Cuando se cumplen 130 años de la muerte de Gustave Caillebotte -cuya vida fue breve, pues nació en el revolucionario 1848 y no alcanzó el medio siglo-, el Musée d´Orsay, junto al Getty Museum de Los Ángeles y el Art Institute of Chicago, se ha propuesto explorar en una exhibición la relación de sus obras (en un porcentaje cercano al 70%, retratos masculinos) con una concepción radical de la modernidad artística, con los avances sociales en ciernes a finales del XIX y también con la percepción de los roles adjudicados a ese género masculino en aquella época.
En 2021 y en 2022, respectivamente, el Getty y Orsay adquirieron dos trabajos importantes de este autor francés: Jeune homme à sa fenêtre y Partie de bateau, esta última composición, clasificada en el país vecino como tesoro nacional. Ambos pueden considerarse fundamentales en su trayectoria, además de representativos de la atención prestada por Caillebotte a la figura del hombre en sus lienzos; podríamos decir que al lado masculino de la contemporaneidad, en contraste con compañeros impresionistas, como Manet, Degas o Renoir (este último fue su albacea), para quienes lo moderno de la vida en buena medida se encarnaba en figuras femeninas o en escenas en las que unas y otras confluyen.
La exhibición que hasta enero podemos recorrer en París, y que el año que viene viajará tanto a Los Ángeles como a Chicago, se articula en torno a esas compras recientes y también a partir de la imagen Rue de Paris; temps de pluie, prestada por el Art Institute of Chicago. Se han reunido prácticamente un centenar y medio de piezas, entre las que no faltan las más célebres de Caillebotte, pero tampoco pasteles poco expuestos y un extenso conjunto de estudios pintados y dibujos preparatorios para composiciones bien conocidas, como aquella en la que representó en acción a cepilladores de parqué o su Pont de l’Europe, llegada del Petit Palais ginebrino.
Completan la muestra fotografías, algunas tomadas por Martial, hermano del autor, y documentos de archivo inéditos que nos ayudan a contextualizar estas creaciones y la trayectoria y personalidad del parisino, que además de pintor fue coleccionista, mecenas y organizador de exposiciones.
Fiel, durante buena parte de su andadura, a los postulados realistas, solo observó y retrató Caillebotte a contemporáneos próximos a él: hermanos, amigos, transeúntes que paseaban cerca de su casa en la capital francesa, empleados de su familia o individuos que lo acompañaron navegando por el Sena o en canoa por el río Yerres. Aquellas imágenes eran entonces audaces, y no solo por sus temas desprovistos de épica, también por sus encuadres que parecen adelantarse a los fotográficos y por sus poderosos contrastes cromáticos y lumínicos. En todo caso, incorporó a sus escenas individuos nuevos estrictamente característicos de un, a su vez, nuevo tiempo: trabajadores urbanos o deportistas sin conciencia de serlo, y no siempre en acción, sino incluso en posición de tomarse un baño.
En un panorama cambiante, en el que el triunfo de la virilidad, en expresión de Alain Corbin, se resquebrajaba muy paulatinamente en Francia bajo los efectos de la humillación militar de la Guerra franco-prusiana, que finalizó con la anexión de Alsacia y Lorena a Alemania en 1871, crecían también las demandas de emancipación femenina y comenzaba a desarrollarse una subcultura previamente invisible ligada a la homosexualidad; esas nuevas corrientes favorecerían una redefinición, lenta, del ideal masculino, un ideal en transición con el que es posible que se identificara el artista al representar una y otra vez a sus coetáneos desde un enfoque aparentemente cercano a la admiración.
El contexto político de afirmación de la Tercera República, que adoptó los valores de libertad, igualdad y fraternidad, en esa década de 1870, constituyó también un terreno abonado para la expresión del gusto de Caillebotte por la sociabilidad masculina y las empresas colectivas (como el grupo impresionista o el Cercle de la voile de Paris), donde se minimizaban las diferencias económicas y de clase que a veces lo distanciaban de sus amigos: este autor contaba con los recursos económicos necesarios para dedicarse a la pintura y era una excepción, en ese sentido, entre sus cercanos, pues podía permitirse comprarles obras para ayudarlos. La colección que logró atesorar de esa manera la donaría, a su muerte, al Estado francés a condición de que la expusiera, en buena parte, al público (costó trabajo, porque a los responsables de la política cultural en Francia les parecía inadmisible, cuando finalizaba el XIX, que las composiciones impresionistas, aún denostadas, se exhibieran en museos).
Esas amistades posarían para él con frecuencia en su apartamento del Boulevard Haussmann: la mayoría de ellos eran, si no artistas, funcionarios o pensionados, y solía captarlos en actitudes contemplativas, mirando la ciudad desde el balcón o sentados más o menos cómodamente en sofás y sillones. Su mirada transmite o seriedad o cierto aburrimiento, salvo cuando se reunían en torno a una mesa para jugar una partida de bézigue, juego al que en estas telas se dota de una tensión y una seriedad similares a las de las pinturas de historia. Caillebotte es, en realidad, uno de los pocos artistas masculinos de su generación que se interesa tanto por la intimidad y el mundo doméstico, la esfera femenina por excelencia en ese momento y amplia protagonista de las obras de Berthe Morisot o Mary Cassatt.
En esa relativa subversión quiere profundizar esta exposición, que se estructura a un tiempo cronológica y temáticamente y que, a lo largo de diez salas, explora sus asuntos favoritos en el campo del retrato: la intimidad familiar, los citados trabajadores urbanos, el espacio público y quienes en él deambulan, hombres en los balcones, interiores, deportistas, navegantes, desnudos en escenas de aseo o imágenes de sus amigos parisinos o sus vecinos de Petit Gennevilliers.
Unas y otras obras nos proporcionan, al examinarlas en conjunto, un retrato del propio Caillebotte: el burgués, el pintor impresionista, el coleccionista y el aficionado, el soltero, el deportista…, aunque esas múltiples caras, en el fondo, no dejan de alimentar su misterio. También saldrán mujeres a nuestro paso (leyendo, observando, haciendo jardinería); a ellas, como a sus modelos, los plasmaba con crudeza y sin halago, lejos de cualquier juego de seducción.
“Caillebotte. Pintar hombres”
Esplanade Valéry Giscard d’Estaing
París
Del 8 de octubre de 2024 al 19 de enero de 2025
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