo por su pincelada suelta, que remite ocasionalmente a la factura de Velázquez, y por su rica captación de las atmósferas. Recibió por él una medalla en la Exposición Nacional de 1866. También veremos Recuerdos de Granada (1881), ya en la sala 63 A, o Vista de Granada y Sierra Nevada (hacia 1915), que prueban su mirada subjetiva y evocadora de la naturaleza, en la que conjugaba elementos reales e imaginados.
La exposición también se fija en su rol como pintor de historia y de asuntos literarios. Cuenta con un estudio preparatorio a lápiz para su obra más célebre, Los amantes de Teruel, que puede admirarse en la sala 75 y posibilita acercarse a su proceso creativo. En Antes de la boda, por su parte, la representación de Isabel de Segura, protagonista de la composición, revela la influencia veneciana en las tonalidades vibrantes y, de nuevo, en la pincelada suelta.
Además, Muñoz Degrain mostró su interés por el exotismo norteafricano en Los escuchas marroquíes (1879), por la pintura religiosa en Jesús en el Tiberíades (1909) y por el detalle cotidiano en Rincón de un patio toledano (1904), todas ellas piezas que nos hablan de su versatilidad y su búsqueda continua de lenguajes pictóricos alternativos. Asimismo, Interior del estudio de Muñoz Degrain en Valencia, de su amigo Francisco Domingo Marqués, proporciona para los espectadores un testimonio valioso de la vida artística en esa ciudad en el siglo XIX.

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