Se formó en Bellas Artes en Salamanca y en Roma y desde sus inicios, hace ya cerca de dos décadas, su producción ha avanzado claramente hacia la heterogeneidad de medios: si en un principio la obra de Hugo Alonso era básicamente pictórica (aunque ligada en su raíz a la fotografía y el cine), progresivamente se ha expandido a disciplinas como el sonido, el vídeo o la instalación audiovisual.
Se mantiene muy presente en sus creaciones en todo caso, desde sus mismos comienzos, la reflexión sobre la verosimilitud de los mundos creados por el cine: este autor soriano atiende especialmente a su capacidad para poner en valor ciertos aspectos de lo real que, de no contar con su foco, podrían pasarnos desapercibidos. En palabras de Carlos Delgado Mayordomo, trabaja este artista en la frontera entre lo que puede ser apropiado, manipulado y transformado semánticamente, y muy a menudo sus procesos han partido de la recopilación de imágenes obtenidas en la red o en películas (en su mayor parte clásicas, de ciencia ficción o de terror) que posteriormente manipula digitalmente, antes de llevarlas al medio pictórico, esta vez ya valiéndose de técnicas tradicionales.
No podemos considerar, por esas razones, que Alonso haga suyas estampas de orígenes diversos, más bien debemos entender que nos ofrece una visión individual de un legado enfocado en esas esferas de lo cotidiano que suelen escapar a nuestra atención y que se sitúan en el lado siniestro de nuestro entorno; ese que, por causas propias o aprendidas, con o sin intención, hemos decidido no mirar, pero que no por ello ha dejado de estar ahí.
Las formas de sus composiciones suelen ser borrosas y sus tonos se reducen a blancos, grises y negros; además, los planos han sido reorganizados, de manera que al adentrarnos visualmente en sus imágenes nos estaremos introduciendo en una suerte de simulacro, en un juego complejo en torno a los vínculos entre los motivos reales y su representación. Sus originales remakes cinematográficos, que, cuando no son pictóricos, son, como decíamos, imágenes en movimiento modificadas con recursos digitales, no nos ofrecen así copias de las escenas primeras, sino dobles fragmentados de las mismas. Separa unas y otras una distancia que Alonso considera propicia para cobijar fantasmas; un terreno para el cuestionamiento del pasado. Como casi siempre, podemos acordarnos de Walter Benjamin, que creía que irrecuperable es cualquier imagen del pasado que amenaza con desaparecer en cada instante presente que no se reconozca evocado en ella.
Es importante, además, que nos fijemos en su tratamiento de la luz: es uno de los rasgos más meticulosamente cuidados en la producción de este autor, su herramienta para lograr que trabajos que, en un primer acercamiento, podrían transmitir al público cierta frialdad, por su depuración y por la ausencia o el ocultamiento de la figura humana, nos revelen, sin embargo, campos de significado, incertidumbres y connotaciones simbólicas de carácter psicológico y emocional, o nos transmitan juegos estéticos sugerentes al contraponer áreas de luminosidad y de oscuridad.
Desde el próximo 20 de diciembre, tendremos ocasión de conocer dieciséis de sus pinturas recientes en diferentes formatos en la que será su tercera exhibición individual en Llamazares Galería (Gijón), titulada “Limbo”. Se trata de retratos femeninos, como siempre en él esquivos; de solitarias escenas exteriores que podríamos integrar fácilmente en narraciones fílmicas y de algún astronauta sumergido en lo oscuro: nuevamente imágenes monocromáticas en un tiempo suspendido entre el sueño y la vigilia.
Las ha realizado Alonso durante medio año, en varias localizaciones (su taller madrileño, paisajes campestres del Ampurdán o áridos de Lanzarote), y en ellas las luces son destellos, una sensación que contribuye a aque aparejemos cada escenario a ciertas músicas y películas, y a que normalmente estas obras sugieran movimiento. La escala de grises implica, en el caso de Alonso, más que una opción estética: remite a estados emocionales ambiguos, entre luces y sombras, y en todas las piezas, con o sin presencia evidente de figuras humanas, alguna inquietud se hace patente; entre sus posibles ecos, por ser referencias importantes para este artista, podemos mencionar a los escritores, digamos que poco amantes de la sutileza, Donald Ray Pollock y Bret Easton Ellis; en cuanto a música, el propio Alonso compone, bajo el pseudónimo de Lynda Blair.
No son estas referencias explícitas, sino que más bien favorecen atmósferas: dotan a las composiciones de una carga emocional, una sensación misteriosa, cuando no amenazante u opresiva. Pero como su raíz primera es la ambigüedad, será el visitante quien tenga la última palabra.
Hugo Alonso. “Limbo”
C/ Instituto, 23
Gijón
Del 20 de diciembre de 2024 al 1 de febrero de 2025
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