Hiperreal: de trampantojos y desengaños

El afán de la mímesis completa, a examen en el Museo Thyssen

Madrid,

Con el fin de desmontar prejuicios sobre un género, el del bodegón, al que muchos tachan de aburrido, y de recordar el profundo desafío que pintar imágenes que no pudieran diferenciarse de lo real ha supuesto para muchos artistas a lo largo de toda la historia, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza inaugura hoy “Hiperreal. El arte del trampantojo”, exhibición comisariada por Mar Borobia y compuesta por trabajos fechados entre los siglos XV y XXI. Ese largo recorrido no es casual: aunque la intención de engañar al espectador haciendo pasar lo representado por real, valiéndose de las leyes de la óptica y de la perspectiva, conoció su florecimiento en el Renacimiento y el Barroco, lo cierto es que fue cultivada ya por los griegos, como sabemos a través de textos literarios, y que nunca se ha diluido, pese a que decayera desde el Romanticismo.

Más de un centenar de obras componen esta muestra, procedentes de préstamos nacionales e internacionales y de los fondos del propio Thyssen, y se estructuran temáticamente, ordenándose por materias y escenarios, de modo que prácticamente todas las salas cuentan con alguna pieza contemporánea que, en cierto modo, modifica nuestra lectura de las demás y también resalta la continuidad del propio procedimiento del trampantojo.

Guillermo Solana se ha referido a estas composiciones como mundos de pequeñas cosas que, aparentemente, se nos muestran en un desorden caótico. Solo aparentemente: cuando las apreciamos detenidamente, sí encontramos en ellas un orden derivado de la relación entre los elementos que las forman; podríamos bautizarlas como caosmos, en términos de Deleuze. Los objetos reunidos en estas pinturas, muy a menudo de uso cotidiano, aluden a rutinas y métodos del cazador, del contable o de quien maneja la despensa, pero para atisbarlos tendremos que contemplar morosamente las telas, que lograrán su propósito si consiguen que el espectador se encuentre en un estado suspendido entre la credulidad y la incredulidad.

Han tenido estos despliegues de ilusionismo cierta reputación de simpleza: se han considerado dirigidos, sobre todo desde el siglo XIX, a niños o poco expertos; en definitiva a ingenuos. No habría nada de vergonzoso en ello (y ya Zeuxis y Parrasio se retaron a demostrar su grandeza pintando unas uvas que acudieran a picar los pájaros), pero en el trampantojo hay algo más: es este un género propicio a la reflexión en torno a la distancia entre la representación y la realidad y sobre la propia actividad pictórica. Fue así especialmente en la etapa barroca, cuyas naturalezas muertas incorporaban una profunda filosofía sobre el imperio de la apariencia (todo lo que vemos lo sería), sobre la fugacidad de la misma vida y de todo lo que poseemos y sobre el desengaño que advertirlo conlleva, donde residiría la verdadera sabiduría.

Inevitablemente las piezas más llamativas son las que introducen juegos visuales por la vía de la perspectiva, el escorzo o los efectos lumínicos y también aquellas que proyectan alguno de sus elementos fuera del cuadro, pero esta exhibición nos depara también sorpresas en forma de materiales y texturas.

Se inicia con bodegones, pues este es el género que seguramente ha permitido a los artistas mayores posibilidades de retratar objetos, flores, frutas o alimentos con un realismo tal que resulte difícil distinguir realidad y ficción. A uno romano donde se representaron tres perdices le acompaña uno de los primeros ejemplos de naturaleza muerta autónoma, a cargo de Antonio Leonelli; un muy naturalista Bodegón con cuatro racimos de uvas de El Labrador o un logrado y sencillo Bodegón del membrillo de Isabel Quintanilla, que no será la única realista madrileña en esta exhibición.

No podían faltar tampoco bodegones holandeses de banquete o de caza, como los de Willem Claesz. Heda o Jan Baptist Weenix.

Juan Fernández “el Labrador”. Bodegón con cuatro racimos de uvas, hacia 1636. Museo Nacional del Prado
Juan Fernández “el Labrador”. Bodegón con cuatro racimos de uvas, hacia 1636. Museo Nacional del Prado

A continuación exhibe el Thyssen obras cuyos marcos no fueron límites. En el Renacimiento, los italianos y flamencos comenzaron a diseñar un nuevo tipo de retrato cuyos modelos se giraban y parecían dirigirse al espectador tras una ventana o murete cuya arquitectura (desconchados, fisuras, imitación de piedra o madera) se captaba con minucioso detalle; lo lograron Mantegna o Francesco del Cossa. Además, algunos objetos o partes del cuerpo de la figura podían sobresalir de ese marco; es el caso de lienzos célebres como Autorretrato en trampantojo, de Faverjon, o Huyendo de la crítica, de Borrell del Caso, ambos decimonónicos.

