En la estela de la exposición que brindó en 2009 a Tarsila do Amaral, la Fundación Juan March ha abierto hoy una nueva muestra, a la que Fontán del Junco se ha referido hoy como monográfica expandida, en la que repasa la producción de otra artista estrechamente vinculada a Brasil enlazándola con la creación de su tiempo. Hablamos de Lina Bo Bardi, así que, si en el caso de Amaral, podíamos adentrarnos en la Fundación en el arte brasileño de los veinte, en esta ocasión podemos ver, junto a proyectos de la arquitecta, obras de artistas muy destacados de aquel país, como Oiticica, Lygia Pape o Lygia Clark, datadas entre 1946, el año en que Bo Bardi aterrizó en Río de Janeiro desde su Italia natal, y 1992, el año de su muerte.
La voluntad de la muestra no es tanto introducirnos en los intereses de la Lina arquitecta o la Lina dibujante, como desplegar ante nosotros una visión de su mundo vital, colorista, abierto a los encuentros asombrosos y a la interacción social. El título del proyecto es “Tupi or not tupí” porque, that is the question, ese fue uno de los lemas que, parafraseando a Shakespeare, los artistas antropófagos latinoamericanos tomaron para referirse a su voluntad de crear un arte propio, relevante y distintivo que pudiera inspirarse en los saberes europeos pero no los copiara.
A Lina Bo Bardi podríamos considerarla una antropófaga de lo brasileño. Nacida en Roma cuando comenzó la I Guerra Mundial, se mudó a Brasil en el citado año de 1946 por circunstancias que fueron, paradójicamente, obligadas. Hasta Río de Janeiro (y luego a São Paulo) se trasladó a causa del trabajo de su marido, Pietro Maria Bardi, personaje, por cierto, igualmente interesante: fue coleccionista, marchante, escritor y descubridor de talentos en lugares insospechados.
São Paulo era entonces una ciudad más industrial que arquitectónicamente atractiva, pero ella también supo encontrar su magia y desplegar una producción que contagió optimismo en todas sus facetas: desde la arquitectura a la escenografía y las joyas, aunque la italiana fue además coleccionista, profesora, editora, comisaria y activista cultural.
No obstante, para ser justos, ese revulsivo creativo no lo encontró solo en la ciudad: en el noreste de su país quedó seducida por múltiples objetos populares que atesoró, clasificó y luego expuso en una de sus creaciones más importantes: el Museo de Arte de São Paulo, el MASP. Y seguramente allí también descubrió que las barreras entre arte y vida no podían ser sino artificiosas: ese aspecto queda ampliamente desarrollado en esta exposición, que ahonda en sus ideas para un complejo deportivo y cultural que ella entendió como ciudadela de la libertad: SESC Pompéia. No hay que olvidar tampoco que, en el MASP, Lina programó numerosas exposiciones en las que hacía dialogar a artistas anónimos, más o menos vinculados al Brasil indígena, popular o urbano, con creadores tan reconocidos como Max Bill –un habitual de la Juan March–, Alexander Calder o Saul Steinberg.
Esta muestra coincide con un periodo de recuperación de la figura de Bo Bardi a nivel internacional, pero nace de las investigaciones desarrolladas por su comisaria, Mara Sánchez Llorens, para su tesis doctoral. De hecho, podemos entenderla como el fruto expositivo de sus estudios.
Sánchez Llorens ha explicado que la arquitecta (expandida) trabajó para mostrar a los propios brasileños el país que ella descubrió cuando dejó atrás una Italia que conocía una modernidad artística destacable pero que se encontraba devastada tras la II Guerra Mundial. Brasil fue, para ella sí, la tierra de futuro de la que hablaba Zweig: aprendió a trabajar con materiales mínimos y humildes, a no jerarquizar y a esquivar cualquier prejuicio hacia la cultura popular o el arte outsider.
A través de más de 300 objetos, en su mayoría cedidos por el Instituto Bo Bardi (con sede en la Casa del Vidrio, uno de sus edificios emblemáticos) podremos descubrir las analogías de su obra y su atención a lo social y al disfrute, a lo colectivo y a la creación participativa, con la antropofagia de los veinte o el tropicalismo de los sesenta. Veremos piezas de arte indígena y popular que coleccionó junto a obras de Bill, o de esas figuras señeras de la creación brasileña antes mencionadas, porque Sánchez Llorens ha querido así recuperar la vocación integradora y libre de las muestras que la propia Bo Bardi comisariaba.
También se exhiben imágenes de José Manuel Ballester, quien, por encargo de la Fundación March, ha fotografiado tres edificios de la artista (atención a esa Casa del Vidrio fusionada con la naturaleza en su transparencia, a las escaleras de Salvador de Bahía que no descienden por el camino recto) y algún proyecto especial, como la recreación de sus mástiles para la exposición “Caipiras, capiaus: pau a pique”, pintados por estudiantes de arquitectura, o de La Gran Vaca Mecánica, un contenedor expositivo de doble función: mostrarse a sí mismo como objeto de museo y mostrar artesanía, disciplina que Bo Bardi asociaba a la misma esencia humana por su carácter manual.
La artista concibió esta vaca de chapa de hierro con radio, antenas, motor térmico y circuito eléctrico, para que diera la bienvenida a los visitantes. No llegó a verla realizada en vida, porque la primera vez que se presentó al público fue en Venecia en 2003, pero esta vez ha vuelto a llevarse a cabo, en colaboración con la Bienal Miradas de Mujeres.
El catálogo merece una mención: es la primera publicación sobre Lina Bo Bardi en español y cuenta con textos inéditos en nuestro idioma de la arquitecta. Y, en paralelo a la exposición, la Fundación March acoge un ciclo de conciertos, la mesa redonda La exposición explicada y un ciclo de conferencias dedicado a mujeres arquitectas fundamentales del que ya os hemos hablado.
“Lina Bo Bardi: tupí or not tupí. Brasil, 1946-1992”
c/ Castelló, 77
Madrid
Del 5 de octubre de 2018 al 13 de enero de 2019
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