Desde que culminara sus estudios en Bellas Artes en el Chouinard Art Institute de Los Ángeles en 1968, tiempo en el que emergía en California el movimiento Light and Space, Mary Corse ha investigado los efectos de los materiales en la percepción de los espacios desde un lenguaje abstracto, geométricamente preciso y gestualmente sutil. Experimentó tempranamente con lienzos de formas diversas, plexiglás y cajas iluminadas hasta que descubrió, al final de esa década de los sesenta, las microesferas de vidrio, un componente industrial utilizado en las señales de tráfico y las líneas divisorias de las autopistas, y comenzó a combinar sus perlas refractarias con pintura acrílica, dando lugar a composiciones que parecen irradiar luz desde su interior y transformarse en función de su entorno y de la posición del espectador al mirarlas.
Más adelante continuó recurriendo a ellas en sus series White Light y Black Light, en este último caso conjugándolas con acrílico negro; esos trabajos precedieron a Black Earth, un conjunto de obras basadas en grandes placas de cerámica que cocía en un horno construido a medida y esmaltaba en negro. Tras cerca de treinta años volcada en la monocromía, decidió reintroducir los tonos primarios en sus pinturas, partiendo de una concepción del color como componente de la luz blanca y enfatizando, de ese modo, lo que de abstracto tiene la percepción humana, en la que entran en juego los muy individuales sentimientos y la conciencia.
Su primera exhibición individual en un museo llegó en 2018 (se trató de “Mary Corse: A Survey in Light”, que pudo verse en el Whitney Museum of American Art de Nueva York y luego en Los Angeles County Museum of Art) y, desde este mes, Corse regresa a Pace Gallery, su sala habitual, para exhibir sus creaciones recientes en paralelo a su participación en la colectiva “Particles and Waves: Southern California Abstraction and Science, 1945–1990”, en el Palm Springs Art Museum. En estos trabajos últimos ha persistido en sus estudios sobre la luz como sujeto y material, un asunto en el que decidió profundizar tras conocer una suerte de epifanía mientras en su juventud conducía por la Pacific Coast Highway, en Malibú, al atardecer: notó cómo sus faros iluminaban progresivamente las marcas de la carretera a medida que avanzaba y, al buscar las causas de ese efecto, halló las mencionadas microesferas de vidrio, que mejoran la visibilidad en la señalización vial. En sus propuestas, como dijimos, esa iluminación se proyecta desde el mismo plano del cuadro.
Encontraremos en Pace una nueva serie de pinturas en forma de diamante con microesferas sobre su superficie; ha regresado sobre esa forma en concreto por primera vez desde hace cerca de sesenta años, seguramente porque el retorno a lo ya andado, a las ideas iniciales, que en su caso pasan por la indagación en la vertiente metafísica de la creación, es otro de los ejes de sus procesos. A la galería ha llegado la instalación inédita Halo Room: tiene carácter arquitectónico y, aunque se ha dispuesto en el centro del espacio interior, también podría situarse al aire libre; en una y otra ubicación puede ofrecer una experiencia participativa e íntima a partir de la escala, el espacio y la luz. En el momento justo en que un espectador se adentra en ella, la iluminación procedente del interior de la pieza incide sobre una pintura de luz blanca, dando lugar a un halo brillante construido desde la sombra del visitante, de modo que su presencia, a la vez que se registra, se incorpora a la propia obra.
Dado que depende, esta instalación, de la relación energética entre el individuo y el objeto, se genera cuando los dos se aproximan una cierta colisión que Corse considera intersubjetiva y que facilitaría una manifestación espiritual de los cuerpos en el espacio; esa es la razón de que solo se permita la entrada dentro de Halo Room de dos espectadores a la vez y de que cada uno solo pueda apreciar su propio halo: pretende la americana que sus creaciones procuren experiencias fundamentalmente personales.
No es el suyo un caso único, aunque sí muy significativo, del desarrollo de ese tipo de inquietudes entre los artistas estadounidenses a fines de los sesenta: en su ensayo de 1967 Arte y objetualidad, Michael Fried criticaba abiertamente la estética minimalista por lo que tenía de teatral y abogaba por la consolidación de una pintura integral, en la que el espectador pudiera percibir toda la composición a la vez, en un solo instante. Llamó a esa cualidad presentness, presencia, y la identificó con la gracia. De algún modo, esa obra de Corse viene a suponer un contrapunto a esa teoría: la presencia de la obra y la del espectador dentro de ella, tanto literal como pictóricamente, se convertiría también en una expresión de gracia, un reflejo del ethos fruto de la interacción.
Mary Corse. “Presence in Light”
540 West 25th Street
Nueva York
Del 13 de septiembre al 26 de octubre de 2024
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