El Museo del Prado ha anunciado hoy la incorporación a sus fondos, tras su compra por el Ministerio de Cultura, de una obra de Luisa Roldán, La Roldana, la primera mujer en recibir el título de escultora de cámara durante los reinados de Carlos II y Felipe V. Se trata de Descanso en la huida a Egipto, una escultura realizada en terracota policromada, y firmada en 1691, que destaca por la excelente conservación de su policromía, su modelado suave y la minuciosidad habitual en esta autora. Es la primera obra de Roldán que se suma a los fondos del Prado.
La escena presenta a la Sagrada Familia en su reposo durante la huida a Egipto y ofrece detalles naturalistas, como el árbol que enmarca el conjunto, que prueban su virtuosismo y también la sensibilidad narrativa de la artista, quien recibió enseñanzas de su padre, Pedro Roldán. Procede la pieza de la colección Güell, muy rica en lo que concierne a escultura española, y fue adquirida en una subasta reciente en la casa Abalarte por 275.000 euros. En el contexto de las colecciones del Prado, permitirá profundizar en las relaciones entre escultura y pintura en el periodo barroco en España, estableciéndose lazos con autores que le fueron contemporáneos, como Luca Giordano.
Además, este Descanso en la huida a Egipto enriquecerá el acervo de escultura devocional del museo, del que ya forman parte composiciones de Gregorio Fernández, Pedro de Mena, Luis Salvador Carmona y Juan de Mesa, aportándonos así una visión más completa del arte cortesano en nuestro país.
DE SEVILLA A LA CORTE
El obrador del padre de La Roldana en Sevilla no fue únicamente el lugar donde aprendió Luisa, sino también el más importante en la ciudad en la segunda mitad del siglo XVII; el taller desde el que se difundiría en Andalucía la influencia de Bernini, tamizada por el escultor flamenco José de Arce. Los artistas tenían allí la oportunidad de aprender unos de otros en el proceso de la manufactura de las piezas, que se llevaban a cabo sobre todo en madera policromada, por sus posibilidades de viveza, y en formatos muy diversos. Muchas se destinaban a fines procesionales o a retablos.
A la Academia de Murillo no pudo asistir por ser mujer, pero en ese taller paterno prestaría atención a las inquietudes de algunos asiduos, como Valdés Leal, que era amigo de la familia; una familia, por cierto, en la que no únicamente padre e hija esculpieron: una de sus hermanas, María Josefa, también fue escultora, como su sobrino Pedro Duque Cornejo, mientras que otra, Francisca, fue policromadora. Y en el mismo obrador conoció a quien sería su marido, de nuevo escultor y compañero de trabajo en parte de su producción: Luis Antonio de los Arcos.
En la década de 1670 y en la primera mitad de la de 1680, el matrimonio permaneció trabajando en Sevilla, aunque dadas las normas del momento sea sólo el nombre de él el que aparece en los contratos. Sus composiciones de ese momento deben todavía mucho al estilo paterno, del que paulatinamente se desprendería para afianzar un lenguaje personal -no lejano a la gracia sevillana en el tratamiento de la infancia y los temas familiares- y para adaptarse a los encargos demandados. Uno de los más relevantes de esa época fue el del conjunto procesional para la Hermandad de la Exaltación (1678-1682), donde Roldán dio pruebas de su buen manejo en el tratamiento de la figura humana y de la minuciosidad de sus relieves. Destaca aquel trabajo, además, por la vistosidad de su policromía.
Por su prestigio le llegaron algunos encargos más allá de Sevilla: la orden hospitalaria de Sanlúcar de Barrameda le pidió una imagen de vestir de san Juan de Dios que se inspiraría en el retrato de su fundador. Es posible que otros tuvieran que ver con belenes: lograron un gran éxito entre la sociedad de este momento, y Luisa desarrolló una especial habilidad en la elaboración de esos montajes efímeros con multitud de figuras, de los que su padre fue especialista.
En el comienzo de la década de 1680, la obra de La Roldana ya había alcanzado una expansión importante, pero en Cádiz seguía siendo especialmente querida: los responsables de la Catedral le pidieron imágenes para el Monumento de Semana Santa, y el Ayuntamiento, tallas de los patronos de esta ciudad, los santos Servando y Germán.
Ese buen momento le llevó a probar suerte en Madrid, donde artistas hispanos y foráneos buscaban entonces reconocimiento y clientela y no era difícil acceder a los fondos de instituciones religiosas y familias coleccionistas. Logró, como adelantamos, hacerse con el cargo de escultora real, normalmente vacante frente al siempre ocupado de pintor.
Una de las razones de ese éxito fue la inclinación de la Corte por la escultura en pequeño formato y en terracota, material del que se valió especialmente en piezas para ornamentar palacios y oratorios. Ese tipo de composiciones ya las habían realizado Giovanni Battista Morelli, Nicolás de Bussy o Antonio Ferreira; también eran bien valoradas las esculturas napolitanas en madera policromada de un tamaño apto para su fácil transporte, como las de Giacomo Colombo o Nicola Fumo, que introdujeron en España los modelos italianos. De ellos bebió La Roldana al plantear su San Miguel (1692), de formato monumental, que se destinó a El Escorial y que hoy podemos contemplar en la Galería de Colecciones Reales.
Fue ese mismo año, el de 1692, cuando recibió aquel título de escultora de cámara, volcándose en ese periodo en la realización de grupos de terracota de pequeño tamaño y muy cuidada policromía, dedicados a asuntos devocionales (Virgen cosiendo, La educación de la Virgen -tema muy querido por Carlos II- o el Niño Jesús con san Juan Bautista). No dejó de lado, sin embargo, la madera: en ese material elaboró sus Niños Nazarenos o San Fernando rey, este último inspirado en un modelo de Valdés Leal. El mencionado Luca Giordano sería el punto de partida de otras composiciones.
Felipe V renovó a Luisa en el cargo y sus nuevas creaciones mantendrían el estilo de las anteriores (resulta difícil, por esa razón, su datación). Los textos de María Jesús de Ágreda serían la base de Virgen niña con San Joaquín y Santa Ana o el Nacimiento con san Miguel y san Gabriel, un tema que le fue encargado, en pintura, también a Giordano, en tanto que mostró su afán expresivo en barro en Tránsito de la Magdalena o, en madera, en un Ecce Homo. Murió la artista en el comienzo del año 1706 y, pocos días después, sería nombrada miembro de la Academia de San Lucca de Roma.

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