Más de una década después de que le brindara una antología el Museo Picasso de Málaga, y en el marco de una recuperación de la artista para el público internacional que ya ha incluido exposiciones en el Guggenheim neoyorquino, las Tate, el Moderna Museet de Estocolmo o el Hamburger Bahnhof de Berlín, el Museo Guggenheim Bilbao abre al público este fin de semana una nueva retrospectiva de la sueca Hilma af Klint, cada vez menos enigmática para el gran público pero aún así pendiente aún de estudios más exhaustivos, ya que apenas mostró su trabajo en vida y su reconocimiento es reciente.
Comprende esta exhibición un repaso de su andadura desde sus primeras composiciones figurativas, de temática tradicional, y sus dibujos automáticos hasta las piezas ya elaboradas bajo la influencia del espiritismo, como las series Pinturas para el templo o Perceval, toda una exploración de lo oculto, y sus últimas acuarelas. Dado que no logró encontrar espectadores que pudieran o supieran comprenderla, y que apenas compartía sus imágenes con las comunidades de corte esotérico de las que formaba parte, tuvo Klint la intuición y el buen ojo de guardar y clasificar cuidadosamente su producción hasta que una sociedad venidera entendiese, quizá, su arte no objetivo, pionero de abstracciones futuras, que guardaba estrecha relación con sus visiones espirituales y con la teosofía, la corriente del rosacrucismo o Rudolph Steiner y su antroposofía.
Se inicia el recorrido recordando que, debido a su pertenencia a una familia noble que había adquirido prestigio por motivos militares, pudo Klint recibir una educación amplia, como no era habitual entre las mujeres de su época (nació en Estocolmo en 1862 y allí murió en 1944). Su padre era cartógrafo, instructor de astronomía, navegación y matemáticas, y se cree que el conocimiento que ella adquiriría de estas materias dejó su estela en su obra más espiritual, un aprendizaje que completó con el adquirido por canales tradicionales, en la Real Academia Sueca de Bellas Artes, que fue una de las primeras instituciones europeas en permitir a sus alumnas dibujar a partir de modelos vivos.
No tiene demasiado de particular que comenzara Klint a interesarse por las sesiones de espiritismo, pues eran habituales en su tiempo aunque fuesen denostadas por muchos y por los creyentes en las religiones tradicionales: recordamos que Alfred Russel Wallace teorizaba por entonces sobre la existencia de una inteligencia superior y la posibilidad de que la vida en la Tierra fuera más allá de lo científicamente explicable; que el químico William Crookes se acercaba, y mucho, al ocultismo, como también lo hizo Conan Doyle, creador del muy empírico Sherlock Holmes; y que Edison llegó a formular la pretensión de crear un teléfono que permitiera a sus usuarios comunicarse con los muertos. Eran años en los que se descubrían los rayos X, las ondas de radio y otras fuerzas hasta entonces insospechadas y la alta sociedad debatía en torno a lo inexplicable, en las mencionadas sesiones de espiritismo o en el marco de la teosofía, una conjunción de corrientes religiosas y filosóficas que prometía revelar una verdad eterna que conjugara lo espiritual, lo material y lo universal. Fundada por la rusa Helena Petrovna Blavatsky, sedujo, además de a Edison y a Wallace, a Mondrian, Kupka, Malévich o Kandinsky, primeras figuras, como Hilma, del arte abstracto.
Al igual que tantos de sus coetáneos, asumió esta autora que no tenían por qué existir fricciones entre ciencia y espiritualidad, dado que ambas buscan el hallazgo de verdades superiores, y junto a Anna Cassel, Cornelia Cederberg, Sigrid Hedman y Mathilda Nilsson compuso el llamado grupo de Las cinco (De Fem), reuniéndose para tratar de conectar con el más allá y canalizar sus sensaciones mediante la escritura automática y dibujos sobre los que tampoco había de mediar la reflexión; como dijimos, varios pueden verse en Bilbao.
Cuando Klint entendió que uno de los cinco supuestos espíritus que las guiaban les pidió que elaboraran pinturas astrales que representaran la esencia del mundo y, una vez realizadas, que construyeran un templo que las albergara, sus compañeras se rindieron, pero ella comenzaría a trabajar, durante cerca de una década, en las citadas Pinturas para el templo: doscientas piezas que, según creía, eran trazadas por fuerzas sobrenaturales, que revelaban mensajes sobre lo intangible a través de sus manos. El primer conjunto de obras de ese ciclo llevó por nombre WU/ Rosa, denominación en la que W aludiría a la materia y U al espíritu, encarnando WU, por tanto, su dualidad; la rosa, por su parte, estaría vinculada a la orden secreta del rosacrucismo, cuyo emblema era una rosa en medio de una cruz, donde la sueca y su círculo desarrollaban sus sesiones de espiritismo.
