¿Queréis acompañarme en un viaje? Coged la mochila , unas buenas botas y ropa de abrigo para el camino. Hoy podemos dejarnos en casa la escuadra, el cartabón e incluso el casco, porque nuestro viaje nos va a llevar por un camino muy tangencial a la arquitectura. Hoy no vamos a visitar la construcción de un edificio nuevo; vamos a contemplar el derribo programado de una raza.
Con dificultad nos vamos adentando por las nevadas tierras de la zona norte de Myanmar, a los pies del Himalaya, en la frontera con el Tibet. Un terreno abrupto, surcado por escarpados cañones que hacen muy difícil el acceso. Conseguimos llegar al entorno del Adunlaung, un pequeño río en el estado de Kachin. Nos encontramos en un lugar recóndito, frío, inhóspito, habitado por extraños animales y casi aislado. Es en este lugar, apartado de la civilización, donde nos encontramos con un pueblo. Pueblo en su más amplio sentido, pues no son solo un asentamiento, una unión social de personas, son mucho más que eso, son un raza; son los últimos de su raza. Son los Taron.
Viven en pequeñas edificaciones de madera, cuentan con utensilios rudimentarios y son doce. Solo doce. Hace medio siglo eran unas pocas centenas y anteriormente fueron miles. Hoy son solo doce. Que vivan tan apartados de la civilización no es un hecho casual ni fruto de movimientos demográficos naturales. Es una decisión propia. Durante siglos los miembros de este pueblo han sido asesinados y esclavizados por sus vecinos. Una y otra vez, independientemente de dónde se asentasen. Y es que este pueblo tiene una característica que les hace muy especiales, son una de las pocas razas de pigmeos que existen en Asia. Miden menos de 1,30 m. de altura y sus proporciones son como las de cualquiera de nosotros. No son enanos, son simple y llanamente pequeños. Es esta condición la que les ha hecho ser esclavizados y repudiados por sus vecinos a lo largo de su historia. Es esta condición la que les hace preferir vivir aislados, lejos de cualquier civilización. Y es esta condición la que les hace definitivamente morir solos.
El aislamiento al que se han visto obligados ha hecho que durante generaciones y generaciones haya ido aumentando la reproducción entre miembros familiares directos, debilitando la raza hasta el punto de que la gran mayoría de niños que nacen lo hacen con graves enfermedades, cerebros pocos desarrollados y con mucho sufrimiento y dolor en sus cortas vidas. Tanto dolor y tanto sufrimiento que el pueblo ha tomado una amarga decisión, quizá la decisión más amarga que puede tomar un pueblo. Han decidido extinguirse. Han decidido consciente y voluntariamente dejar de reproducirse. Han decidido morir. Se han planteado soluciones menos drásticas como intentar juntarse con otras razas, otras poblaciones vecinas, pero ninguna quiere . No son considerados aptos para tener descendencia con ellos. En palabras de Dawi, el más joven de los Taron con 39 años: “No puedo tener hijos porque nadie quiere tenerlos conmigo, nadie quiere ser mi pareja”. Ante esto, reunidos los ancianos del pueblo, que son quienes gobiernan, no vieron más salida que exinguirse por propia voluntad. Impusieron la orden de no engendrar más hijos y la pena por desobeceder es la expulsión, el exilio. El padre de Dawi le ordenó no tener hijos, no crear una familia; ser el último Taron. Le ordenó ser el final de una raza.
Pero esta no es una orden facil de cumplir y Dawi no se resigna. Quiere seguir luchando. Quiere rebelarse contra la decisión de su pueblo y quiere buscar a alguien con quien formar una familia. Alguien que quiera ser su pareja. Recientes estudios han abierto una posibilidad, un pequeño punto de esperanza. Existe la posibilidad de que los Taron provengan de un antiguo grupo étnico llamado los Dulong asentados en el Tibet del que quedan más de 5000 miembros. Las coincidencias genéticas entre ambas razan son grandes y eso hace pensar a algunos científicos que los Taron hayan sido una rama de los Dulong que se desplazaron desde el Tibet hasta Myanmar a traves de las montañas hace mucho tiempo. Es por ello que Dawi quiere viajar al Tibet, a encontrarse con quienes pudieron ser sus antepasados. A encontrarse con gente que vea en él a uno de los suyos. A encontrar a alguien que quiera formar una familia con él. A terminar su búsqueda.
Me gustaría terminar este viaje con este enlace a un vídeo (en inglés) donde el biólogo Alan Rabinowitz nos cuenta su emotivo encuentro con Dawi.