Hasta el próximo 7 de febrero y en colaboración con el museo de la artista en Santa Fe y con la red de centros FRAME, el Musée de Grenoble presenta “Georgia O’Keeffe et ses amis photographes”, la primera muestra individual de la pintora en Francia.
Repasa su trayectoria desde sus inicios en Nueva York hasta que decidió instalarse en el estado de Nuevo México en 1949 y hace hincapié en su relación con la fotografía moderna, haciendo dialogar sus trabajos con imágenes de grandes fotógrafos de su tiempo, muchos de ellos, además, amigos personales de la artista. En total pueden contemplarse en Grenoble ochenta obras cedidas por quince museos estadounidenses y por colecciones alemanas, españolas y francesas.
Ampliamente reconocibles, las pinturas de Georgia O´Keeffe han merecido siempre una mención especial en el contexto de la pintura contemporánea norteamericana y llaman nuestra atención por la inmediatez que sugieren, por la sensualidad derivada de sus colores y por la recurrencia de sus motivos. Cuestionan lo visible a través de un despliegue de formas enigmáticas que, hasta sus momentos finales, no pudieron catalogarse ni como abstractas ni como figurativas.
Había nacido en 1887 en Wisconsin y, tras pintar las llanuras de Texas con ecos de los arabescos del Art Nouveau, se mudó a Nueva York en 1918 para dedicarse únicamente a desarrollarse como artista. Conoció a Stieglitz, de quien fue musa y después esposa, y en su galería 291 pudo tomar contacto con la vanguardia europea de aquel periodo. El fotógrafo se refirió a ella como una fuente constante de sorpresas, “tout comme la nature”.
En la década de los veinte realizó representaciones de flores y de edificios en un estilo fotorrealista que asimilaba la estética precisionista de pintores que se movían entonces en el círculo de Stieglitz, como Arthur Dove, John Marin, Charles Demuth o Marsden Hartley, pero en el transcurso de las dos décadas siguientes, la artista fue generando un repertorio propio que, ya desde los cincuenta, quedaría muy influenciado por los paisajes y la forma de vida que conoció en Nuevo México.
Desde 1960, habiendo alcanzado una potente comunión espiritual con ese entorno, llevó a cabo composiciones abstractas en las que primaba la pureza formal y la sensualidad de los tonos, rasgos que a menudo nos recuerdan a las composiciones de Mark Rothko, Ellsworth Kelly y Agnes Martin. Ella misma confesó que sentía como primordial “sentir América, vivir América, amar América, antes de ponerse a trabajar” y consideró de sí misma que era una de las pocas figuras en haber dado a su país una voz propia en cuanto a repertorio pictórico se refería.
Venía pasando sus veranos en Santa Fe desde 1929 y aquella tierra le proporcionó el placer de contemplar extensos desiertos en soledad, el cielo sin cortapisas. La arquitectura vernácula, los cañones, los ríos y los mismos cielos de Nuevo México fueron sus nuevos temas predilectos.
Atenta, y no solo de la mano de Stieglitz, a la evolución de la fotografía en esa primera mitad del s XX, la fuerza de las pinturas de O´Keeffe se explica en parte por su asimilación de imágenes de entonces, de obras de Paul Strand, Edward Weston, Imogen Cunningham, Ansel Adams, Eliot Porter, Todd Webb y de su marido, artistas a quien ella misma a la vez influenció. A Strand le comentó por carta, en 1917, que amaba su trabajo, y que creía incluso retener en su cabeza motivos e instantáneas como creía que el propio autor de Blind las haría.
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