Mañana se presentará en Santander la programación de la segunda edición en la capital cántabra de PHotoESPAÑA, que contará con nombres como Ciuco Gutiérrez, Jordi Socías, Carmen Calvo, Juan Uslé… y Graciela Iturbide.
Desde el pasado 26 de septiembre, es la Galería Siboney la que dedica una exhibición individual a esta fotógrafa mexicana que se formó en el Centro de Estudios Cinematográficos de su país e inició su trayectoria a fines de los sesenta con el apoyo de Manuel Álvarez Bravo, quien le recomendó fijarse en los modos compositivos de la pintura a la hora de trabajar. Decidió dedicarse en exclusiva a la fotografía en 1974; sus imágenes aúnan lo documental y lo poético y en ellas son habituales las referencias a la cultura popular mexicana, en forma de vínculos estrechos entre lo humano y la naturaleza y entre la religión y la vida cotidiana, en este caso en forma de un rico despliegue de ritos, tanto prehispánicos como católicos.
En México son especialmente populares sus retratos de los indios Seris y de las mujeres de Juchitán, en Oaxaca, pero la artista también ha fotografiado en Estados Unidos, India, Italia, Madagascar o España porque los viajes han sido parte fundamental de su dinámica de trabajo y una herramienta para el aprendizaje: siempre han fascinado a Iturbide las manifestaciones de la diversidad cultural, la vida de las mujeres y el indigenismo.
Conocedora de la obra de Brassaï o Christer Strömholm, de quien tomó su mirada humanista, Iturbide presta especial atención a los encuadres, tratando evitar en ellos tanto lo anecdótico como lo obvio, y busca plasmar visiones de lo cotidiano personales y a la vez próximas a lo místico, de ahí que en ellas afloren metáforas inauditas allí donde no lo esperamos. Un ejemplo de ese simbolismo nacido de lo cercano es su emblemática Nuestra Señora de las iguanas (1979), presente en esta muestra santanderina; Díaz-Maroto asocia su trabajo, por imágenes como esta, con el realismo mágico.
Si un animal resulta esencial en sus fotografías ese es el pájaro, símbolo de una libertad que Iturbide constantemente ha anhelado. De hecho se identificó con aves, en ese propósito: Soy un pájaro y no lo soy. Soy una mujer y luego un pájaro. O un pájaro y luego una mujer. No importa. Y mucho de pájaro tiene también una de sus imágenes femeninas más valiosas: La mujer del ángel, que captó, también en 1979, en el desierto de Sonora.
Hay que subrayar, asimismo, que cada uno de los retratos de Iturbide nace de un proceso de confianza: una relación cercana, casi de convivencia, con sus modelos, lazos que ella consideraba básicos a la hora de lograr una buena fotografía. Y que desde sus inicios ha trabajado en blanco y negro; aprendió a fotografiar así de Alvarez Bravo y nunca ha querido abandonar las sombras porque, en su opinión, permiten abstraer la realidad, mientras que el color la distorsiona y no puede representar la vida cuando resulta demasiado vivo. Por razones parecidas, tampoco se ha servido de trucajes ni de intervenciones digitales; considera que las fotos se toman, no se hacen.
Hace casi una década desde que la Fundación MAPFRE descubrió a muchos la obra de Iturbide en una retrospectiva madrileña, poco después de que recibiera el prestigioso Premio Hasselblad (también recibió el premio de la W. Eugene Smith Memorial Foundation en 1987 y en 1991 sería galardonada por Les Rencontres d´ Arlés). Esta exhibición de Siboney viene a subrayar los lazos de su producción con nuestro país.
Graciela Iturbide
c/ Santa Lucía, 49
Santander
Del 26 de septiembre al 31 de octubre de 2020
