Quince años después de su última gran muestra en España, que tuvo lugar en el Museo ICO, la Fundación MAPFRE dedica a Helen Levitt una antología en su espacio barcelonés KBr. Esta nueva retrospectiva, comisariada por Joshua Chuang, tiene la particularidad de que es la primera en plantearse a partir de la totalidad de la producción y los archivos de esta autora neoyorquina -su documentación sólo ha estado disponible para consulta muy recientemente- y se exhibe en la capital catalana antes de su llegada a Madrid.
Fallecida en 2009 a los 96 años de edad, Levitt está considerada como una de las grandes fotógrafas norteamericanas del siglo pasado por lo peculiar de su mirada sobre la vida urbana en las zonas populares de Nueva York y por su estilo a medio camino entre lo lírico y lo documental. Protagonizan sus imágenes los pequeños instantes del día a día, momentos en apariencia banales que ella convirtió en metafóricos al considerarlos representativos de la sociedad de nuestro tiempo y a los que también dotó de cierto misterio: uno que atrapa al espectador, deseoso de adivinar una narrativa subyacente.
Y sin embargo… no podemos decir que la haya. La artista evitaba dar demasiadas explicaciones sobre su trabajo, esquivaba las pistas de más: prefería que esa información no pudiera restar valor a sus fotografías y que éstas conectaran con el público por el camino de la emoción.


Probablemente esa senda, la de las sensaciones, fue la que llevó a Levitt a dejarse cautivar, siendo muy joven, por la literatura, el teatro y el cine, y a tomar muy pronto la Leica, aunque su formación no fuera larga. En un estudio del Bronx, y como aprendiz, pudo conocer los rudimentos técnicos de la imagen; su primera cámara la adquirió a los veinte años y algo más tarde se unió al colectivo New York Film and Photo League, con propósitos de cambio social.
Allí conoció a Cartier-Bresson, que tuvo bastante que ver en que decidiera emprender una carrera autónoma como fotógrafa; sus escenarios predilectos estarían, sin embargo, relacionados con su barrio natal: Brooklyn. Documentó la vida diaria en sus calles, también en otras zonas de carácter entonces humilde, como el Lower East Side o Harlem, y prestó atención sobre todo a la infancia y a los instantes dominados por la naturalidad.
Logró reconocimiento, más en su país que internacionalmente (publicaron su obra Fortune y PM, el MoMA le brindó una individual en 1943) y, ya en esa década de los cuarenta, comenzaría a explorar el cine y la foto en color, aunque regresara de forma intermitente al blanco y negro. Progresivamente se abrió, asimismo, a nuevos escenarios, como el metro y el medio rural; también visitó otros países, como México, meca para otros fotógrafos estadounidenses.


A KBr MAPFRE han llegado más de doscientos trabajos de todas sus etapas, en blanco y negro y color, además de su película experimental In the Street, en cuya dirección colaboraron Janice Loeb y James Agee. Los más tempranos dan prueba de sus intentos por definir su trayectoria, que en principio parecía dirigirse al terreno documental, aunque cultivara la ambivalencia.
Fue profesora infantil en el New York City Federal Art Project y es probable que se iniciara entonces su atención a los niños y a los dibujos hechos con tiza en la calle, en un tiempo en que, tanto en Estados Unidos como en Europa, el gusto se abría hacia lo primitivo. No mucho después se introdujo en el círculo de Walker Evans, y con su cámara de 4×5 pulgadas y su trípode tomó algunas escenas de familias gitanas en el exterior y el interior de sus viviendas. En adelante, fotografiaría en barrios de mayoría inmigrante a madres charlando, niños jugando o viandantes víctimas del calor en aceras y solares.

México supuso, para ella como otros, un punto de inflexión. Allí permaneció cerca de medio año en 1941 y realizó escenas callejeras, pero ya no lúdicas sino crudas, siempre dedicadas a los menos favorecidos. Agee supo comprenderla bien: se embarcó en una publicación sobre sus fotos y en su texto explicaba que, además de retratar a los niños de clase baja en Nueva York, deseaba, sobre todo, en línea con Hopper, subrayar la alienación y la nostalgia que sólo eran posibles en la ciudad. Aquel libro, que vio la luz veinte años más tarde por la muerte de Agee, se llamaba A Way of Seeing.

Cuando trabajó en color -y una beca Guggenheim en 1959 supuso un gran aliciente para ahondar en posibles técnicas cromáticas- lo hizo como si aún utilizara el blanco y negro, de nuevo en Nueva York y en las calles más peligrosas del Bronx. No buscaba, no obstante, hacerse con los momentos más duros o tratar de conmover: siguió apegada a la vida cotidiana, a la que Joel Sternfeld llamó una humanidad sencilla.
En la década de los sesenta, Levitt dejó de fotografiar y en 1970 un ladrón sustrajo la mayor parte de sus creaciones en color; esa circunstancia le llevó a retomar su labor en Brooklyn, Nueva Jersey y New Hampshire y en el suburbano, que le ofrecía un elenco diversísimo de tipos populares y no tanto. Quería recuperar lo perdido.


Helen Levitt
Avenida del Litoral, 30
Barcelona
Del 24 de septiembre de 2025 al 1 de febrero de 2026
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