La transformación cultural que sufre el ser humano de forma cotidiana es el resultado de centenares de escenarios que definen la identidad cultural. Debemos prestar atención a las situaciones que se nos presentan para autodefinirnos como sujetos en un mundo lleno de incertidumbres, desde nuestra herencia histórica, hasta nuestro contexto inmediato.
El caso Latino-americano, demuestra cómo la “herencia” cultural se ha visto definida por roles de poder simbólico, que conforman un tejido social e historicista, que se define y se conjuga mediante ideas y situaciones anteriores, construyendo una identidad nueva que elimina la anterior. El colonialismo como tal, jugó un papel, y sigue jugando, una función importante en la idea de identidad, una identidad construida a partir de sangre y matanzas, de disipar culturas, lenguajes, formas de vida, formas de identidad.
No obstante, el retrato posterior sobre la idea de colonialismo, se maquilla sobre una base llamada “Nuevo Mundo”, sobre un carácter de imágenes españolizadas, tanto en formas como en conceptos teatralizados, en fiestas simbólicas que paradójicamente, usan el rito de la muerte y la vida, de la sangre en la arena que simboliza el poder y el esfuerzo, la lucha por la supervivencia.
Tales imágenes forman un velo que embellece la realidad del individuo nativo, una realidad muy distinta a los pacíficos encuentros entre nativos y colonizadores, donde el conocimiento parecía recíproco. Muestras de afecto, intercambios de conocimiento, de formas de ver el mundo, todo, ante una jerarquización de sociedades que posicionó la “malicia” española ante la “inocencia” nativa.
El concepto y acto de colonización sigue vigente de una forma u otra. Tras el historicismo asimilado por parte de la comunidad Latino-americana, la perdida de cultura y lenguas (por tanto formas de comprender la realidad, retratarla y relacionarse con la misma), la idea de colonización “silenciosa” esta presente. Después de los vestigios que puede enmascarar una invasión histórica, el recorrido “natural” de la misma sigue en acontecimientos basados en generar una identidad cultural dominante: una que dicta, otra que obedece. Como la jerarquización de las culturas se hace vigente a través de el comportamiento social, basado en posturas políticas y (re)creaciones de realidad mediática, el caso, del (gran) conocimiento Latino-americano desaparecido y desapareciendo se hace palpable de forma invisible. Una (re)colonización con las mismas características: matanza de una forma de pensar, de una forma de ver, de tradiciones y una implantación de necesidades ficticias que tienen como finalidad estandarizar modelos de existencia.
“Festividad-masacre” nace del paralelismo de la ceremonia como símbolo social, y de las formas alegóricas del colonialismo, (re)creando una nueva visión oculta sobre escenarios que muestran desde la festividad, otras realidades mas sangrientas, ocultas bajo figuras ovacionando victorias en ceremonias populares que homenajean la vida, la fuerza y la muerte.
A partir de la tauromaquia popular, Natalia Carminati, construye un proyecto lleno de capas de significado, formado por trabajos pictóricos e instalaciones que demuestran el fervor de la fiesta como el simulacro de una matanza cultural, (re)contextualizando la cultura popular y su gráfica para configurar obras a primera vista agradables, no obstante repletas de dolor, de muerte, de clases sociales y de pérdidas forzadas de identidad.
El proyecto elige el dolor como parte de una cultura construida desde la base de la imposición cultural y social, que da como resultado una jerarquía nacional y una cultura nativa destruida y reformulada como parte del acontecer histórico, una forma de asimilar hechos desde una perspectiva simulada, icónica y política.