David Barro
Es muy posible que nadie quede enteramente satisfecho con esta exposición, posiblemente ni el propio comisario Ulrich Loock, ya que es ésta una muestra que nace desde la contradicción, con obras que en sí mismas buscan esa incomodidad para interrogarse propiamente a partir de esas contradicciones y con una concepción artística que entronca definitivamente con esa incertidumbre paradójica que emerge de la supuesta libertad de un arte que rebusca su lugar, ya sea de una forma explícita (site-specific) o implícita en su concepción de fisuras perceptivas.
Museu Fundação Serralves
Desde el 11 de noviembre de 2006 hasta el 25 de marzo de 2007
Teóricamente resulta inevitable pensar en Adorno y el decreto de muerte de todas las certezas, porque si algo pretende esta exposición es contar otra historia de los años ochenta, o más concretamente el esbozo de una historia todavía por construir y que en este caso no es más que la visión de un agente activo de esa década desde la posición privilegiada de la Kunsthalle de Berna donde el comisario de esta pretendida topología de los años ochenta realizaba su programa de exposiciones. “Años 80. Una Topología” es, por tanto, la exposición de Loock, personal e intransferible, y uno no ve mal esa particularidad, acostumbrado a la repetición mimética de ideas ya masticadas que una y otra vez pueblan nuestras salas de exposiciones. Si el arte busca cierta confrontación con la realidad y con el propio arte, necesitamos puntos de fricción también a la hora de (de)construir sus discursos y eso es lo que busca encarecidamente y consigue Ulrich Loock. Ahora bien, es muy posible que las referidas contradicciones sean más de las buscadas, algo que se percibe en un montaje sin transpiración y una selección de obras un tanto maquiavélica sobre todo en relación al contexto del arte portugués.
Pero la pregunta es si realmente podemos construir el discurso de los ochenta sin atender a evidentes problemas sociales y condiciones políticas indiscutibles. Al tiempo, nos queda la duda de si lo que se nos presenta aconteció verdaderamente como discurso en un momento donde lo económico dictaba y marcaba los ritmos más que nunca, o es más un ajuste de cuentas fácil de hacer desde nuestro presente cargado de pequeñas narrativas. Por momentos ese intento de ruptura del canon se formaliza como mudanza del canon mismo y ahí la subjetividad anti enciclopédica se fusila a sí misma para situarse en una suerte de revisionismo mal revisado, o cuando menos, incompleto; aunque la exposición se anuncie con el cartel de mayor exposición realizada sobre el tema. La reivindicación de la figura solitaria del artista, ahora en feliz y excedida compañía, quizás necesita aquí confrontarse verdaderamente con o que sí existió en acto, con lo que realmente pasó. De lo contrario, como espectadores nos veremos envueltos metafóricamente en una pieza expandida del mismo Franz West (uno de los artistas destacados de esta muestra), en medio de una arquitectura improvisada donde ajustar nuestro propio cuerpo.
Pero 250 obras de 70 artistas dan para mucho (ya sólo la excelente pieza de David Hammons merece el esfuerzo de un largo viaje) y no podemos dejar de asistir a este fragmento de la historia, o más concretamente, a esta fisura capaz de atravesar la historia de la imagen para una representación contemporánea; de la muerte del autor al nacimiento del lector, efectivamente; o de la representación a la reproducción, que defiende Loock. Posiblemente, los años ochenta no hayan existido jamás. Pero incluso aquello de que “nada es absoluto”, es relativo.