Sus 26 primeros lienzos para el templo responden, entretanto, al título de Caos primigenio, por relacionarse con las enseñanzas teosóficas sobre el inicio del mundo; según estas, al principio había una unidad, que se rompió, constituyendo la historia de nuestro planeta un relato de continuos intentos por volver a fundir los opuestos que entonces quedaron separados, como lo masculino y lo femenino, el bien y el mal. No mucho antes de comenzar esa serie, se había unido Klimt a la Sociedad Teosófica, que defendía la posibilidad de acceder a una espiritualidad profunda a través de la meditación o la intuición.
Algunas de esas pinturas pueden verse en Bilbao: dentro de este conjunto Rosa, encontraremos un grupo de piezas dedicadas a Eros en las que se entremezclan el amarillo y el azul, que simbolizarían respectivamente lo masculino y lo femenino; o una decena de grandes pinturas de figuras, cada vez más abstractas, que ofrecen, de nuevo, distintos grados de distanciamiento o cercanía entre el hombre y la mujer.
Otro grupo fundamental de sus Pinturas para el templo, que ha recalado igualmente en Bilbao, es el de La estrella de siete puntas, en referencia al símbolo de muchas tradiciones religiosas y ocultistas. Sus telas entonces fueron creciendo paulatinamente en su tamaño y el empleo en ellas de la línea remite al que podíamos apreciar en sus primeros dibujos automáticos, aunque resulta más controlado. Los tonos reducidos de estas obras y la falta de profundidad se han considerado antecedentes de abstracciones posteriores de otros autores.
Y no podían faltar los diez mayores: Klint afirmó sentir, en septiembre de 1907, que se le invitó a crear “diez cuadros de belleza paradisíaca” ligados a las cuatro etapas del desarrollo humano: infancia, juventud, madurez y vejez. Por su monumentalidad es muy probable que, al menos en parte, los ejecutara en el suelo, y se valió de la técnica del temple, la empleada en los altares de las iglesias florentinas que la artista había podido admirar tiempo antes.
Al año siguiente decidió tomarse un descanso en este proyecto casi hercúleo, un parón de cuatro años tras el que, según declaró, los espíritus aún la acompañaban, pero de otra manera: tomaba ella, se supone, mayor autonomía respecto a métodos y colores. En su nueva obra encontramos un creciente número de cisnes, motivo que ya había manejado antes: devinieron paulatinamente más abstractos y geométricos y, por los colores que aúna en ellos (blanco y negro, amarillo y azul), apelan otra vez a dualidades entre vida y muerte, luz y oscuridad, lo masculino y lo femenino.
La historia bíblica respecto al inicio del mundo, junto a sus creencias teosóficas, inspira las composiciones de El árbol del conocimiento, que podemos asociar por sus formas a la naturaleza y el Art Nouveau (ese árbol se sitúa a medio camino entre la esfera terrenal y la divina); y el símbolo del Espíritu Santo se relaciona con el grupo La paloma, donde también reflejó el combate entre san Jorge y el dragón (entre el bien y el mal), planteando al santo como alter ego de sí misma.
Culminan en el Guggenheim su serie de Pinturas para el templo tres retablos que debemos entender como compendio de aquel proyecto ambicioso en la forma y en el fondo: manifestaba en ellos su convicción de que la evolución humana había de darse en dos direcciones, de lo divino a lo material y viceversa. El empleo de una lámina de metal aporta luminosidad y evoca, nuevamente, el arte religioso tradicional.
Y cierran la exhibición la serie Perceval, en la que continuó indagando en el significado de los mensajes que recibiría del mundo de los espíritus; la Serie del átomo, que consideraba como puerta de entrada al cosmos, primera piedra en el regreso a la unidad primigenia; piezas geométricas en las que círculos y cruces retratarían lo invisible y las acuarelas que integran Sobre la contemplación de flores y árboles, esbozos posibles de las fuerzas espirituales de la naturaleza en las que volvió a demostrar lo muy avanzado de sus técnicas: se valió de una esponja húmeda para aplicar la pintura, de modo que el movimiento del color sobre el soporte fuese libre. O fuesen los espíritus quienes lo dictaran.
Hilma af Klint
Avenida Abandoibarra, 2
Bilbao
Del 18 de octubre de 2024 al 2 de febrero de 2025
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