El origen de ese atrevimiento podría rastrearse en Holanda y en el siglo XVII: el interés creciente por la óptica y la perspectiva explicaría la aparición, en la segunda mitad de ese siglo, de la cortina ilusionista, tras la que subyacían interiores, retratos, bodegones o escenas religiosas. Contribuyen a dirigir nuestra mirada hacia determinadas partes de la escena, ocultándonos otras e invitándonos a imaginarlas e hicieron uso de ella Gerrit Dou o Van Gaesbeeck.

Otro recurso muy cultivado por los artífices de los trampantojos fueron los nichos, elegidos para cobijar alimentos u objetos que se proyectaban hacia el exterior por Sánchez Cotán, Georg Flegel, Christoffel Pierson y Gijsbrechts; también las librerías o alacenas, que posibilitaban el ejercicio del reflejo en metales o cristales (destaca la Alacena con objetos de Bernardo Lorente); los gabinetes de curiosidades, que hablaban de la personalidad de sus dueños (Johann Georg Hinz) o las librerías, en las que los títulos no se nos hurtan (Crespi, Kenneth Davies).

Christoffel Pierson. Aparejos de cetrería en un nicho, hacia 1660-1670. National Gallery of Art, Washington
Christoffel Pierson. Aparejos de cetrería en un nicho, hacia 1660-1670. National Gallery of Art, Washington
Samuel van Hoogstraten. Bodegón en trampantojo, 1666-1678. Karlsruhe, Staatliche Kunsthalle
Samuel van Hoogstraten. Bodegón en trampantojo, 1666-1678. Karlsruhe, Staatliche Kunsthalle
John Frederick Peto. Para el hipódromo, 1895. National Gallery of Art, Washington
John Frederick Peto. Para el hipódromo, 1895. National Gallery of Art, Washington

Un terreno quizá menos explorado lo constituyen los muros fingidos, de los que cuelgan dibujos, cartas, mapas, grabados… cuyas dobleces o roturas presentaron, por supuesto, con todo detalle Cornelis Brisé, Fernández Correa o Füssli; más recientemente, Yurii Annenkov nos ofreció, en La Catedral de Amiens (1919), un assemblage donde conjugó madera, cartón o alambre sobre papel, al modo de los trampantojos tradicionales.

Y una variedad con nombre propio en esta materia son los quodlibet (en latín, lo que gustes): representaciones de un grupo variado de objetos cotidianos, sean del artista o del comitente, dispuestos en teórico azar sobre superficies planas y normalmente sujetos por cintas clavadas componiendo líneas o cuadrículas. Surgieron igualmente en la Holanda del XVII, entre sus autores encontramos a Cornelius Norbertus Gijsbrechts o Van Hoogstraten y sirvieron para el autorretrato y la autopromoción cuando se trataba de acervos de los pintores.

En el ámbito de relieves y esculturas, la técnica más empleada para la imitación fue la grisalla, presente en una de las joyas del Thyssen: el Díptico de la Anunciación de Jan van Eyck, donde este demostró su destreza emulando mármoles y piedras. El bajo relieve de un nicho también lo replicó Jacob de Witt en Las vestales, que formó parte de la decoración de una chimenea cuando era tendencia ornamentar las mansiones con pintores monocromáticas que copiaban relieves clásicos. Bellos ejemplos de la imitación de las dos dimensiones nos los dieron igualmente Liotard y Ferrière.

Tampoco podían faltar en “Hiperreal” las flores, como motivo independiente en forma de cestas, ramos, guirnaldas o floreros o como complemento de otras representaciones. En el tratamiento de estos asuntos vegetales hay que mencionar a Daniel Seghers o Clara von Sivers.

Curiosamente, el género del trampantojo floreció en Estados Unidos cuando en Europa decayó: a fines del siglo XIX y principios del XX. Desde estilos diversos, Haberle, Harnett, Cope o Peto se sirvieron de sus objetos personales, de billetes a prensa pasando por instrumentos musicales, para evocar acontecimientos del pasado ligados a la memoria nacional o referirse a asuntos más actuales, como el consumismo o la censura. Interpretaron, en cualquier caso, el ilusionismo de manera más libre e influyeron decisivamente en sus nuevos caminos en el siglo XX, representados en el Thyssen por Pierre Ducordeau, Henri Cadiou, Ton de Laat o Claudio Bravo.

Se cierra la exposición con obras destinadas a provocar abiertamente la sorpresa: trabajos de Arcimboldo, Jean-François de Le Motte, Dalí, Gerardo Pita o César Galicia; con dos plácidas y perfectamente realistas imágenes de Antonio López y Manuel Franquelo y con una instalación realizada específicamente para la ocasión por Isidro Blasco. Se trata de Tren elevado en Brooklyn y conjuga escultura, fotografía y arquitectura.

Ton de Laat. Paquete postal, 1986. Colección ING, Ámsterdam
Ton de Laat. Paquete postal, 1986. Colección ING, Ámsterdam

 

“Hiperreal. El arte del trampantojo”

MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA

Paseo del Prado, 8

Madrid

Del 16 de marzo al 22 de mayo de 2022

 

 

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