Tras sus recientes inauguraciones de David Wojnarowicz y Miriam Cahn, el Museo Reina Sofía abre hoy al público una muestra que completa trío expositivo con aquellas, en relación con la problemática homosexual: si en la del estadounidense encontrábamos las creaciones de un precursor de la crítica contra la hipocresía social en relación con este asunto, manteniendo referencias al arte urbano y la poesía, y en la de Cahn imágenes con menor complejidad formal, pero más directas y expresivas, Olesen ofrece una perspectiva de nuestro tiempo: subraya cómo, a partir de gestos, se construyen subjetividades y cómo nuestro lenguaje y nuestro cuerpo son conformados por estructuras sociales.
Borja-Villel ha incidido en que este artista danés trabaja en los intersticios, en lo no definido, buscando deshacer las ficciones de lo heteronormativo y también vertebrar un atlas que recoja formas e imágenes pasadas de la homosexualidad en la historia y la historia del arte occidentales, trayéndolas a nuestro tiempo y haciendo hincapié en las tensiones entre las pulsiones personales y la estética heredada.
Desde su firme creencia de que todo puede ser construido y deconstruido, empezando por los convencionalismos en torno a identidades sexuales y terminando por las propias corrientes artísticas, hace suyos el minimalismo o una muy formalista escultura de Anthony Caro, dándoles la vuelta; también ha desensamblado un ordenador que tiene claro carácter biográfico, mostrándonos el destornillador como prueba, y en la primera sala equipara a sus padres con un cuchillo y un tenedor.
Le interesan, asimismo, las formas en tránsito, los objetos frágiles (sus materiales suelen serlo), el cuestionamiento constante de objetos y formas y la búsqueda de porqués; de hecho, veremos que su trabajo plantea más preguntas que respuestas.
Cada uno de los proyectos expuestos ahora en el Reina Sofía, bajo el comisariado de Helena Tatay, responde a formalizaciones muy distintas, aunque sean comunes los intereses y actitudes: la puesta en duda de la autoridad, como concepto y en sus formas concretas, y de las estructuras y los discursos de poder: de todo lo que contribuye a establecer normas en la naturaleza y la sociedad y genera exclusión.
Todas sus obras quieren suponer un adiós a visiones sociales patriarcales y heteronormativas, en palabras de Tatay, por eso sus cuerpos carecen de órganos, retomando una noción de Artaud, y en ellos rehúye posiciones victimistas: de Alan Turing, más de una vez retratado en una sala a él dedicada, destaca su contribución a la inteligencia artificial, que posibilitaría la creación de entes postbiológicos, fluidos, ajenos a modelos normativos. Una y otra vez se refiere Olesen al modo en que el sistema legal, los discursos médicos, la esfera artística o el núcleo familiar entendido como institución han formulado y reforzado históricamente estándares binarios vetando o reprimiendo las perspectivas homosexuales, o criminalizándolas por quedar fuera de la clasificación.
Entre sus primeros trabajos en la exhibición, los datados en la década de 2000, encontraremos instalaciones híbridas y conceptualmente densas en las que el artista vincula cuerpo, poder y sexualidad en los mencionados marcos de la familia, la ley o el arte; también los medios de comunicación.
Sin salir de ese terreno, pero ampliando referencias, desde 2008 se ha sumergido en representaciones queer propias y ajenas, empleando materiales sencillos para generar collages, instalaciones, esculturas, carteles o textos en los que analizar críticamente, y sin dejar a un lado el humor, la cultura contemporánea.
Aquella instalación que, como decíamos, presenta a sus padres como cuchillo y tenedor supone su deconstrucción personal de la familia tradicional y, en su extenso proyecto dedicado a Turing, lo homenajea por la crueldad del proceso sufrido a raíz de su homosexualidad (recordamos que se suicidó tomando una manzana con cianuro), pero él elige incidir en su rol de informático pionero generador de cuerpos con tornillos nuevos.
En la tercera planta del Reina Sofía veremos también su recopilación de imágenes que le parecían queer de casi todas las etapas de la historia del arte: integran Algunos artistas gais y lesbianas significativos para la cultura homosexual nacidos entre 1300 y 1870, un homenaje al Atlas Mnemosyne de Aby Warburg y, sobre todo, la construcción de una historia cultural homosexual en positivo.
Otra instalación, Falta de información (2001), recoge en una habitación la situación legal de los homosexuales en casi doscientos países del mundo, y los impactantes trabajos San Jorge y el dragón e Infierno, ambos fechados en 2016, remiten a las crisis existenciales y luchas internas ligadas al cuerpo y a la madurez. Sin embargo, pese a la presencia descarnada de esa fisicidad, lo interno y lo externo se diluyen; Olesen habla de dolor y también de futuro, de posibilidad.
En Esquinas rectas (2015), al aparecer cuatro esquinas tiradas en el suelo, con restos de grasa y silicona, se refiere el artista a la invisibilidad de lo esencial, a un nivel igualmente interno y externo (los ángulos lo simbolizan a sí mismo) y de cuerpos habla igualmente el danés en las series, más recientes, que cierran la exposición: su presencia, su ausencia, su relación con la espiritualidad y con la sociedad de consumo.
“Henrik Olesen”
MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS
c/ Santa Isabel, 52
Madrid
Del 25 de junio al 21 de octubre de 2019
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