José Hernández y Francisco Nieva: un encuentro póstumo y visionario

Leandro Navarro recuerda sus colaboraciones

Madrid,

La muestra con la que la Galería Leandro Navarro participaba la pasada semana en APERTURA, y estrenaba la temporada, se diferenciaba del resto por proponer un diálogo entre arte y literatura, pero sobre todo por recuperar los mundos fantásticos propios de dos autores amigos que también lo fueron de esta sala.

Nos referimos al pintor José Hernández y al escritor Francisco Nieva, aunque este último también comenzó pintando y nunca dejó de hacerlo, pese a dedicar más intensamente su vida al teatro. La primera vez que Hernández y Nieva, ya fallecidos, trabajaron juntos fue en 1973, cuando el colectivo teatral independiente Ditirambo pidió a Hernández el diseño de una escenografía y figurines y a Nieva su versión de textos de Michel de Ghelderode. El resultado fue Danzón de exequias, proyecto muy renovador en los últimos años del franquismo; hay que tener en cuenta que, en aquel año, Nieva era un escenógrafo que aún no se había estrenado como autor y Hernández un pintor que nunca había trabajado para un proyecto teatral.

José Hernández. Testamento inútil, 1974
José Hernández. Testamento inútil, 1974

La segunda oportunidad de ambos para crear juntos no llegó hasta veinticuatro años después: en 1997, el entonces director del Centro Dramático Nacional, Juan Carlos Pérez de la Fuente, decidió ofrecer en el María Guerrero Pelo de Tormenta de Nieva, y entonces fue el propio literato el que propuso a Hernández como escenógrafo. El artista supo captar el espíritu del texto de su amigo: su misterio, sus instantes de derrumbe detenidos y, sobre todo, sus monstruos de carnes sin piel. Tal fue el éxito de público, que la temporada siguiente la obra fue repuesta.

Compartían Nieva y Hernández amistades, como las de Bousoño, Claudio Rodríguez, Francisco Brines, José Hierro, Haro Ibars o Gloria Fuertes (que en algún caso compusieron poemas inspirándose en pinturas de Hernández). Quienes conocieron aquellas propuestas teatrales llegaron a apreciar que parecía que las ideas habían brotado de dos mentes a la vez, tal era la convergencia de palabras y escenografía; los dos, además, hicieron lo posible por aprovechar todas las posibilidades técnicas y expresivas que la escena de los noventa les ofrecía.

Su último trabajo común tendría como escenario el Teatro Real, ya en el 2001. El músico Luis de Pablo, igualmente amigo de ambos, les encargó la puesta en escena de La señorita Cristina, con libreto basado en una novela de Mircea Eliade: un fantasma enamorado persigue al huésped de una mansión. Crearon para la ocasión un sistema automatizado de grandes panós que entraban y salían del escenario suscitando en el público la sensación de que este tenía vida propia, como la casa campestre del texto, y, en la misma línea, hicieron salir brazos y piernas de un reloj de pared. Dijo Nieva entonces que el terror silencioso de lo real tomaba bajo los pinceles y los lápices de Hernández una curiosa dimensión filosófica, a la vez que poética.

En Leandro Navarro podemos contemplar catorce dibujos de Nieva, como decíamos artista antes que escritor, fechados en los setenta y los ochenta, y otros catorce óleos de Hernández, estos datados entre 1964 y 2004. Ninguno de los trabajos expuestos puede evocarnos, apenas, trazos de otros autores y a su vez resultan claramente diferenciables entre sí, por más que ambos compartan una inclinación evidente hacia lo irracional, hacia los “escenarios visionarios” que ponen título a la exposición y hacia el enigma. Lo que en Nieva tiene un aire lúdico y desenfadado, es en Hernández drama cuasimetafísico, y las marionetas del primero, entre la maldad y la ternura, son en Hernández entes surgidos de mundos extraños que parecen descomponerse o nos miran desde la indiferencia.

Los suyos son, decíamos, universos propios, pero no conviene olvidar que ambos conocieron de primera mano referentes ineludibles de la creación del siglo pasado: Hernández mantuvo relación con los Bowles, Truman Capote, Francis Bacon o Jean Genet, y Nieva con Bataille, Julio Cortázar, Octavio Paz o Barthes; también con surrealistas como Roberto Matta.

El primero, en sus inicios, trabajó vinculado al postismo, movimiento de esencias eminentemente poéticas, para después acercarse a la Nueva Objetividad y a un figurativismo poético en el que importaba más la imaginación que la fidelidad. Viajó a París y allí se abrió a la experimentación con lo abstracto, llegando a formar parte de varias exposiciones del grupo COBRA. Sobre José Hernández dejó escrito que, para él, el mundo es lujo y podredumbre, composición y descomposición, espectáculo y retiro (…), belleza del desgaste y aún del desastre. También misterio, extrañamiento, seducción.

Francisco Nieva. Sade en el tocador, 1985
Francisco Nieva. Sade en el tocador, 1985
José Hernández. Dama florida, 1976
José Hernández. Dama florida, 1976

 

 

“Escenarios visionarios”

GALERÍA LEANDRO NAVARRO

c/ Amor de Dios, 1

Madrid

Del 12 de septiembre al 20 de octubre de 2019

 

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