Nunca dejó de admirar a las grandes figuras de la pintura clásica y moderna, desde los maestros del renacimiento italiano a los del siglo XIX francés, e hizo suyos sus recursos compositivos, narrativos e incluso cromáticos, sobre todo atendiendo al género de la retratística, pero no se ciñó a referencias canónicas y también quedó embebido por el mundo de las pinups y la estética del cine o la publicidad.
Del diálogo entre ambas esferas (las antes llamadas alta y baja cultura) nace la obra del estadounidense John Currin, poseedor de altas habilidades pictóricas que ha canalizado en imágenes que combinan idealismo y perversión y que seducen al espectador tanto como lo desafían.
La firma Gagosian presenta ahora en su sede en Hong Kong la que es la primera muestra individual de este autor en Asia: un repaso a sus nuevos retratos, desarrollados una vez más desde la creencia de Currin de que toda adoración implica una distorsión del objeto o ser admirado. En sus años de formación, en la Universidad de Yale en los ochenta, cultivó un expresionismo abstracto del que acabaría parcialmente renegando, considerando que implicaba una “masculinidad forzada”, y comenzaría a explorar asuntos vinculados a la inocencia, el humor y el erotismo. En inicio pintó imágenes de caballos de influencia manierista, niñas de cabellos elegantes, caricaturas y también retratos individuales o de parejas trazados conforme a un estilo que empezaba a ser propio.
Después llegarían sus imágenes más realistas y su gran atención a la piel a través de pinceladas brillantes y sensuales que le han valido comparaciones con maestros holandeses de la Edad de Oro, como Cornelis van Haarlem; precisamente sus trabajos se expusieron junto a los de aquel en 2011, en el Museo Frans Hals.
Actualmente el centro Dallas Contemporary dedica una muestra a sus imágenes de la masculinidad, a la presencia del hombre como motivo en su trayectoria, bajo el título de “My Life as a Man”, en referencia a la sardónica y confesional novela de Philip Roth sobre las angustias masculinas: consta de un desfile de modelos de apariencia tímida e incómoda, a medio camino entre la belleza y lo grotesco, entre el ego y el equilibrio. Pero el proyecto de Hong Kong presta atención a su asunto más querido: la representación femenina, persistente igualmente en sus últimas pinturas, en las que ha podido explorar a fondo las posibilidades de los retratos de mujer.
Sus modelos, habitualmente, parecían situarse a medio camino entre lo real y lo imaginado, como si una parte de estas obras naciera de la observación y el resto del reflejo en un espejo del Callejón del gato. En una de las piezas, encontramos una mujer con ropaje clásico sobre un fondo gris, posando una mano delicadamente sobre su pecho pero trasladándonos en su rostro una expresión delirante; en otra, la modelo, con blusa de flores y sobre fondo amarillo, sonríe sin entusiasmo con gesto inerte mientras se inclina, cegándonos el pintor la visión de su cuerpo entre cómica y abruptamente.
Algo, en otra de sus modelos, recuerda a la esposa de Currin, Rachel Feinstein, la fuente de su inspiración en numerosos trabajos. Inclina la cabeza al modo de las figuras de tantos retratos clásicos, con el cabello cayendo, con poso romántico, sobre sus hombros desnudos, pero su expresión de amorosa felicidad parece estar dirigida, no hacia el pintor, sino hacia otra estancia a la que mira: más que pasión, delata placidez.
Pese a que, muy a menudo, sus obras están teñidas de ironía, nacida de la conjunción de lo que se desvela y lo que no, de la nostalgia y la picardía, resulta al espectador más evidente aún la afinidad y el afecto profundo del pintor hacia quienes retrata: sus pinceladas elocuentes transmiten sátira y sinceridad por igual.
John Currin
7/F Pedder Building
12 Pedder Street
Central, Hong Kong
Del 26 de noviembre de 2019 al 29 de febrero de 2020
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